Por la forma en que se maneja la gente en estos días, pareciera que es algo normal y hasta correcto fingir el cariño, pero he de confesar que soy alérgica a los falsos afectos. Sonrisas forzadas, cumplidos por cumplir, abrazos que parecieran luchar con una energía invisible que repele el contacto de tus brazos con el cuerpo del otro ¿Lo han sentido? esos «te quiero» escritos con tanta frecuencia y frialdad que parecen más una caligrafía que una demostración de cariño ¿Qué decir de los «te amo»? ¡Oh Señor! ¿Será que han olvidado lo que significa? En fin, vivimos en la era de los falsos afectos donde todo el mundo espera que el otro sea auténtico.
Recuerdo cuando era pequeña, una señora conocida de mi mamá de juro a Dios quería que yo le dijera abuela, pero a mí simplemente no me nacía decirle así y las pocas veces que lo hice (para complacer a mi mamá) sentía como si hubiera tenido un block en la lengua que no me dejaba pronunciar la palabra, de manera que renuncié a hacerlo de nuevo. Esto no quiere decir que la señora me cayera mal o que iba a dejar de saludarla, pero ella no era mi abuela y me sentía incómoda llamándola así. Es como si exigieras a un sobrino que te llame mamá, cada persona tiene una participación distinta en nuestra vida y ocupa un lugar distinto en nuestros afectos, lugares que se forman de manera natural a través del tiempo, con el trato.
Esta es de las cosas en que la educación (y no la me refiero al sistema de educación formal, sino a la educación que recibimos en la casa y en los diferentes círculos sociales en los que participamos) se contradice. Nos hablan del valor de la honestidad, de lo bueno que es ser auténticos pero hay que decirle tío o tía a los amigos de tus padres que ni te hacen gracia, dar abrazos por conveniencia y reírse de los chistes malos del jefe porque es el jefe ¿Y entonces? ¿Qué significado va a tener cuando lo haga de verdad? He visto madres decir a sus hijos que cuando lleguen a la casa y haya visitas quieren que las saluden de una forma más afectuosa, parejas que entre sus acuerdos miden hasta la cantidad de «te amo» que esperan recibir en las redes sociales o cuando están en público… ¡Por Dios! Y después no saben la razón de tanta depresión y vacío existencial.
¿En qué momento ser alabancioso, hacer lo que no sientes y venderte como una persona perfecta se convirtió en un requisito de supervivencia? Acabo de salir de un curso donde cada propuesta del profesor era «excelente» pero por detrás todos estaban en el aire, como si mostrar desacuerdo en algo estuviera penalizado. En los comentarios todo estaba «bien» pero los mismos que gritaban «bien», «excelente», «abrazos» luego te hacían preguntas que evidenciaban estar más desorientado que el pueblo de Israel cuando daba vueltas en el desierto. Ser cordial y educado no requiere que adoptes poses, mostrar desacuerdos no es atentar contra el otro, querer no implica que te guste todo lo que el otro hace, ser uno mismo es prescindir de caretas y quitar de tu espalda el peso que implica fingir.
Mi relación con las personas que más admiro y respeto no empezaron como un cuento de hadas, en algún momento hemos tenido desacuerdos, roces que con respeto y sinceridad se han transformado en cariño y lealtad sin necesidad de que ninguno sea excesivamente complaciente o servil, admiración que se basa en las virtudes y no en la conveniencia, relaciones en la que las expresiones de cariño son espontáneas, fortalecen el espíritu y dan sentido a la vida.
Una colaboración de @Fioresita para @Culturizando
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