Por Michael Nissnick | La crucifixión es uno de los suplicios más dolorosos jamás ideados por el hombre. Surgida en Asiria unos seis siglos antes de Cristo, posteriormente pasó a Occidente, donde los romanos la consolidaron como un instrumento de refinada crueldad que aplicaban sobre todo a esclavos y rebeldes. La víctima clavada a la cruz moría por asfixia y desangramiento tras horas o incluso días de terrible agonía.
Jesús de Nazaret fue sin duda el crucificado más famoso de la historia. Pero fueron muchos los que murieron de esta manera en diversas épocas y latitudes. En las próximas líneas pasaremos revista a algunas de estas crucifixiones célebres tanto de la historia como de la ficción literaria y audiovisual.
Polícrates de Samos
La isla griega de Samos, ubicada frente a las costas de la actual Turquía, fue gobernada a mediados del siglo VI antes de Cristo (a.C.) por el tirano Polícrates, quien fomentó las obras públicas, las artes, la industria e incluso la piratería.
En el 522 a.C., el sátrapa persa de Lidia, Oretes, invitó a Polícrates a sus dominios con la excusa de sellar una ventajosa alianza con él. La hija del tirano manifestó su desconfianza en aquella oferta, pues en un reciente sueño había visto a su padre “colgado en el aire y que Zeus, rey de los dioses, lo lavaba y el sol lo ungía”.
Polícrates, muy confiado en su buena suerte, desestimó las preocupaciones de su hija y acudió a Oretes, quien apresó al tirano cuando puso los pies en su territorio y lo hizo crucificar. Como explica el historiador Heródoto: “Polícrates, colgado de la cruz, cumplió toda la visión de su hija, pues era lavado por Zeus cuando llovía y ungido por el sol que hacía manar los humores del cadáver”.
Los crucificados de Tiro
En el 332 a.C., mientras avanzaba en la conquista del imperio persa, el rey macedonio Alejandro Magno se topó con la negativa de la ciudad fenicia de Tiro a someterse a su autoridad.
Tiro era una ciudad amurallada de 40 mil habitantes edificada en una isla a 500 metros de la costa del actual Líbano. Contaba con 10 mil defensores, una gran flota y murallas de 45 metros de alto y seis de espesor.
Decidido a someter a los tirios, Alejandro, que en ese entonces tenía 24 años, construyó un istmo artificial de 60 metros de ancho para unir a Tiro con la costa. Tras siete meses de sitio, el ejército macedonio alcanzó Tiro y bombardeó sus murallas con catapultas y torres de asedio hasta que logró abrir una brecha e ingresar en la ciudad.
Alejandro Magno no tuvo ninguna piedad con quienes se atrevieron a desafiar su autoridad. Ocho mil tirios murieron en combate, treinta mil fueron esclavizados y otros dos mil fueron crucificados a lo largo de varios kilómetros de playa.
Los piratas de Julio César
A comienzos del siglo I a.C., el joven Cayo Julio César, de 26 años, fue secuestrado por una banda de piratas mientras viajaba a la isla de Rodas a estudiar filosofía y retórica.
César fue trasladado como rehén a la isla de Farmakonisi, cercana a Turquía, donde permaneció durante 38 días mientras esperaba el pago de su rescate. Durante ese tiempo, el joven rehén no dejó de advertirles a sus captores que los cazaría, capturaría y ejecutaría en cuanto estuviera libre. Pero los piratas se echaron a reír y no lo tomaron en serio.
Tras ser liberado, el futuro dictador de Roma equipó una flota de barcos, capturó a los piratas y los crucificó, no sin antes cortarles el cuello como agradecimiento por el buen trato que le dispensaron durante el cautiverio.
Los rebeldes de Espartaco
En el año 73 a.C. un gladiador oriundo de Tracia (actual Bulgaria) llamado Espartaco escapó de una escuela de gladiadores en Capua, al sur de Italia, junto a otros 74 compañeros. A lo largo de los siguientes dos años, muchos esclavos fugitivos se les unieron. En su mejor momento, Espartaco encabezó un ejército de hasta 100 mil hombres, con el que derrotó a varios ejércitos romanos enviados contra él.
Finalmente, el hombre más rico de Roma, Marco Licinio Craso, logró vencer a los rebeldes en el 71 a.C. y se aseguró de someterlos a un castigo ejemplar para desalentar nuevas revueltas de esclavos en el futuro: seis mil partidarios de Espartaco fueron crucificados a lo largo de los doscientos kilómetros de la Vía Apia, la calzada más importante de Roma. Entre una cruz y otra había una distancia de diez metros.
