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Los lugares de la Pasión y muerte de Cristo en la actualidad

Los lugares de la Pasión y muerte de Cristo en la actualidad

Por Michael Nissnick | La crucifixión y muerte de Cristo, conmemoradas cada Semana Santa, tuvieron lugar a comienzos del siglo I en Jerusalén, entonces bajo dominio romano. Hasta hoy aquellos sucesos se siguen conmemorando en esa ciudad a través de numerosas iglesias y santuarios levantados en los lugares donde supuestamente tuvieron lugar los distintos momentos del suplicio de Jesús.

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Pero la Jerusalén que conoció Cristo fue totalmente destruida apenas cuarenta años después de su muerte, y no ha dejado de ser destruida y reconstruida muchas veces desde entonces. Por ende, siempre ha habido controversia sobre la autenticidad de los sitios venerados como sagrados, al ser difícil su ubicación exacta dada la turbulenta historia de la Ciudad Santa.

En las siguientes líneas repasaremos los lugares venerados hoy como escenarios de los hechos de la Semana Santa. Iniciaremos con la noche del arresto de Jesús y finalizaremos en el lugar de su muerte y entierro.

El Cenáculo

La noche de antes de morir, Jesús celebró la Última Cena con sus discípulos. Lavó sus pies, instituyó el sacramento de la Eucaristía y dio el mandamiento del amor.

Los evangelios no dan mucha información del lugar donde tuvo lugar esta comida. Se limitan a afirmar que se trató de la habitación superior de una casa particular. Desde la Edad Media, los peregrinos cristianos han querido ubicar este sitio en el llamado “Cenáculo”, una sala ubicada en el monte Sion de Jerusalén. Aunque lo cierto es que se trata de una edificación del siglo XIV.

Este sitio también es señalado por la tradición  como el lugar donde los apóstoles recibieron el Espíritu Santo en Pentecostés. Igualmente es sagrado para los judíos, que veneran una tumba ubicada debajo del Cenáculo como la (supuesta) sepultura del bíblico rey David.

El huerto de Getsemaní

Tras la cena, Jesús se dirigió con sus discípulos a Getsemaní, un huerto ubicado en el Monte de los Olivos, donde oró, sudó sangre y fue arrestado por las autoridades judías.

El monte de los Olivos es un sitio de Jerusalén perfectamente identificado. Se ubica al este de la ciudad y mide poco más de ochocientos metros de altura. Muchos judíos han escogido este sitio como lugar de entierro desde hace siglos, pues consideran que la llegada del Mesías ocurrirá en este lugar.   

El lugar señalado como el huerto de Getsemaní actual se halla bajo la custodia de la orden franciscana. En sus terrenos pueden verse añosos árboles de olivo, algunos con una antigüedad cercana a los novecientos años. Allí se levanta desde 1924 la Basílica de la Agonía, también llamada “De Todas las Naciones” por los doce países que sufragaron su construcción. En su interior, frente al altar mayor, se venera la “roca de la agonía” sobre la que supuestamente oró Jesús poco antes de su arresto.

Un poco más lejos se puede visitar la “gruta de Getsemaní” en la que según la tradición tuvo lugar el beso de Judas y la captura de Cristo. La arqueología ha demostrado que este sitio pudo ser una prensa de aceite en la época de Jesús, lo que tiene sentido tratándose de Getsemaní, ya que este nombre significa, precisamente, “prensa de aceite”.

Palacio de Caifás

Desde Getsemaní, Jesús fue llevado a la presencia de Caifás, sumo sacerdote y máxima autoridad religiosa judía, quien lo juzgó y condenó a muerte.

La tradición cristiana afirma que la casa de Caifás se hallaba donde hoy se alza la iglesia de San Pedro en Gallicantu, construida en 1931. El nombre del edificio alude a que también sería el sitio donde el apóstol Pedro negó a su maestro tres veces antes de oír el canto de gallo.

La arqueología actual descarta la autenticidad histórica de este santuario y se decanta por alguna de las ricas mansiones desenterradas recientemente cerca de Jerusalén, entre ellas la llamada “mansión palaciega”, la más grande de su tipo hallada en Israel, con 600 metros cuadrados.

Pretorio de Pilato

Fue en el palacio o “pretorio” del gobernador romano, Poncio Pilato, donde Jesús fue juzgado, azotado, coronado de espinas, presentado a la multitud y sentenciado a la muerte en la cruz.

De nuevo, la tradición y la historia chocan entre sí. La primera asegura que Pilato condenó a Jesús en la fortaleza Antonia, un cuartel militar de cuatro torres construido por el rey Herodes el Grande y ubicado cerca del antiguo Templo de Jerusalén como símbolo indiscutible del dominio romano.

