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Abramovic, la forma viva del arte

Abramovic, la forma viva del arte

Por Paula M. Gonzálvez (@pmgonzalvez) |

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“Solo entendemos el 33% de nuestro cerebro”. De una afirmación puramente científica nacieron performances que alcanzaron el arte más extremo. Una afirmación que salía de boca de Marina Abramovic no hace mucho, para explicar el cambio radical entre sus primeras performances, que mostraban sadismo, y las actuales, que intentan adentrarse en los procesos mentales.

Sin duda alguna, Abramovic, sobre la que aún se discute si debería ser presentada como una sensacionalista extrema o una catapultada artista, llegó a dar a conocer su nombre gracias al alcance de los límites a los que el ser humano podría llegar (o no), acompañando sus actuaciones de una penumbra psicológica que podía traducirse en un cautivador plano visual.

Algunos simplemente admiran ese plano, el más ‘óptico’, quizás por ser lo más provocativo que la vida nos ofrece. Pero la trayectoria de la serbia esconde algo más, la barbarie humana, los miedos, la falta de control… ¿Sensacionalismo? O un arte perturbador, del que te deja en estado de vigilia durante días, semejante a ver una película del corte ‘El hijo de Saúl’.

Ya en sus primeras actuaciones, Marina Abramovic mostraba al mundo sus preocupaciones políticas: en 1974, en Belgrado, tuvo que ser socorrida tras tumbarse en el interior de un círculo de fuego, y perder el conocimiento. No era más que una expresión de su preocupación por la opresión del gobierno de Joseph Tito. También denunció el horror de la guerra de los Balcanes rodeándose de huesos de vaca, que limpió ante el público, contraponiéndolos a las fotos de sus padres. Un trabajo calificado de ‘morboso’ por aquellos que ven en Abramovic a una efectista.

En su afán por explorar los límites del cuerpo, de la mente y la relación con el público, la artista lo ha hecho todo: se ha masturbado en un museo durante siete horas seguidas, ha recorrido la Muralla China, se ha dejado abofetear durante horas, ha tallado una estrella de David en su ombligo con una hoja de afeitar, se ha flagelado y, posteriormente, se ha tumbado en una cruz de hielo, cuyo transparencia se ha rendido al color de la sangre, performance por la que también tuvo que ser atendida. Con todo ello, ha logrado llevar el eterno debate sobre qué es verdaderamente el arte mucho más allá, y no por ello ha dejado de ser considerada como una de aquellas personas que lo producen: según la lista de Art Review, es uno de los personajes más influyentes en el arte contemporáneo. Sin embargo, el cine también se ha manifestado haciendo alguna parodia basada en la serbia, o incluso series del calado de Sex and the City han hecho mención de alguno de sus trabajos. Y es que ya lo afirmaba ella misma: “una buena performance debe afectarle mental y espiritualmente”. Quizás lo haya conseguido con todos los que accedemos a su trabajo, y ese sea el objeto de tanta opinión encontrada.

El artista holandés Ulay, pareja de Marina Abramovic durante algún tiempo y colaborador de algunos proyectos, denunciaba hace meses a la estrella, a través de una demanda judicial, por incumplir el acuerdo sobre cómo administrar sus obras conjuntas. Después de que el vídeo en el que ambos se encontraban emocionados en medio de una performance en el MOMA recibiera más de nueve millones de visitas, esto fue una justificación más para sus detractores de que estaban en lo cierto.

“La performance es la forma viva del arte”. La definición de Marina Abramovic también puede entenderse como una justificación de su trabajo, con el que ha dicho asumir una responsabilidad social. Y quizás se podría mirar más allá, e indicar como punto de conflicto el problema de la raza humana desde los principios de nuestra existencia: la falta de entendimiento entre dos personas en el discurso. Eso de ‘yo digo blanco y tú entiendes negro’. Porque si Abramovic explicara todos y cada uno de sus trabajos, los mismos ya carecerían de sentido. Al fin y al cabo esa es parte de la magia del arte, la interpretación abierta del que lo mira.

Ahora se dedica a procesos más mentales, ya no son tan polémicos. Sin embargo, nunca ha dejado de haber un tono de tristeza en todo su trabajo. “La felicidad no es productiva”, afirmaba antaño.

Foto: andersphoto / Shutterstock.com

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