Contrariamente a lo que muestra el final de la célebre película de Stanley Kubrick protagonizada por Kirk Douglas (1960), el propio Espartaco no murió clavado a una cruz junto a sus hombres, sino que cayó en batalla y su cuerpo jamás fue encontrado.
Yehohanan
Aunque fueron miles los ejecutados por crucifixión durante el imperio romano, apenas cuatro víctimas de tan terrible suplicio han llegado hasta nosotros. La primera y más famosa se descubrió por accidente en 1968 en una antigua tumba de la localidad de Givat ha-Mivtar, al nordeste de Jerusalén.
En el interior de dicho sepulcro se hallaron los restos de un niño y dos adultos, entre ellos los de un hombre crucificado en la época de Cristo. Se llamaba Yehohanan (Juan), tenía entre 24 y 28 años y medía cerca de 1,63 metros de altura.
Sus manos no mostraban signos de traumatismo, por lo que quizás fueron atadas al patíbulo o viga horizontal de la cruz. Pero el talón derecho estaba perforado con un clavo de hierro de 12,5 centímetros que probablemente quedó atascado en el cadáver y no fue posible arrancárselo al bajarlo de la cruz, por lo que fue enterrado con él. La pieza se exhibe en el Museo de Israel en Jerusalén.
San Pedro y san Andrés
En el 64 después de Cristo (d.C.), el emperador Nerón desató una persecución contra los cristianos de Roma, a quienes acusó de provocar el terrible incendio que había destruido gran parte de la ciudad en julio de ese año.
Entre las víctimas destacó Pedro, apóstol de Cristo, líder de la comunidad cristiana de Roma y primer papa de la Iglesia según los católicos. Según la tradición, tras oír que había sido sentenciado a morir crucificado, el anciano Pedro se consideró indigno de morir como su maestro y solicitó ser clavado a la cruz con la cabeza hacia abajo, petición que le fue concedida.
Sobre los presuntos lugares de muerte y sepultura del apóstol se alzan actualmente la plaza y basílica de San Pedro de El Vaticano.
Otro célebre ejecutado durante la persecución neroniana fue el apóstol Andrés, hermano de Pedro, quien fue colgado a una cruz en forma de letra “X” en la ciudad griega de Patrás. Dicha cruz, denominada “de san Andrés”, es la base de varias banderas actuales, entre ellas la Union Jack británica.
San Simeón de Jerusalén
Quizás el crucificado más anciano de la historia fue san Simeón, primo de Jesucristo y segundo obispo de Jerusalén tras el martirio de su pariente Santiago el Menor o El Justo, también primo (o quizás incluso hermano) de Jesús.
Simeón de Jerusalén fue ejecutado en algún momento de comienzos del siglo II d.C., durante el gobierno del emperador Trajano, quien estaba empeñado en acabar con cualquier descendiente del bíblico rey David. Como Simeón, al igual que Jesús, afirmaba dicho parentesco, fue sentenciado a la cruz. Para ese entonces, según algunas fuentes, tenía la friolera de 120 años de edad.
Los mártires de Japón
La crucifixión como método de ejecución fue oficialmente abolida en Occidente en el siglo IV, cuando el emperador romano Constantino se convirtió al cristianismo. Pero otras culturas siguieron practicándola. En Japón, por ejemplo, donde los cristianos sufrieron persecución entre los siglos XVI y XIX, se practicó una modalidad de crucifixión llamada “haritsuke”, en la cual el reo era atado o encadenado a una cruz compuesta de cuatro piezas de madera. A continuación, dos verdugos se apostaban a ambos lados del patíbulo y a una señal atravesaban a la víctima con sus lanzas.
Los mártires más famosos que padecieron este suplicio fueron 26 cristianos japoneses y extranjeros crucificados en una colina a las afueras de Nagasaki el 5 de febrero de 1597. Previamente se les había cortado una oreja y habían sido paseados por distintas ciudades durante un mes como advertencia. Eran seis franciscanos, tres jesuitas, catorce laicos japoneses y tres niños.
Los 26 mártires de Japón fueron canonizados en 1862. Entre ellos destaca el franciscano Felipe de Jesús, primer santo nativo de México.
Los leones crucificados de Flaubert
El escritor francés Gustave Flaubert, autor de la clásica novela “Madame Bovary”, publicó en 1862 “Salambó”, un documentado relato histórico ambientado en el Cartago del siglo III a.C. cuando dicha ciudad del norte de África tuvo que enfrentar una revuelta de mercenarios a quienes no se les habían pagado sus honorarios por su participación en la reciente Primera Guerra Púnica contra Roma.