En el lugar donde estuvo la Antonia hoy se alzan un convento y dos capillas ubicadas donde Cristo supuestamente sufrió la flagelación y la coronación de espinas. Igualmente, se ha encontrado allí un piso de piedra que algunos consideran el “Lithóstrotos” o enlosado del palacio de Pilato, al que hace referencia el evangelio de Juan. Hoy se cree que este piso es de fecha muy posterior.

La arqueología moderna descarta que la fortaleza Antonia haya sido la casa de Poncio Pilato en Jerusalén. En su lugar, estima que el gobernador romano probablemente condenó a Cristo en el palacio del rey Herodes el Grande, usado como residencia particular por Pilato y cuyo terreno ocupa hoy la Ciudadela de Jerusalén, también llamada “Torre de David” y sede actual de un museo dedicado a la historia de la Ciudad Santa.

La Vía Dolorosa

Tras ser condenado, Jesús cargó con el leño horizontal de la cruz por las calles de Jerusalén hasta el lugar de su ejecución.

La tradición católica recuerda el camino de Jesús hasta el Calvario en el Vía Crucis, compuesto por catorce estaciones, algunas directamente sacadas del relato evangélico (como la condena a muerte, la ayuda del Cirineo, las mujeres de Jerusalén o la crucifixión propiamente dicha) y otras inspiradas en devociones y tradiciones populares (las tres caídas, el encuentro con la Virgen y el velo de la Verónica).

En Jerusalén los peregrinos recorren la Vía Dolorosa, una serie de capillas a lo largo de las calles de la Ciudad Vieja que adquirieron su forma actual a finales del siglo XVIII y comienzos del XIX, aunque empezaron a señalarse en la Edad Media. Nueve de las estaciones del Vía Crucis se encuentran en este embrollado sendero de callejuelas y las cinco finales (las correspondientes a la crucifixión y entierro de Jesús) se veneran en el interior de la Basílica del Santo Sepulcro.

El Santo Sepulcro

A comienzos del siglo IV, el emperador romano Constantino puso fin a las persecuciones contra los cristianos y abrió el camino para que el cristianismo se convirtiera en la fuerza dominante de occidente.

En el año 325, Constantino ordenó la construcción una enorme iglesia en el lugar de la muerte y resurrección de Jesús. La madre del emperador, Elena (hoy venerada como santa), partió a Jerusalén para identificar dichos sitios. Elena descubrió el supuesto sepulcro de Cristo debajo de un antiguo templo pagano dedicado a Venus, la diosa romana del amor. Asimismo, según el historiador Eusebio de Cesárea, también halló la supuesta verdadera cruz (“Vera Cruz”) en la que fue clavado Cristo e incluso resucitó a un muerto con ella.

La basílica constantiniana se inauguró solemnemente el 13 de septiembre del año 335, pero el califa fatimí Al-Hakim la destruyó  en 1009. Posteriormente fue reconstruida  en 1048 con fondos donados por el emperador bizantino Constantino IX Monómaco. Los cruzados europeos que tomaron Jerusalén en 1099 la ampliaron y completaron hasta convertirla en la iglesia actual, consagrada el 15 de julio de 1149.

La moderna iglesia del Santo Sepulcro engloba los lugares tradiciones de la muerte y entierro de Cristo. En la capilla del Gólgota, bajo el altar, se preserva en un cristal la Roca del Calvario, con  una ranura por la que los peregrinos pueden introducir los dedos.

A escasos treinta y ocho metros del Calvario, bajo una cúpula, se alza el edículo (templete) de la tumba propiamente dicha, cuyo aspecto actual data de comienzos del siglo XIX.  Tras un vestíbulo conocido como “capilla del ángel”, una pequeña entrada de 133 centímetros de altura conduce a la cámara sepulcral, en cuyo interior se venera la losa donde supuestamente reposó en cuerpo de Jesús hasta su resurrección. En octubre de 2016, los arqueólogos removieron por primera vez en más de cinco siglos el revestimiento de mármol que cubría dicha piedra.

El Santo Sepulcro es uno de los pocos lugares en los que ciencia y fe coinciden, ya que la arqueología concluyó que la iglesia ocupa el lugar de una antigua cantera de piedra ubicada fuera de las murallas de Jerusalén en los tiempos de Jesús. Como las ejecuciones y entierros se efectuaban fuera de las ciudades, el santuario actual tiene buenas posibilidades de ser el verdadero escenario de los hechos descritos en la Biblia y celebrados cada Semana Santa.

Imagen portada: Shutterstock

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