Por Cosas Muy Importantes | Benjamín Franklin hizo tantas cosas durante su larga vida que nos hace sentir que dormir es una pérdida de tiempo. Fue político, diplomático, editor de prensa, científico, inventor, padre fundador de un país y amante de las mujeres mayores… pero sobre todo era un rebelde.
Hoy les vamos a contar sobre su vida y obra así como muchas anécdotas increíblemente divertidas e interesantes de Benjamin Franklin.
Primeros años
Nacido en Boston, Massachusetts en 1706, Ben Franklin fue el décimo quinto de diecisiete hermanos. Su padre Josiah Franklin, tenía una fábrica de velas y jabones, en la que empezó a trabajar a los 10 años, porque no podían costear sus estudios.
El hombre considerado el estadounidense más brillante de su época rara vez vio el interior de un salón de clases. Franklin pasó solo dos años asistiendo a Boston Latin School y una academia privada antes de unirse al negocio familiar de fabricación de velas y jabones.
Es importante recalcar que la rebeldía corría por la venas de la familia, su abuelo materno Peter Folger, fue encarcelado por iniciar una revuelta en contra de los terratenientes de Pensilvania, y aunque fue liberado poco después por el gobernador, este hecho histórico marcó la vida de Franklin que también luchó contra la familia Penn.
La rebeldía familiar se hizo presente nuevamente, cuando su hermano James regresó de Inglaterra con una prensa, y fundando en 1721 el segundo periódico de Norteamérica, The New-England Courant, que además fue el primer periódico independiente ya que no contaba con la autorización de Inglaterra.
Es en el New-England Courant, donde Franklin comienza su aventura….
El joven Ben fue enviado a trabajar con su hermano en el periódico (principalmente porque tenía deseos de convertirse en marino y su padre estaba en contra de la idea), colocando las letras en la imprenta y vendiendo periódicos.
Tenía 12 años, cuando empezó como aprendiz contratado en la imprenta propiedad de su hermano, James. El joven Benjamin compensó su falta de educación gastando el poco dinero que ganaba en libros, a menudo sin comida para pagar nuevos volúmenes. También perfeccionó sus habilidades de composición leyendo ensayos y artículos y luego reescribiéndolos de memoria.
A pesar de ser casi completamente autodidacta, Franklin más tarde ayudó a fundar la escuela que se convirtió en la Universidad de Pensilvania y recibió títulos honorarios de Harvard, Yale, el Colegio de William y Mary, la Universidad de St. Andrews y Oxford.
Franklin se convirtió en un escritor de éxito cuando era adolescente.
Después de que su hermano James fundara el periódico semanal llamado New England Courant en la década de 1720, y que Franklin trabajara como aprendiz por algunos años, ya con 16 años, comenzó a enviar ensayos y comentarios en secreto como «Silence Dogood», una viuda ficticia que ofrecía reflexiones caseras sobre todo, desde moda y matrimonio hasta los derechos de la mujer y la religión.
Las cartas fueron muy populares y la Sra. Dogood pronto recibió varias propuestas de matrimonio de solteros elegibles en Boston. Franklin escribió 14 ensayos de Dogood antes de desenmascararse como su autor, para disgusto de su celoso hermano. Cansado del trabajo duro y las palizas que soportó como aprendiz de James, el adolescente Benjamín huyó de Boston al año siguiente y se instaló en Filadelfia, la ciudad que seguiría siendo su ciudad natal adoptiva por el resto de su vida.
Como dato curioso, sobre el New England Courant, el periódico era de corte liberal, y publicaba artículos humorísticos y dibujos animados contra el gobierno colonial.
En junio de 1722 publicó artículos satíricos contra el gobierno de Massachusetts por su lentitud a la hora de actuar contra los piratas costeros. Esto ofendió a la Asamblea del lugar y James fue encarcelado por dos semanas por desacato, ya que no reveló al autor.
Mientras James estaba en la cárcel, Benjamin dirigió el negocio. Cuando sacaron a James de la cárcel le prohibieron seguir imprimiendo el periódico, por lo que aparecía como publicado por Benjamin Franklin.
