Por: Erika De Paz |
El azafrán es caro, delicado y aromático. Una especia única, la más antigua y exclusiva de todas. Su color rojizo con matices naranja resalta a la vista de cualquiera. Y su alto precio lo convierte en el condimento más costoso del mundo, superando incluso a la vainilla, de allí que sea conocido como el “oro rojo”. Esto tiene una razón de ser: se necesitan entre 200.000 a 250.000 flores para obtener un kilo de hebras, y el cultivo y la cosecha se hace a mano, como en tiempos milenarios.
La flor del azafrán es preciosa: sus pétalos violetas esconden tres estambres amarillos y un estilo blanco que sostiene tres estigmas rojos brillantes. Es cultivada desde hace siglos, y necesita de climas cálidos con mucho sol para crecer bien. En la Edad Media, una libra de azafrán costaba igual que un caballo, y quien se atreviera a falsificar este producto, añadiéndole otras especias para aumentar su volumen, podía llegar a pagarlo con la muerte.
Su aroma es suave, y su intenso sabor tiene un toque ligeramente amargo. Debemos tener cuidado cuando lo empleamos para condimentar o darle color a los platos: sólo un poco es suficiente. Se utiliza comúnmente en pescados y arroces: es uno de los ingredientes estrella de la paella española. Pero su uso no se limita a las preparaciones saladas, la pastelería también recurre a este condimento para aromatizar, sobre todo, cremas.
Las propiedades medicinales del azafrán son estupendas. Desde tiempos ancestrales, se utilizaba como remedio natural debido a sus numerosas vitaminas y minerales. En el azafrán encontramos manganeso, un mineral necesario para regular el azúcar, permitir la absorción de los nutrientes, y ayudar a la cicatrización de las heridas. Así como magnesio, importante para mantener el buen funcionamiento de músculos y nervios.
Además, contiene hierro que sirve para prevenir la anemia y la fatiga, por ello su consumo está recomendado en deportistas. Y tiene potasio, un mineral que previene los dolores musculares, ayuda a la circulación y regula la presión arterial. El azafrán también es rico en vitamina C, un potente antioxidante necesario para combatir las infecciones y aliviar los síntomas del resfriado. Y contiene vitamina B6, esencial para el buen funcionamiento de los nervios.
Gracias a sus propiedades sedantes, el azafrán funciona como analgésico natural; y en forma de infusión es magnífico para lograr el sueño y evitar la depresión y la ansiedad. Igualmente, es un estupendo afrodisíaco, y debido a sus propiedades antiespasmódicas, permite aliviar los dolores menstruales. Aplicar las hebras de manera local, mejora los problemas de gingivitis, y alivia los dolores de muela. Y si lo utilizamos como enjuague bucal, podemos curar las dolorosas llagas. Esta especia, además, ayuda al sistema digestivo y sirve para estimular el apetito. Y según diversas investigaciones, funciona como inhibidor de las células cancerígenas.
Su componente principal es la crocetina, un pigmento natural que le otorga ese color característico y que constituye un antioxidante poderoso. Este componente, no sólo combate los radicales libres y mejora nuestra capacidad cognitiva, sino que reduce el colesterol, lo que influye en la salud de nuestro corazón. Del mismo modo, estimula la producción de la bilis, y evita la aparición de piedras en la vesícula. Consumir azafrán es bueno para evitar enfermedades relacionadas con la vista, no sólo por su asombroso poder antioxidante, sino por el safranal, un compuesto aromático que, entre sus cualidades, está la de mejorar las funciones de la retina.
Más allá de lo llamativa y preciosa que puede ser la flor del azafrán, lo que resulta aún más asombroso es la magia que esconden sus pétalos. Tener en nuestras manos un par de estas hebras, permite trasladarnos a tiempos remotos, haciéndonos sentir muy afortunados: todavía podemos maravillarnos de la especia con más historia que existe, la más prodigiosa de todas.
Por: Erika De Paz | IG @ERIKADPS |
Foto: Azafrán Shutterstock
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