“Tu felicidad depende de ti”
Esa frase ha cruzado por nuestra vista muchas veces, en miles de fotos y estatus de redes sociales. Generalmente como un grito desesperado de personas infelices que publican cosas que quisieran aplicar y no pueden, así que optan por vestir de poesía o intelectualidad una realidad que puede ser miserable.
De unos años para acá, nos han predicado el milagro del YO, tanto, que nos hemos vuelto embajadores del mensaje, hemos asumido como correcto e ideal el hecho de no depender de nadie y la meta de enfocarnos más en nosotros que en los otros. También he pasado por ahí, muchas veces he sido adepta y predicadora de esa premisa egoísta que nos hace protagonistas absolutos de nuestras vidas. Una filosofía que puede llevarnos a experimentar cierto grado de prosperidad, pero que también nos va dejando vacíos de humanidad.
Ante las experiencias que consideramos un revés de la vida (que no siempre lo son), es más fácil encerrarse en uno mismo que dejar ver las grietas de un alma quebrantada. Me encerré muchas veces, de muchas formas y pensé que había funcionado bien cuando empezaba a calcificarse mi humanidad. Apareció en mi vida Ayn Rand y fue como si entregaran una certificación especial a esta nueva convicción. Uno empieza a conocer personas que se encaminan por esas mismas ideas y es como encontrar razones para agregar líneas de blocks al muro donde te escondes, al muro que has construido con esfuerzo para apartar de ti una de las formas de belleza de la vida, la belleza que encontramos en el afecto de los demás. En el que va y en el que viene, porque no importa si es de ida o de vuelta. Amar siempre es un placer que nos podríamos estar negando en nuestro afán de ser mártires de la existencia.
Necesitamos a los demás para vivir, necesitamos a los demás para ser. Aunque nos haga vulnerable a las heridas, engaños, y traiciones; es necesario confiar. Es preciso entregarse, estar dispuestos a perdonar y a pedir perdón porque vivir implica equivocarse y sin querer hacemos daño en el proceso de aprender y crecer. Parte de madurar es reconocer que, al lado del jardín, cada uno tiene su cementerio personal.
Es muy cierto que nadie da lo que no tiene, que el amor propio es parte integral de nuestra dignidad. Es cierto que la clave está en saber qué creer y en quien confiar, pero está comprobado que el paraíso está en los otros.
Somos seres interdependientes, la historia demuestra que el progreso solo es posible cuando nos organizamos, cuando cooperamos, cuando trabajamos como parte de un sistema. Como parte de una cadena donde cada eslabón cuenta, donde sabes que alguien te sostendrá si en un momento faltan las fuerzas o falla el plan. Unos necesitan a quien dirigir, otros necesitan un líder que los dirija, ninguno consigue un gran logro en solitario. Las grandes conquistas son fruto de la unión de ciudadanos o entidades comprometidas, los grandes seres humanos tienen su razón de ser en historias de amor fraternal, de ayuda, de apoyo, trabajo y paciencia.
El paraíso es descubrir que un rostro se iluminará al escuchar mi voz aunque no siempre sea merecedora del milagro que eso representa en mi corazón. Mi paraíso es prolongar esa alegría agregando notas de ternura a mis palabras. En miles de formas distintas, nuestro paraíso personal se completa en los demás, tanto así, que al vivir la experiencia comprobamos que, más que completarse, ahí es cuando en realidad empieza.
¡Hasta la próxima!
Fiores Florentino | Twitter @Fioresita | Happiness Friends Shutterstock
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