María Antonieta, esposa del rey Luis XVI de Francia, vivió uno de los destinos más dramáticos que haya conocido la monarquía europea. Ambos fueron sentenciados a morir en la guillotina durante el turbulento año de 1793, pero antes de que la hoja fatal cayera sobre su cuello, la última reina del Antiguo Régimen soportó meses de encierro en condiciones infrahumanas, con vigilancia constante día y noche, y completamente aislada de la luz natural y del mundo exterior.
El encarcelamiento en la Torre del Temple
Tras el asalto al Palacio de las Tullerías en agosto de 1792, la familia real francesa fue recluida en la prisión del Temple. María Antonieta vivió allí durante siete meses después de la ejecución de su esposo Luis XVI, ocurrida el 21 de enero de 1793. Durante este periodo, sus condiciones de vida fueron relativamente aceptables, pero el 2 de agosto de 1793 todo cambió radicalmente cuando fue trasladada en plena noche a la temida Conciergerie.
El traslado fue devastador. María Antonieta tuvo que abandonar a sus hijos sin poder despedirse apropiadamente, únicamente pudo ver por última vez a su cuñada Madame Élisabeth y a su hija Marie-Thérèse. La separación de su hijo Luis Carlos, de apenas ocho años, fue especialmente cruel. El pequeño fue apartado de su madre en julio de 1793 y sometido a un régimen brutal bajo la tutela de Antoine Simon, un zapatero que lo expuso a condiciones degradantes. El niño moriría dos años después en prisión, a los diez años de edad.
La celda de la Conciergerie: Una antecámara de la muerte
La Conciergerie, conocida durante el Reinado del Terror como «la antecámara de la muerte», se convirtió en el último hogar de María Antonieta durante 76 días. Su primera celda era un sótano húmedo y sombrío, situado muy cerca del río Sena. Las paredes estaban completamente cubiertas de humedad y el piso mohoso desprendía un olor insoportable. Las ratas pululaban constantemente por el lugar, dejando excrementos por todas partes y convirtiendo el espacio en un verdadero infierno terrenal.
A diferencia de otros prisioneros comunes, María Antonieta no gozaba de ningún tipo de intimidad. Dos gendarmes la vigilaban día y noche sin dejarle un solo momento de privacidad, manteniendo una custodia policial permanente. Era la afrenta definitiva para una mujer que diez años antes había intentado crear un espacio privado en el Trianón de Versalles, alejado de los ojos curiosos de la corte.
A pesar de las condiciones deplorables, los guardianes de la prisión, el matrimonio Toussaint y Marie Anne Richard, mostraron algo de humanidad. Estos carceleros hicieron lo posible por proporcionarle condiciones mínimas de vida. Dotaron su celda con dos sillas y le proporcionaban mejores comidas, pagadas discretamente por partidarios de la monarquía. En varias ocasiones solicitó ropa nueva, pero solo le dieron dos tocados para cubrir su cabeza.
Aunque María Antonieta permaneció apenas dos meses en esta prisión, las condiciones fueron suficientemente brutales para sumergirla en un inmenso dolor físico y emocional. Su salud se deterioró rápidamente: estaba pálida, demacrada y visiblemente enferma. En un intento por animarla, recibió la breve visita de su hijo Louis-Charles, pero esto solo intensificó su sufrimiento al recordarle la cruel separación.
El frustrado Complot del Clavel
El 28 de agosto de 1793 se produjo el último y desesperado intento de salvar a María Antonieta, conocido como «el Complot del Clavel». Ese día, Jean-Baptiste Michonis, administrador de la prisión, introdujo en la celda de la reina a un hombre de unos 36 años llamado Alexandre Gonsse de Rougeville, un noble caballero que había defendido a María Antonieta durante las jornadas violentas del 20 de junio de 1792.
El Caballero de Rougeville, con dos magníficos claveles prendidos en la solapa de su casaca, se inclinó ante la viuda de Luis XVI. Fingiendo torpeza, dejó caer los claveles a los pies de la reina. Entre los pétalos de las flores había pequeñas notas enrolladas con un mensaje esperanzador: «Tengo hombres y dinero».
Sin dudarlo, María Antonieta respondió utilizando un alfiler para perforar un papel, escribiendo: «Estoy constantemente vigilada; no hablo con nadie; confío en ti». Rougeville regresó poco después con Michonis para explicarle los detalles del plan de fuga, prometiendo volver el viernes con el dinero necesario para sobornar a los guardias.
El plan estaba meticulosamente preparado. En la noche del 2 al 3 de septiembre, Rougeville y Michonis esperaban disfrazados en el lugar acordado. El guardia Jean Gilbert debía conducir a María Antonieta hasta ellos. Aunque inicialmente parecía comprometido, en el último momento Gilbert se acobardó cuando cruzaban el patio de la prisión. Amenazó con llamar a la guardia si la reina no volvía inmediatamente a su celda.