Al comienzo del libro, un grupo de mercenarios se topan con un león crucificado a las afueras de Cartago. A medida que caminan, se topan con una larga fila de cruces con grandes felinos colgados en ellas: “Los había enormes, el árbol de la cruz cedía bajo su peso y se balanceaban al viento, mientras que sobre su cabeza bandadas de cuervos revoloteaban en el aire sin parar”. Ante aquel espectáculo, los mercenarios comentan: “Qué pueblo es éste, que se entretiene en crucificar leones”.
Muchas páginas más tarde, hacia el final de la novela, cuando los mercenarios son derrotados y a su vez crucificados, uno de ellos le pregunta a su compañero de suplicio: “¿Te acuerdas de los leones en el camino de Sicca?”, y el otro contesta antes de morir: “Eran nuestros hermanos”. Jorge Luis Borges manifestó en cierta ocasión su admiración por este pasaje.
El (supuesto) crucificado de la Gran Guerra
En 1915, en plena Primera Guerra Mundial, circuló entre los británicos la aterradora historia de cierto soldado canadiense anónimo a quien los alemanes capturaron y crucificaron perforándole las manos y pies con bayonetas en la ciudad belga de Ypres. Aquello rodó como pólvora entre la prensa mundial, se debatió en el parlamento británico, inspiró la película “The prussian cur”, hoy perdida, y una controversial escultura de Francis Derwent Wood bautizada como “Canada´s Golgotha”.
No obstante, este relato estuvo repleto de incógnitas y contradicciones desde el comienzo, pues las distintas versiones no concordaban con respecto al lugar exacto donde había tenido lugar la supuesta crucifixión. Se habló de una cruz, de un árbol, de un granero, etc. Asimismo, hubo quien habló de dos o tres soldados crucificados…e incluso de una mujer.
Por ello, y pese a que un documental de 2002 identificó sin pruebas sólidas al presunto desdichado como el soldado canadiense Harry Banks, los expertos le restan veracidad histórica al relato y lo consideran más bien propaganda británica destinada a pintar a sus enemigos alemanes como bestias crueles y desalmadas.
Brian y compañía
Una de las comedias más divertidas de la historia del cine es “La vida de Brian” (1979), financiada por el ex Beatle, George Harrison y protagonizada por el grupo de humoristas británicos Monty Python.
La cinta es una crítica a los extremismos políticos y religiosos y se centra en Brian Cohen, un hombre corriente que nace la misma noche que Jesús, es confundido con éste y termina ejecutado como éste.
Para la escena final, el músico Eric Idle propuso incluir una canción alegre al estilo Disney, con partes cantadas y silbadas. El resultado fue la divertida canción “Always Look on the Bright Side of Life” (“Mira siempre el lado bueno de la vida”), que Brian y sus compañeros cantan mientras mueren crucificados.
Los maestros de Meereen
La exitosa serie de HBO “Juego de Tronos” (2011-2019) fue un auténtico catálogo de muertes violentas y suplicios terribles. La crucifixión estuvo entre ellos.
En el capítulo de la cuarta temporada titulado “Oathkeeper” y emitido en 2014, Daenerys Targaryen conquista la ciudad esclavista de Meereen y ordena crucificar a 163 de sus más distinguidos dirigentes o “maestros” como represalia por las crucifixiones aplicadas por ellos a varios de sus esclavos. Los desdichados son colgados con una mano clavada al madero horizontal de la cruz y la otra sobre el pecho.
Las escenas de Meereen se filmaron en la fortaleza medieval de Klis y en el palacio de Diocleciano en Split, ambos en Croacia.
Los crucificados modernos del islam
Aunque se suele creer que la crucifixión es cosa del pasado, lo cierto es que, por desgracia, se sigue practicando en nuestro tiempo.
El suplicio de la cruz actual es un modo de castigo presente en los códigos penales de regímenes fundamentalistas como los de Arabia Saudita, Yemen y el Dáesh o Estado Islámico.
En estos casos, la crucifixión se aplica como sanción por ofensas contra el islam, delitos comunes, disidencia política o presuntos “delitos morales” como homosexualidad, adulterio, apostasía y posesión de pornografía. Pero, a diferencia de lo que ocurría en la antigüedad, la víctima primero es decapitada para luego coser la cabeza al cuello, colgar el cuerpo en la cruz y exhibirlo públicamente como disuasión y advertencia.
Imagen portada: Shutterstock
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