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El Escuadrón Leónidas: Los kamikazes de Hitler

Por Crónicas de Ares | Mientras las tropas del Ejército Rojo cada vez estaban más cerca de Berlín en su vengador avance durante los primeros meses de 1945, el régimen nazi, en su desesperación por detener a soviéticos y aliados occidentales, adelantó un proyecto de acción defensiva en el que el suicidio de quien encabezaba el ataque, era necesario. En el seno de la Luftwaffe surgió un escuadrón de pilotos dispuestos a inmolarse para defender el III Reich, emulando a los ya tenebrosos kamikazes de sus aliados japoneses. Es la historia del Escuadrón Leónidas, los kamikazes de Hitler.

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En la II Guerra Mundial fue en los ejércitos de Japón y Alemania, del bando del Eje, en donde más se dieron los ataques suicidas (aunque en el segundo en mucho menor grado que en el primero), mientras que entre los aliados se dio, casi exclusivamente, en el Ejército Rojo, pero en este caso más como fruto de la resistencia desesperada, al principio de la guerra, que como acciones planificadas.

Japón era la única potencia de cuya cultura formaba parte íntima la muerte por suicidio ritual; por consiguiente, fue la nación en donde se dieron por decenas de miles los suicidios (no sólo los de los kamikazes). La rendición, según sus valores y su código de honor, era la máxima expresión de la vergüenza y la deshonra. Recordemos las numerosas cargas a bayoneta calada que llevaban inexorablemente a la inmolación –al grito de “¡Banzai!”– que la infantería nipona efectuó sobre las filas enemigas, sabiendo que sería barrida antes de llegar a las posiciones aliadas. También, los numerosos harakiris que miles de jefes y oficiales japoneses cometieron ante una inminente derrota, para no ser apresados.

En el resto de ejércitos contendientes no hubo casi ninguna acción suicida planificada. Las que se dieron, y que sucedieron en todos los ejércitos, fueron las espontáneas, las sobrevenidas por las circunstancias de los combates que llevaron a que, de modo improvisado o a petición del mando, un soldado decidiese sacrificar su vida voluntariamente si con ello causaba un gran daño al enemigo o ayudaba a sus compañeros. Ejemplos: los aviadores que se quedaban sin combustible o sin maniobrabilidad y que, ante las escasas o nulas posibilidades de sobrevivir, decidían estrellar el aparato contra el adversario; los soldados que optaban por sacrificarse resistiendo en una posición para que sus camaradas pudiesen retirarse; la preferencia a caer combatiendo que a rendirse y ser tomado preso, etc.

En el verano de 1944, cuando los aliados desembarcaron en Normandía, los soviéticos ya avanzaban imparablemente hacia el centro de Europa. Alemania se veía perdida y, como respuesta, comenzó a plantearse la utilización de pilotos en las bombas volantes V-1, para asegurar una mayor precisión de las mismas. Una variante de esos cohetes, lanzada desde aviones, debía ser modificada para poder alojar a un piloto, que tendría que dirigir la bomba a su objetivo. Podrían saltar en paracaídas poco antes de alcanzar el blanco pero se estimaba que era casi nula la posibilidad real de supervivencia. Los encargados de asumir la misión suicida serían unos setenta miembros del llamado Escuadrón Leónidas (en homenaje al rey espartano muerto en las Termópilas), que para ingresar en sus filas debían firmar una declaración asumiendo la condición suicida de la misión.

“Me ofrezco como voluntario para la unidad suicida como piloto de bombas guiadas. Soy plenamente consciente de que la participación en este acto me llevará a la muerte», era la declaración hecha por los que se inscribían a la 5º escuadrilla de la Kampfgeschwader (“ala de combate”) 200 de la Luftwaffe, cuya tarea era detener el avance aliado a costa de sus propias vidas. Durante todo el período de la guerra, más de 70 voluntarios se alistaron en ella.

Curiosamente, la idea de crear una unidad de pilotos suicidas se les ocurrió a los alemanes incluso antes que a los japoneses. En febrero de 1944, fue propuesta por el saboteador Otto Skorzeny y el oficial de la Luftwaffe Heio Herrmann, y apoyada por el Reichsführer-SS Heinrich Himmler y la famosa piloto de pruebas Hanna Reitsch. Fue ella quien persuadió a Hitler para que diera la orden de iniciar el proyecto Selbstopfer (Autosacrificio).

Al proyecto también se le dio la clave «Reichenberg» por la capital del territorio Reichsgau Sudetes (actualmente Liberec) de la antigua Checoslovaquia, mientras que las aeronaves eran llamadas por los mismos pilotos «Geräte-Reichenberg» (en alemán aparatos Reichenberg).