El complot había fracasado. Al día siguiente, el propio Gilbert denunció los hechos y a todos sus compañeros. Michonis y el matrimonio Richard fueron encarcelados a pesar de que María Antonieta intentó exculparlos en su declaración. Rougeville logró huir, aunque sería fusilado años después en Reims en 1814. Como consecuencia directa, María Antonieta fue trasladada a otra celda aún más vigilada, donde un simple biombo la separaba de los guardias que la custodiaban las 24 horas.
El juicio: Una farsa judicial
El 3 de octubre de 1793, María Antonieta fue formalmente acusada por el Tribunal Revolucionario. El diputado Billaud Varenne la llamó despectivamente «la viuda Capet, una vergüenza para la humanidad y para su sexo». Menos de diez días después, el presidente del Tribunal, Herman, la interrogó oficialmente.
El juicio comenzó el 14 de octubre de 1793 ante una sala abarrotada. María Antonieta apareció pálida y enfermiza, vestida de negro de viuda, causando sorpresa entre muchos espectadores que esperaban ver a la temida «loba austríaca» de los rumores. A diferencia del juicio de Luis XVI, que había contado con pruebas documentales sólidas y semanas de preparación, María Antonieta apenas tuvo unas horas para organizar su defensa.
Su abogado principal, Claude-François Chauveau-Lagarde, la instó a escribir al Tribunal solicitando tres días adicionales para preparar su defensa. María Antonieta lo hizo, pero su petición quedó sin respuesta. El juicio se extendió durante dos agotadores días con el interrogatorio de 40 testigos. Las acusaciones eran mayormente abstractas, basadas en rumores y habladurías. Un testigo habló de supuestas orgías que admitió no haber presenciado personalmente; otro relató rumores infundados de que la reina había embriagado a los guardias suizos antes del asalto a las Tullerías.
Una de las acusaciones más siniestras fue la de incesto con su hijo, basada en una declaración firmada por el pequeño Luis Carlos bajo presión. Esta acusación fue finalmente desestimada. Sin embargo, el cargo de haber enviado secretos militares a Austria, enemiga de Francia, tenía más fundamento.
El juicio se prolongó durante 16 horas continuas el segundo día, hasta las 4 de la madrugada del 16 de octubre. María Antonieta confiaba en su actuación y creía que, en el peor de los casos, sería condenada a cadena perpetua. No sabía que su destino estaba sellado desde mucho antes.
Fue declarada culpable de tres principales cargos: conspiración con potencias extranjeras, agotamiento del tesoro del Estado, y alta traición al actuar contra la seguridad del Estado francés. La acusación solicitó la pena de muerte, que fue concedida. María Antonieta sería ejecutada ese mismo día. Cuando se le preguntó si tenía algo que decir, simplemente negó con la cabeza en silencio.
La última carta: Un adiós que nunca llegó
A las 4:30 de la madrugada del 16 de octubre de 1793, tras conocer su sentencia de muerte, María Antonieta escribió en su celda una emotiva carta dirigida a su cuñada Madame Élisabeth. Era su última oportunidad de expresar sus sentimientos y despedirse de sus seres queridos.
En la carta, escribió con profunda tristeza: «Es a ti, hermana mía, a quien yo escribo esta última vez. Acabo de ser condenada, no exactamente a una muerte vergonzosa, eso es para los criminales, sino que voy a reunirme con vuestro hermano». Continuó expresando su inocencia: «Inocente como él, yo espero mostrar la misma firmeza que él en sus últimos momentos. Estoy tranquila como se está cuando la conciencia no tiene nada que reprocharnos».
Su mayor dolor era abandonar a sus hijos: «Tengo un profundo dolor por abandonar a mis pobres hijos, vos sabéis que yo no vivo más que para ellos». La carta nunca llegó a manos de Madame Élisabeth. Fue interceptada y enviada a Robespierre. Trágicamente, Madame Élisabeth también sería guillotinada poco tiempo después.
El camino al cadalso
La mañana del 16 de octubre de 1793, María Antonieta desayunó un simple caldo y se cambió de ropa frente a sus guardias con la ayuda de su criada Rosalie Lamorlière, quien la cubrió situándose estratégicamente entre los centinelas y la reina. A María Antonieta no se le permitió vestir de negro por temor a que el color del luto pudiera excitar a la multitud expectante. En su lugar, se puso un sencillo vestido blanco, el color tradicional de las reinas viudas de Francia.
Cerca de las diez de la mañana, cuatro jueces y el secretario del Tribunal Revolucionario entraron en su celda para leerle por segunda vez su sentencia. Inmediatamente después, el verdugo Henri Sanson —hijo de Charles-Henri Sanson, quien había ejecutado a Luis XVI diez meses antes— se acercó a María Antonieta y le ató las manos a la espalda. Luego procedió a retirarle el tocado y a cortarle el cabello, que posteriormente fue quemado para evitar que pudiera constituir una reliquia monárquica.