Otro dato curios, Franklin se hizo vegetariano desde los 16 años, para poder ahorrar dinero que gastaba en libros…
Les contábamos que con 16-17 años, Benjamin decidió escapar del control de su hermano y se marchó a Nueva York, pero nada más llegar alguien le propuso ir a Filadelfia, la capital de la colonia de Pensilvania. Cuando Franklin llegó una mañana al puerto de Filadelfia, a orillas del río Delaware, gastó los últimos peniques que le quedaban en comprarse un pan redondo y luego se paseó por las limpias ciudades de la ciudad, emblema del espíritu de orden y paz de los cuáqueros, la secta protestante mayoritaria en Pensilvania.
Encontró trabajo en una imprenta y se ganó una reputación de joven responsable y emprendedor. A los 18 años viajó a Londres, donde pasó año y medio perfeccionando sus conocimientos como impresor. A su vuelta a Filadelfia no tardó en crear una imprenta propia con ayuda de varios protectores; pese a los malos auspicios de algunos, la imprenta se convirtió en una empresa próspera, gracias a encargos como el de la emisión de papel moneda en las 13 colonias.
«La libertad de palabra es siempre síntoma, así como el efecto, del buen gobierno» dijo Franklin.
Hizo tanta plata con su propia imprenta que pudo “jubilarse” a los 42 años.
Para 1748, el hombre de 42 años era lo suficientemente rico como para colgar su delantal de impresor y convertirse en un «caballero del ocio». El retiro de Franklin le permitió pasar los 42 años que le quedaban estudiando ciencias e ideando inventos como el pararrayos, anteojos bifocales y una estufa de calefacción más eficiente. También le dio la libertad de dedicarse al servicio público.
A pesar de que nunca se postuló para un cargo electo, se desempeñó como delegado en el Congreso Continental y la Convención Constitucional, diplomático y embajador en Francia y Suecia, el primer director general de correos y presidente del Consejo Ejecutivo Supremo de Pensilvania. Pero ya les vamos a ir contando más detalladamente todo esto…
Al tiempo que prosperaba en su oficio, Franklin se embebía de la cultura de la Ilustración. En su autobiografía explica que prefería quedarse en el taller leyendo libros que unirse a sus compañeros «bebedores de cerveza». De ahí derivó sus ideas de tolerancia, de escepticismo ante los dogmas religiosos y de búsqueda del conocimiento útil para la sociedad. Fue ese también el origen de su vocación de periodista.
Otro dato particular: Estaba convencido de que las bajas temperaturas producían una especie de “reinicio” que mejoraría la eficiencia de los procesos orgánicos, incluyendo al cerebro. En otras palabras: nada mejor para despertarse que una buena ducha fría.
Algunos de los pensamientos de Franklin que nos reflejan su manera de ver la vida:
«No anticipéis las tribulaciones ni temáis lo que seguramente no os puede suceder. Vivid siempre en un ambiente de optimismo»;
«La alegría es la piedra filosofal que todo lo convierte en oro»;
«Presta dinero a tu enemigo y lo ganarás a él; préstalo a tu amigo y lo perderás».
Y una muy famosa, y perspicaz:
«Nada puede decirse que es cierto en este mundo, excepto la muerte y los impuestos».
Su éxito como impresor y periodista procuró a Franklin un gran prestigio en Filadelfia. Enseguida se convirtió en un líder político, hasta ser elegido representante en la asamblea de la colonia. Impulsó la masonería en la ciudad; de su imprenta salieron las Constituciones de Anderson en 1734, el primer libro masónico publicado en América.
También participó en muchas iniciativas sociales, como la fundación de la primera biblioteca pública de Filadelfia, el primer cuerpo de bomberos de la ciudad o la Universidad de Pensilvania.
Los polifacéticos intereses de Franklin se extendieron también al dominio de la ciencia. Como tantos otros hombres de la Ilustración, desde muy joven había sentido curiosidad por los fenómenos naturales. Por ejemplo, aprovechó el regreso de su primer viaje a Inglaterra para estudiar los delfines y calculó la posición del barco en el océano analizando un eclipse lunar.