Extraoficialmente, la 5º escuadrilla fue bautizada ‘Escuadrón Leónidas’ en honor al rey espartano que, según la leyenda, junto con 6.000 soldados griegos, luchó y murió heroicamente en la Batalla de las Termópilas en el 480 a.C. contra un ejército persa de 200.000 hombres. El mismo tipo de valiente auto-sacrificio se esperaba de los pilotos alemanes.

El primer paso fue decidir qué aeronave usar para destruir el equipo y la infraestructura del enemigo. Hannah Reitsch insistió en convertir los cazas experimentales Messerschmitt Me-328 en aviones suicidas, pero no obtuvieron buenos resultados en las pruebas.

La idea de usar el proyectil Fieseler Fi 103R Reichenberg, una versión tripulada de la bomba voladora V-1, también fracasó. Mostraba características de vuelo pobres, siendo difícil de controlar, además de ladearse constantemente.

No todos en la Luftwaffe compartían el entusiasmo de Hannah Reitsch por la inmolación. Werner Baumbach, comandante de la Kampfgeschwader 200, que incluía a la unidad Leónidas, se opuso al sacrificio de aviones y vidas humanas. Heinrich Himmler aprobó la idea y sugirió utilizar criminales convictos como pilotos. El Alto Mando de la Luftwaffe no mostró entusiasmo; Erhard Milch rechazó el plan por no ser práctico y Hermann Göring mostró poco interés. Adolf Hitler estaba en contra de la idea del autosacrificio, creyendo que no estaba de acuerdo con el carácter alemán y, además, no veía la situación de la guerra como lo suficientemente mala como para requerir medidas tan extremas. A pesar de esto, permitió que Reitsch continuara con el proyecto después de que ella le mostrara el plan en febrero de 1944.

Prefería el sistema compuesto de bombarderos Mistel (“Muérdago”), también conocido como Vati und Sohn (Papá e Hijo). Encima de un bombardero Ju-88, sin tripulación y cargado de explosivos, iba fijado un caza, cuyo piloto controlaba todo el sistema. Al llegar al objetivo, el piloto se separaba el bombardero, que impactaba contra el enemigo, mientras que el caza regresaba a la base.

No obstante, el lento Mistel era una presa fácil para los cazas aliados y se usó con moderación en los frentes occidental y oriental. Tampoco se usó ampliamente en la 5º escuadrilla.

Debido a las incesantes disputas de los comandantes de la Luftwaffe y a su incapacidad para llegar a un consenso sobre el arma más eficaz, el escuadrón Leónidas no se convirtió en una fuerza de combate formidable.

El 5 de marzo de 1945, Heinz Kensche murió cuando una Fi 103 I-III modificada con alas acortadas perdió ambas alas durante un vuelo de prueba. Werner Baumbach, el comandante del KG 200, estaba harto del programa y pidió ayuda a Albert Speer. Speer y él se reunieron con Hitler el 15 de marzo de 1945 y logró convencerlo de que las misiones suicidas no eran parte de la tradición guerrera alemana. Ese mismo día, más tarde, Baumbach ordenó la disolución de la unidad.

Sus pilotos comenzaron a volar en misiones suicidas sólo hacia el final de la guerra, cuando el Ejército Rojo ya se acercaba a Berlín. Las misiones agotaron todos los aviones que aún estaban a disposición de la Luftwaffe, principalmente cazas Messerschmitt Bf-109 y Focke-Wulf Fw-190, repletos de explosivos y con los tanques de gasolina medio vacíos, solo lo suficiente para un vuelo de ida.

Durante la Batalla de Berlín , la Luftwaffe voló en » misiones de autosacrificio » ( Selbstopfereinsätze ) contra los puentes soviéticos sobre el río Oder . Estas «misiones totales» fueron llevadas a cabo por pilotos del Escuadrón Leonidas bajo el mando del teniente coronel Heiner Lange desde el 17 de abril hasta el 20 de abril de 1945, utilizando cualquier avión disponible. La Luftwaffe afirmó que el escuadrón destruyó diecisiete puentes. Sin embargo, el historiador militar Antony Beevor, al escribir sobre el incidente, afirma que esto fue exagerado y que solo el puente ferroviario de Küstrin fue definitivamente destruido. Beevor comenta que «treinta y cinco pilotos y aviones fue un alto precio a pagar por un éxito tan limitado y temporal». Las misiones se cancelaron cuando las fuerzas terrestres soviéticas llegaron a las proximidades de la base aérea del escuadrón en Jüterbog y estaban en condiciones de invadirla.

Imagen portada: Wikipedia

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