A diferencia de su esposo, quien había sido conducido en su propia carroza, María Antonieta fue obligada a subir a una simple carreta tirada por dos percherones. El único asiento trasero consistía en una tabla de madera colocada sobre ejes, una humillación deliberada para la que había sido reina de Francia. Con las manos atadas a la espalda, María Antonieta subió a la parte trasera.
El trayecto hasta la Plaza de la Revolución (actual Plaza de la Concordia) duró aproximadamente dos horas y media. Durante todo el recorrido, María Antonieta permaneció en silencio, con la espalda erguida, mostrando la dignidad que caracterizaba a la realeza. El pintor Jacques-Louis David realizó un famoso boceto de la reina en la carreta, capturando su expresión serena pero resignada.

Miles de parisinos se agolpaban en las calles para presenciar el espectáculo. Algunos gritaban consignas revolucionarias, mientras otros observaban en silencio el paso de la que había sido su reina. La ciudad estaba fuertemente custodiada con miles de hombres en armas ocupando intersecciones y plazas estratégicas.
La ejecución: El último suspiro de la monarquía
Alrededor del mediodía, la carreta llegó a la Plaza de la Revolución. En el lugar donde anteriormente se había erigido una estatua de Luis XV, ahora se alzaba un enorme monumento a la Libertad con un gorro frigio, símbolo revolucionario. Junto a él, la guillotina esperaba sombríamente.
María Antonieta descendió rápidamente de la carreta sin necesidad de apoyo, a pesar de tener las manos atadas. Subió la escalera que conducía a la plataforma donde se hallaba la guillotina con firmeza, perdiendo uno de sus zapatos en el proceso (el cual se conserva actualmente en el Museo de Bellas Artes de Caen).
En un momento que se ha vuelto legendario, María Antonieta pisó accidentalmente el pie del verdugo con su otro zapato. Sus últimas palabras fueron: «Señor, le pido perdón, no lo hice a propósito». Incluso en sus últimos segundos de vida, la reina mantuvo la cortesía y las formas que le habían sido inculcadas desde niña.
A diferencia de Luis XVI, María Antonieta no se dirigió al público para pronunciar un discurso antes de su ejecución. Los ayudantes del verdugo la colocaron rápidamente sobre la plancha de madera de la guillotina. Le colocaron un cepo con forma de media luna para mantener fija su cabeza. A las 12:15 horas, el dispositivo fue activado.
La cuchilla cayó con precisión. Henri Sanson cogió la cabeza de María Antonieta por el cabello y la mostró al público gritando «¡Viva la República!». A diferencia de la ejecución de Luis XVI, donde la multitud había permanecido mayormente en silencio, esta vez algunos espectadores corearon consignas revolucionarias, aunque la mayor parte de la muchedumbre se dispersó rápidamente en un silencio incómodo.
Su cuerpo fue bajado del cadalso y transportado al cementerio de la Magdalena con la cabeza entre las piernas. Una vez allí, sus restos fueron arrojados a una fosa común donde también yacían los restos de Luis XVI, y fueron cubiertos con cal viva. Previamente, Madame Tussaud realizó una máscara mortuoria de María Antonieta, que se convertiría en una de las primeras piezas de su famosa colección de cera.
El legado de una reina trágica
María Antonieta tenía apenas 38 años cuando fue ejecutada, aunque las representaciones artísticas frecuentemente la muestran como una mujer de edad avanzada debido al deterioro físico que sufrió durante su encarcelamiento. Las condiciones infrahumanas de la Conciergerie, combinadas con el estrés emocional de perder a su familia y enfrentar su propia mortalidad, la habían envejecido prematuramente.
La ejecución de María Antonieta marcó un punto de inflexión en la Revolución Francesa. Para algunos, representaba el triunfo definitivo de la república sobre la monarquía; para otros, simbolizaba el descenso de Francia hacia el caos y la violencia desenfrenada. Durante el Reinado del Terror, que alcanzó su punto culminante en 1793-1794, aproximadamente 17.000 personas fueron ejecutadas en la guillotina.
La Conciergerie, donde María Antonieta vivió sus últimos días, perdió su función carcelaria en 1914 y fue clasificada como Monumento Histórico. Actualmente está abierta al público, y los visitantes pueden ver una reconstrucción detallada de la celda donde estuvo recluida la última reina de Francia. El lugar se ha convertido en un poderoso recordatorio de uno de los episodios más dramáticos y controvertidos de la historia francesa.
La historia de María Antonieta sigue fascinando a generaciones enteras, no solo por su vida de lujos en Versalles, sino por el dramático contraste con sus últimos días de sufrimiento y la dignidad con la que enfrentó su muerte. Su figura permanece como un símbolo complejo de una época tumultuosa que cambió para siempre el curso de la historia mundial.
Con información de: paris-conciergerie / wikipedia / NatGeo / worldhistorycommons / supercurioso / playbuzz
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