Desde el principio de los tiempos, la humanidad ha imaginado qué les espera a quienes vivieron en pecado. Casi todas las religiones y culturas han creado su propia versión del destino final para los malvados de corazón. Aquí te presentamos un viaje por los infiernos más aterradores de la antigüedad, donde el castigo era tan creativo como brutal.
La Duat egipcia: Donde los cocodrilos devoran corazones pecadores
Los antiguos egipcios desarrollaron una mitología extraordinariamente compleja sobre el más allá. Aunque no creían exactamente en un infierno como lo conocemos hoy, tenían algo mucho más aterrador: la aniquilación total de la existencia.
Ammyt, la devoradora de corazones, era la diosa egipcia encargada de consumir las almas pecadoras. Esta criatura aterradora era representada como una mezcla híbrida de cocodrilo, leopardo e hipopótamo gigante, perfectamente diseñada para infundir terror en los corazones de los antiguos egipcios.
El viaje del alma tras la muerte
Según las creencias egipcias, después de la muerte ocurría algo fascinante: el Ka (alma y espíritu) se dividía en dos componentes distintos. El Ba (alma) permanecía en la tumba del difunto, libre de ir y venir a voluntad. Mientras tanto, el Akh (espíritu) emprendía un viaje directo al inframundo para enfrentar el juicio final.
La Duat (también conocida como Amenti o Necher-Jertet) era el inframundo de la mitología egipcia, el escenario donde se celebraba el temido juicio de Osiris. Este no era un simple tránsito: el espíritu del difunto debía deambular por paisajes oscuros, sorteando seres malignos y otros peligros mortales, atravesando múltiples «puertas» en diferentes etapas de su travesía.
Durante el Imperio Antiguo, los egipcios llamaban a este reino Dat y lo ubicaban como un mundo celeste sobre la Tierra. Con la evolución de sus creencias, se transformó en la Duat y su ubicación cambió radicalmente: ahora se encontraba en el inframundo, un cielo inferior situado bajo la Tierra.
El juicio de Osiris: El momento de la verdad
Al momento de morir, Osiris, el gran dios del inframundo, se encargaba personalmente de juzgar el espíritu del difunto. El proceso era meticuloso y dramático: Anubis (el dios de la muerte) colocaba el corazón del difunto en un lado de su balanza divina, mientras Ma’at (la diosa de la verdad y la justicia) ponía su pluma sagrada de la verdad en el otro lado.
Si el corazón y la pluma pesaban exactamente lo mismo, significaba que el difunto había vivido una vida justa. En ese caso, el Akh (espíritu) se iba al Aaru, el lugar paradisíaco donde reinaba Osiris. Este gran reino era donde los espíritus buenos se mezclaban con los dioses en una vida eterna de paz y armonía perfecta.
Pero si el corazón pesaba más que la pluma, indicando una vida de pecado y maldad, Ammyt devoraba el corazón completo. A la persona juzgada no se le concedía entrar en el Aaru, perdiendo su condición de inmortal y pereciendo definitivamente. Para los egipcios, este era el peor castigo imaginable: dejar de existir para siempre.
El Hades y el Tártaro griego: Un inframundo de múltiples niveles
La mitología griega presentaba similitudes fascinantes con la egipcia. El Hades era un término general empleado para describir el reino del dios homónimo, que se creía estaba situado en las profundidades bajo la Tierra.
Los cinco ríos del inframundo
El Hades estaba atravesado por cinco ríos legendarios, cada uno con un significado aterrador: Aqueronte (el río de la pena), Cocito (lamentos), Flegetonte (fuego), Lete (olvido) y Estigia (odio), que actuaba como frontera entre los mundos superiores e inferiores.
El viaje con Caronte y la vigilancia de Cerbero
Los muertos entraban al inframundo cruzando el río Aqueronte en una barca conducida por Caronte, el sombrío barquero que cobraba un óbolo (una pequeña moneda) por el viaje. Esta moneda era colocada cuidadosamente bajo la lengua del difunto o encima de los dos párpados por sus parientes antes del entierro.
Los pobres y quienes no tenían familiares o amigos enfrentaban un destino cruel: debían recorrer durante cien años la pradera de asfódelos, sin medios para cruzar el río, hasta que Caronte finalmente accedía a llevarlos sin cobrar.