También fue un gran atleta
Quizá el lado más desconocido del científico y padre fundador de los Estados Unidos, Benjamin Franklin sea el deportivo.
Franklin, era un atleta musculoso; estaba muy en forma y practicaba todo tipo de deportes: levantamiento de pesas, footing, natación… De hecho, era un nadador excelente. En una ocasión, nadó casi seis kilómetros desde Chelsea hasta Blackfriars, tras saltar de un barco que navegaba por el Támesis. Era el año 1726. Fue uno de los primeros hombres en realizar maratones de natación.
Además, era un profesor y entrenador de natación competente; asesoraba sobre seguridad en el agua, salvamento en botes salvavidas para escapar de los naufragios y acerca de la importancia de las clases universales para aprender a nadar, aunque rechazó una oferta de Sir William Wyndham para abrir la primera escuela de natación estadounidense en Inglaterra. Eso sí, propuso que todas las escuelas de la Commonwealth deberían tener programas de natación.
En las tertulias con sus amigos de Filadelfia discutía todas las cuestiones científicas de actualidad. A partir de 1748, cuando vendió su imprenta para vivir de la fortuna «modesta pero suficiente» que había conseguido amasar, pudo dedicarse plenamente a lo que él llamaba sus «diversiones científicas». Aunque no tenía una formación teórica profunda, confiaba en su intuición y su ingenio para analizar sin prejuicios los problemas y para buscar a sus hallazgos aplicaciones prácticas, que ayudaran a las personas y a la sociedad.
Uno de los temas que más atrajo la atención de Franklin fue la electricidad, cuestión muy de moda en la época. Frente a muchos que creían que la electricidad podía crearse, por ejemplo mediante fricción, Franklin se dio cuenta de que los fenómenos eléctricos son resultado de la transferencia de electricidad entre polos positivos y negativos. En 1747 realizó varios experimentos con bolas de acero y de corcho que causaron sensación entre sus paisanos de Filadelfia. En una carta confesaba: «Nunca me había volcado tan totalmente en un estudio como ahora; hago experimentos cuando puedo estar solo, y los repito ante mis amigos y conocidos, que, por la novedad del tema, vienen en multitud a verlos». Demostró asimismo que los rayos eran descargas de tipo eléctrico mediante un experimento famoso, consistente en hacer volar, durante una tormenta, una cometa dotada de un alambre unido a un hilo de seda, conectado a su vez con una llave. Franklin acercó la mano a una llave que pendía del hilo y observó que saltaban chispas, lo que evidenciaba la presencia de electricidad.
El Pararrayos
El experimento de la cometa está relacionado con el invento que lo hizo famoso en el mundo entero: el pararrayos. En sus experimentos, Franklin observó que los objetos puntiagudos atraían y transmitían más eficazmente la electricidad que los objetos romos. De ello dedujo que una vara de hierro terminada en punta y colocada en lo alto de un edificio atraería la carga eléctrica de una tormenta, que se podría transmitir a la tierra mediante un cable, antes de que cayera el rayo. En una carta escrita en 1750, Franklin explicó esa técnica «útil a la humanidad para preservar casas, iglesias, barcos, etc., de las descargas de rayos». En una época en que los techos eran de madera y podían arder fácilmente, el invento de Franklin se difundió con gran rapidez; en 1782 se habían instalado en Filadelfia 400 de estos artilugios. Algunos clérigos se opusieron por considerar que los rayos eran un fenómeno sobrenatural en el que el hombre no debía interferir, pero Franklin replicó: «Desde luego el trueno del cielo no es más sobrenatural que la lluvia, el granizo o el sol, y bien que nos protegemos de ellos con techos y sombrillas».
El pararrayos no fue el único invento de Franklin. Para él toda investigación científica debía estar encaminada a mejorar la vida de la gente: «¿Qué sentido tiene la filosofía que no se aplica a un fin útil?», solía decir. De ahí su incansable búsqueda de soluciones ingeniosas a los problemas de la vida diaria. Sugirió, por ejemplo, que se evitaran las ropas oscuras en zonas de clima cálido, ya que los colores oscuros absorben más calor que los claros. Franklin sabía que un objeto absorbe todos los colores de la luz menos el que refleja, y que, mientras el blanco los refleja todos, el negro los absorbe todos.
