Por: Erika De Paz |
En Navidad mi casa siempre olía a especias, jengibre y nueces. Durante el mes de diciembre, mis hermanos y yo preparábamos millones de galletas. Todavía recuerdo los cortadores en forma de arbolito, estrellas y campanas, así como las manos de mi mamá estirando diferentes tipos de masa. A partir de ese momento adoré preparar postres, y me enamoré de los frutos secos. Después de todo, estos sirvieron para hacer la nariz de algún San Nicolás. Pero más allá de haber utilizado un par de almendras para decorar mis hermosas creaciones, los frutos secos permitieron impregnar mis dulces con sus delicados aromas.
Entre todos los frutos secos que existen, confieso que mi favorito es la avellana. Quizá no sea el más popular de todos; su consumo ciertamente está más asociado a elaboración de bombones y turrones: muy pocas personas las comen de forma natural así como lo hacen con el maní o el merey. Y aunque no sean tan famosas, constituyen uno de los frutos secos con más propiedades para la salud, junto con las almendras y las nueces.
Al ser ricas en grasas poliinsaturadas (ácidos grasos Omega3 y Omega6), las avellanas son beneficiosas para el corazón, y permiten regular los niveles de colesterol en la sangre. Y como contienen fibra, son estupendas para combatir los terribles problemas de estreñimiento. Entre sus minerales encontramos potasio, fósforo, magnesio, calcio y hierro. El potasio ayuda a eliminar toxinas de nuestro cuerpo, y previene la hipertensión, mientras que el fósforo nos ayuda a tener una mente brillante. El magnesio mantiene saludable el corazón, permite la adecuada transmisión de los impulsos nerviosos y, al igual que el calcio, influye de manera positiva en el desarrollo de nuestros dientes y huesos. Por otra parte, el hierro que encontramos en este fruto es ideal para combatir la anemia.
Pero las avellanas no sólo están repletas de minerales, ellas también contienen muchas vitaminas, sobre todo vitamina E. En este sentido, constituyen potentes antioxidantes, y consumirlas nos ayuda a prevenir el envejecimiento prematuro y a mantener nuestra piel y cabello radiantes. Asimismo, son ricas en vitamina A, vitamina C y vitaminas del complejo B, esta última sumamente necesaria para el buen funcionamiento de nuestro sistema nervioso.
Este alimento predilecto por las ardillas, tiene una elevada cantidad de arginina, un aminoácido esencial para el buen funcionamiento del sistema cardiovascular. Las avellanas son muy energéticas, cada 100 gramos aporta alrededor de 600 calorías, por lo que es recomendable consumirlas antes de practicar cualquier deporte. Por ello, son el aperitivo perfecto para quienes se sienten cansados o fatigados: con sólo comer unas cuantas, mejora nuestro ánimo.
Estos frutos secos también contienen ácido fólico, un tipo de vitamina B necesaria durante la gestación para el desarrollo del feto. Y son ricos en flavonoides, unos pigmentos naturales antiinflamatorios que no produce nuestro organismo, y que conseguimos por medio de los alimentos, los cuales mejoran nuestra circulación y favorecen la salud de nuestro cerebro.
Las avellanas resultan muy prácticas para llevar a cualquier lugar. Su combinación con el chocolate resulta mucho más que deliciosa, es casi milagrosa. La manera más saludable de consumirlas no es precisamente sumergiéndolas en un envase repleto de pasta de cacao, sino comerlas al natural. Es necesario tener cuidado en no excedernos con su consumo: sólo debemos ingerir un puñado al día, ya que resultan calóricas.
Una buena opción para incluirlas en tu dieta diaria consiste en convertirlas en mantequilla. Para esto sólo es necesario tostar las avellanas, y luego licuarlas hasta conseguir una textura sedosa. Esta preparación es perfecta para untar sobre cualquier pan. Regálale a tu organismo todas las vitaminas y minerales de este exquisito fruto seco; es rico, crujiente, hermoso y, lo mejor de todo, muy saludable para nuestro cuerpo.
Por: Erika De Paz | IG @ERIKADPS |
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