La otra orilla del río era vigilada por Cerbero, el legendario perro guardián de tres cabezas. Esta bestia feroz cuidaba la puerta de entrada al Hades con una misión dual: asegurarse de que los espíritus de los muertos pudieran entrar, pero que absolutamente nadie saliera. Además, vigilaba celosamente que ninguna persona viva osara entrar al Hades.
El Tártaro: La prisión de los condenados
El Tártaro era el nivel más profundo y aterrador del inframundo griego, más profundo incluso que el Hades mismo. Originalmente consistía en una gran prisión fortificada rodeada por un río de fuego llamado Flegetonte, y servía exclusivamente como calabozo de los antiguos titanes. Con el tiempo, se convirtió en el lugar donde las almas más malvadas eran condenadas a sufrir castigos eternos.
Los prisioneros del Tártaro eran guardados por gigantes llamados Hecatónquiros, cada uno con 50 enormes cabezas y 100 brazos fuertes, haciendo imposible cualquier escape.
El tribunal divino y los destinos finales
Hermes (el dios mensajero, de las fronteras y los viajeros que las cruzan) conducía personalmente a los muertos ante un tribunal solemne formado por Minos (rey de Creta), Éaco (rey de Egina) y Radamantis (hermano de Minos).
Cuando la sentencia se conocía, existían tres destinos posibles: Las almas heroicas o benditas iban al Elíseo o Campos Elíseos, gobernados por Radamantis, donde residían los muertos virtuosos y los iniciados en los Misterios antiguos. Las almas ni virtuosas ni malvadas volvían a los Campos de Asfódelos, un lugar neutral de existencia eterna. Y las almas impías o malvadas eran enviadas al camino del tenebroso Tártaro.
Castigos creativos adaptados al crimen
En mitologías posteriores, el Tártaro se convirtió en el lugar donde el castigo se adecuaba perfectamente al crimen cometido en vida. El ejemplo más famoso es Sísifo, quien como ladrón y asesino, fue condenado a empujar eternamente una enorme roca cuesta arriba, solo para verla caer por su propio peso una y otra vez, repitiendo el ciclo por toda la eternidad.
Los Narakas budistas: Infiernos helados y ardientes bajo la Tierra
El concepto budista del infierno difiere radicalmente de las tradiciones occidentales. Naraka (que generalmente se traduce como infierno o purgatorio) está estrechamente relacionado con Di Yu, el infierno en la mitología china.
Diferencias fundamentales con los infiernos occidentales
Un Naraka difiere de los infiernos de tradición occidental en dos aspectos cruciales. Primero: Los seres no son enviados al Naraka como resultado de un juicio divino con su correspondiente castigo impuesto por una deidad. Segundo: La estancia en el Naraka no es eterna, aunque suele ser extremadamente larga.
Según el budismo, un ser nace en un Naraka como resultado directo de su karma previo (consecuencia de sus pensamientos, palabras y acciones), y reside allí por un período determinado hasta que su karma negativo haya alcanzado su resultado final. Después de que su karma negativo termine y se agote completamente, podrá renacer en alguno de los mundos superiores como resultado de karma anterior positivo que no había madurado todavía.
La mentalidad de un ser en estos infiernos correspondería a un estado de extremo terror, desamparo absoluto y angustia inimaginable en un humano.
Ubicación física del reino Naraka
Físicamente, el reino Naraka se encuentra a lo largo de una serie extensa de redes de cavernas que se extienden por debajo del Yambu Duipa (el mundo humano ordinario) en el interior profundo de la Tierra.
Los Ocho Narakas Helados: Cuando el frío es peor que el fuego
Los Narakas Helados constituyen uno de los conceptos más aterradores del budismo. Son una oscura y congelada llanura rodeada de montañas heladas, continuamente barrida por ventiscas implacables. Los habitantes de este mundo nacen directamente como adultos y soportan una larga vida desnudos y completamente solos, mientras el frío extremo les provoca quemaduras y ampollas dolorosas por todo el cuerpo.
Arbuda: El primer nivel, donde el frío es insoportable.
