Por Erika De Paz |
Las semillas existen desde hace siglos. Son de esos alimentos ricos y nutritivos que nos regaló la naturaleza. Aun cuando están a nuestro alcance y son sumamente milagrosas, no solemos incorporarlas a nuestra dieta diaria. Las valoramos tan poco que, incluso, las botamos. Como son tan diminutas, podría parecer que en su interior no existe mucho de lo que podamos aprovechar, y que sólo los loros pueden deleitarse con ellas. Hay quienes aseguran que son un alimento exclusivo de las aves. Pero lo cierto es que son maravillosas, y quienes las consumen lo saben. Con ellas podemos elaborar deliciosos panes y galletas, brindarle textura y color a las más simples ensaladas, condimentar diferentes preparaciones, y darle un sabor distinto a los jugos de siempre.
Si bien es cierto que en la actualidad han perdido muchas de sus propiedades debido al proceso de industrialización, no se puede negar que siguen siendo poderosas. En términos generales, todas las semillas son ricas en vitaminas y minerales. Poseen un alto contenido en fibra, lo que mejora nuestro tracto intestinal, y nos permiten sentirnos saciados. Además, ayudan a aumentar el colesterol “bueno” y a disminuir el “malo”; y favorecen la pérdida de peso, siempre y cuando no nos excedamos en las cantidades que ingerimos. Su consumo es bueno para reducir la inflamación, a la vez que sirven para controlar los niveles de azúcar en la sangre. Asimismo, la mayoría de las semillas contienen vitamina E, un antioxidante natural que combate los radicales libres, y evita el envejecimiento prematuro. Por ello, comerlas con regularidad nos permite tener una piel sana y hermosa.
Entre las semillas más usadas o conocidas está la chía, muy famosa en estos tiempos. Ésta es rica en zinc, selenio, magnesio, hierro, fósforo y calcio; y constituye una fuente natural de omega 3. También encontramos el sésamo que, además de contener grasas insaturadas y proteínas de grasa vegetal, posee hierro y zinc, y grandes cantidades de calcio y vitaminas B y E. Además, está la linaza, muy popular entre las personas con problemas de estreñimiento y, por supuesto, las famosas semillas de girasol, unas de las más completas que existen. Estas últimas son ricas en hidratos de carbono y proteínas, y contienen vitaminas A, B, C y E, y minerales como el magnesio, hierro y potasio. Su consumo está recomendado en los deportistas, ya que favorece su rendimiento físico.
La falsa creencia de que de las frutas sólo podemos aprovechar su piel y su pulpa, nos ha hecho desechar ciertas semillas y, con esto, desaprovechar sus asombrosas bondades. Esto ocurre muy menudo con las semillas de la lechosa (papaya): suelen terminar dentro de la bolsa de basura, aun cuando son magníficas para el sistema digestivo y para desintoxicar el hígado. También sucede con las semillas de las uvas, las cuales son antioxidantes y antiinflamatorias, y resultan efectivas para depurar la sangre de elementos nocivos. Lo mismo pasa con las semillas de la calabaza (muy ricas en proteínas, por cierto).Éstas constituyen una fuente de vitamina B que ayuda a combatir la depresión y, además de ser diuréticas, resultan extraordinarias para reducir el riesgo de sufrir cálculos renales.
Las semillas se usaban mucho en la antigüedad debido a su alto valor nutricional. Siempre estuvieron allí; aunque algunos piensen que son un elemento novedoso que ahora aparece como protagonista de los platos más exclusivos. Efectivamente, en la actualidad, cada vez son más las personas interesadas en cuidar su salud, lo que ha hecho que se incluya este alimento en la dieta de muchos. En todo caso, sería absurdo verlo como una simple moda, o como un ingrediente más de algún batido de proteína. El consumo de las semillas debe ir más allá; eso si queremos aprovechar sus milagrosas propiedades. Comienza a esparcirlas por todos lados, y… ¡no las dejes de comer!
Por: Erika De Paz | IG @ERIKADPS |
Foto: Semillas de Chía Shutterstock
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