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Todas las familias queman bosques; por Magdalena del Río

Todas las familias queman bosques; por Magdalena del Río

Por Magdalena del Río |

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La convivencia por regla es algo que cuesta. Aunque queramos a las personas que tenemos alrededor, es bien sabido que “el roce hace rozaduras” y no que “el roce hace el cariño”, aunque se escuche más la segunda. No podemos evitar de vez en cuando algunos encontrones, pero sí no estar peleando diariamente a todas horas con cualquiera que nos crucemos. Este post, lejos de parecer una charlita para niños que se llevan regular con sus hermanos, va dirigido a hijos, padres, nietos, maridos, esposas, primos, abuelos, e incluso cuñadas, yernos y suegras.

De la Psicología positiva puede aprender todo el mundo, y este es un vivo ejemplo de ello. Es cierto que el comportamiento de las personas de nuestro entorno nos puede resultar cansino. Además, hay comentarios dañinos que en situaciones concretas nos llegan al alma, o desacuerdos que desembocan en una batalla que parece nunca acabar. Cuando el ser humano convive, debe amoldar parte de su personalidad a los demás. Si no es así, en algún momento acabará estallando.

Me gustaría asemejar éstas situaciones con algo que ahora está muy de moda: cuidar de la naturaleza. Me parece espectacular que por fin nos estemos concienciando de que hay que respetar nuestro entorno, y así mismo deberíamos enterarnos de que también tenemos que mimar a los seres humanos de nuestro alrededor. Igual de importante es nuestro hábitat como los somos quienes vivimos en él. Y sin más preámbulos, empezamos.

Imaginemos un gran bosque lleno de arboles preciosos, plantas, senderos y flores. Cada persona que habita en un hogar mantiene su propio bosque interno. Lo cuida con su energía positiva, con buenos sentimientos y con alegría y bienestar. ¿Cómo es de peligroso que se encienda el fuego dentro de alguno de ellos? Pues igualito a que se prenda fuego en un bosque de verdad.

Solo se necesita un choque de dos piedras, un enfado entre dos personas, un chasquido entre una roca de cada bosque, para que las llamas empiecen a arder. Y lo peor de todo es que si no se apagan pronto, cada vez cogen más fuerza. Si la discusión dura un par de horas y termina con un abrazo, ¡Qué maravilla! Una lluvia de reconciliación ha caído sobre ambos. Pero… ¿Y si no es así? ¿Y si se acuestan enfadados un día tras otro? Los bosques siguen ardiendo, las llamaradas invaden el terreno, matan los árboles, la vida de todas las flores… Y los bosques pueden quedar reducidos a cenizas.

Hay algunos truquillos para que esas piedras no lleguen a chocar y salten chispas, pero si no ponemos fuerza de voluntad, no hay forma de que funcionen. De todas formas, aquí os explico algunos de ellos, porque con tesón nada es imposible:

Saber qué momentos del día son mejores para estar con los demás e intentar evitar momentos de mayor irritación, como por ejemplo, la noche cuando uno ya está cansado.

Respetar el espacio vital de cada uno. Ya sea la abuela o el peque de siete años, todos necesitamos momentos a solas para pensar, jugar a los cochecitos o leer un rato. Se debe intentar no interrumpir esa intimidad de los demás bajo ningún concepto.

Repartir las tareas, pues todos tenemos la capacidad de recoger una mesa, ordenar una habitación, sacar al perro o tirar la basura. Es muy injusto que lo haga todo siempre la misma persona. Eso no es amar al prójimo, sino explotarlo.

Perdonar de verdad. Esto significa no tener rencor, sino empezar de cero de verdad, olvidando lo que haya pasado, porque si no, de nada sirve una reconciliación.

¿Parecen fáciles verdad? ¡A por ellos!

Volviendo al símil de la naturaleza, todos sabemos que es más fácil apagar un fuego del tamaño de la palma de una mano, que volver a dar vida a un bosque entero que ya ha muerto, ¿no es así? Y sin embargo, en ocasiones, dejamos que las llamas nos vayan consumiendo permitiendo que la ira arda dentro de nosotros solo por un mal gesto, por no ceder ante la voluntad del de al lado, o por palabrejas dichas sin pensar en un mal momento.

Además, dentro de la convivencia, hay circunstancias que permiten, avivar ese fuego, en vez de a apagarlo. Examínate, a ver si ayudas que el fuego se expanda y no te estás dando cuenta:

Se han peleado dos personas: ¿Has ido a una de ellas a enterarte de lo que ha pasado y habéis acabado criticando de la otra?

Has llegado tarde de trabajar y tenías mucho calor: ¿Le has hablado mal a quien no lo merece?
Tienes favoritismo por una persona en especial (que es algo completamente normal): ¿Lo disimulas, o haces sentir desplazados o peores a los demás?

Has pasado una mala noche y te despiertas el primero: ¿Te tomas todo el café y dejas a los demás sin?
Sabes que varias personas están ya en la cama: ¿Intentas ser sigiloso y hablar bajito o mantienes el mismo tono de voz que a pleno día?

El amor se demuestra con actos, no con palabras:

¿Qué haces por los que viven contigo a lo largo del día?

Éstos son simples ejemplos que cada uno luego puede variar y aplicarse a su realidad concreta. Yo debo reconocer que claro que de vez en cuando hablo mal a quien no debo. Porque ante todo sinceridad: ¿Quién es perfecto? De todos los que leemos este blog, estoy segura de que ninguno (por mucho que lo intentemos).

Una vez leí una frase de un viejo y admirable amigo que me marcó el corazón para siempre: “Si no puedes alabar, cállate”. Al principio me pareció un poco brusca, pero qué razón tiene…

Para terminar quisiera hacerte una pregunta, retomando el tema de los bosques:

¿Vas a ser tú el que eche leña al fuego, o quien traiga un buen cubo de agua pacífica?

Por Magdalena del Río | Facebook Magdalena del rio | Twitter – Instagram: @magdaino  | www.espantasapos.wordpress.com

Escritora, feminista y soñadora con el alma libre. Adicta a la poesía y al café de las mañanas. Psicoterapeuta a todas horas del día, modelo de talla grande de vez en cuando. La mejor forma de vivir es riéndome de mi misma.
Foto: Familia en el bosque / Shutterstock

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