Nirarbuda: Este Naraka es todavía más frío que el anterior. Aquí las ampollas se abren violentamente, dejando a los seres con sus cuerpos helados, completamente cubiertos de sangre y pus.
Aṭaṭa: Donde los seres sufren un frío terrible, y el sonido que producen con sus bocas al temblar le da su nombre.
Hahava: Donde los seres se lamentan en medio del frío extremo, pronunciando «ha, ho» de dolor.
Cada vida en estos Narakas Helados es veinte veces más larga que la anterior, multiplicando exponencialmente el sufrimiento.
Huhuvu: Donde los seres tiemblan y castañean sus dientes de forma continua, produciendo constantemente el sonido «hu hu».
Utpala: Donde el frío intenso provoca que la piel se vuelva de color azul.
Padma: Donde las ventiscas rompen la piel congelada, abriendo heridas profundas de sangre y carne cruda expuesta.
Mahāpadma: El nivel más extremo, donde el cuerpo entero termina por romperse en piezas, quedando los órganos internos expuestos también al frío brutal, rompiéndose ellos también más tarde.
Los Ocho Narakas Ardientes: Tormentos de fuego y metal al rojo vivo
Los Narakas Ardientes representan el polo opuesto pero igualmente aterrador. La duración de vida en estos infiernos va desde los 1.62 billones de años hasta los 3.39 trillones de años.
Sañjīva: El suelo está hecho de hierro al rojo vivo, calentado por un inmenso fuego perpetuo. Se renace siendo adulto directamente, en un estado inmediato de miedo y miseria absoluta. Tan pronto como el ser comienza a temer sentirse perjudicado por los otros seres que lo acompañan, todos empiezan a atacarse unos a otros con cuchillas o garras de acero que aparecen mágicamente en el lugar.
Kālasūtra: Aquí, además de los tormentos anteriores, se incluye el suplicio de dibujar líneas negras a lo largo del cuerpo del condenado. Después, los sirvientes de Lama cortan el cuerpo siguiendo meticulosamente las líneas con ardientes sierras y afiladas hachas.
Saṃghāta: Este nivel está rodeado de enormes montañas de rocas que se estrellan unas contra otras y caen, aplastando brutalmente a los seres y dejando una masa sanguinolenta debajo de los escombros. Las rocas vuelven a colocarse en su posición original, el ser se recupera milagrosamente, y el proceso se repite una y otra vez eternamente.
Raurava: Aquí los seres corren desesperados, huyendo de los tormentos anteriores y sobre todo del suelo ardiente. Cuando finalmente encuentran un refugio aparente, quedan encerrados dentro, mientras unas llamaradas rodean la estructura. Desde fuera solo se oyen los gritos desgarradores de los seres atrapados mientras se consumen lentamente.
Mahāraurava: Similar al anterior, pero con castigos significativamente mayores y dolor más intenso.
Tapana: Donde los sirvientes de Lama empalan a los condenados con lanzas ardientes, hasta que las llamas salen violentamente a través de la boca y la nariz.
Pratāpana: Las torturas son similares a las del Naraka Tapana, pero aquí los seres son atravesados de una forma incluso más sangrienta y brutal, usando tridentes en lugar de lanzas.
Avichi: El nivel más extremo de todos. Aquí, los condenados se asan en enormes hornos con gigantescas llamaradas y experimentan un sufrimiento absolutamente terrible.
El miedo al castigo como herramienta moral
Estas tres visiones del infierno —egipcia, griega y budista— revelan cómo las culturas antiguas utilizaban el miedo al castigo eterno (o casi eterno) como una poderosa herramienta moral. Desde la aniquilación total egipcia hasta los castigos creativos griegos, pasando por los extremos helados y ardientes budistas, cada civilización creó su propia versión del sufrimiento final para los malvados.
Independientemente de las diferencias culturales, todas estas tradiciones comparten un mensaje universal: las acciones en vida tienen consecuencias después de la muerte. Ya sea que te devore un cocodrilo híbrido, que te vigile un perro de tres cabezas, o que tus vísceras queden expuestas al frío extremo, el mensaje es claro.
Pórtense bien… y dulces sueños.
Con información de Playbuzz
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