Su conocimiento de los barcos –cruzó ocho veces el Atlántico– le llevó a sugerir que se siguiera el modelo chino de dividir las bodegas de los navíos en compartimentos estancos; de este modo, en caso de que se abriera una vía de agua en un sector, el fluido no ocuparía toda la bodega y la nave no se hundiría. También inventó el llamado «horno de Franklin» o «estufa de Pensilvania», que consumía mucho menos combustible que las chimeneas normales.
Benjamín Franklin fue promotor del seguro
En 1730, cuando un terrible incendio parecido al de Londres asoló uno de los muelles más conocidos de Filadelfia. Todas los almacenes ardieron y el fuego se contagió a las calles cercanas, quemando más edificios. Las técnicas antiincendios estaban en pañales y los daños fueron valorados en miles y miles de libras. En su periódico, Franklin comentó que era necesario construir instituciones y milicias semiprofesionales para combatir este enemigo. Y fundó la Union Fire Company, los primeros bomberos voluntarios del Estado.
En 1751, su compañía se reunió con otras dedicadas a lo mismo y decidieron, todas juntas, formar la primera compañía aseguradora en las colonias, la Philadelphia Contributionship. En principio, sobre 70 estadounidenses se unieron, pagando una cuota para asegurar sus propiedades. Todos acordaron pagar lo mismo, que sería ingresado en un fondo común del que se sacaría dinero en caso de alguna desgracia.
Estas primeras pólizas tenían una duración de siete años. Cuando este periodo pasaba, el dinero volvía a las manos del asegurado, que podía escoger si volvía a suscribirla o no. En el primer año de operaciones, la compañía de Frankiln logró asegurar a 143 personas, pero irónicamente no se produjo un solo incendio en esos 12 meses.
Pero la actividad de Franklin no se limitó a los incendios. A lo largo de su vida, ya convertido en un ciudadano mítico, impulsó seguros de vida, de viudedad, para huérfanos, para los cultivos… tantos, tantos, que algunos lo apodan el Ben-Efactor de los seguros en Estados Unidos.
Por el bien de la humanidad
Otros inventos destacados fueron las lentes bifocales, que fusionaban dos pares de anteojos en una misma montura a fin de no tener que cambiarlos para ver de cerca y de lejos; los catéteres urinarios flexibles (para tratar los cálculos renales de su hermano John), así como las aletas de nadador, el humidificador para estufas, el cuentakilómetros o la armónica de cristal. Su espíritu filantrópico le llevó a permitir la libre difusión de muchos de estos hallazgos. Así sucedió con el horno que lleva su nombre: además de no registrar su patente, publicó un folleto en el que explicaba con todo lujo de detalles su constitución y funcionamiento, para que cualquiera pudiera construirlo.
En 1781, escribió un estudio acerca de las flatulencias, titulado «Fart Proudly» («Tirarse un pedo orgullosamente«). En el texto incitaba a los científicos de la época, a estudiar en más profundidad el tema, para así poder remediar el mal olor de las ventosidades humanas, que según describía, resultaba «usualmente ofensivo para los acompañantes«. Se trataba, según él, de encontrar algún tipo de aditivo que se pudiera añadir a la bebida o a la comida y que eliminara el mal olor de las flatulencias.
El ensayo nunca fue enviado a la Royal Academy, pero Franklin repartió copias entre sus amigos y tras su muerte éstas salieron a la luz.
Franklin murió en 1790, a los 84 años. Para entonces las colonias británicas de América se habían convertido en un país independiente, Estados Unidos, en un proceso en el que el propio Franklin tuvo una participación de primer plano. La nueva nación tuvo muchos padres de la patria, empezando por su primer presidente, George Washington, héroe de la guerra de independencia contra Gran Bretaña; pero quizás el más querido y más recordado de todos fue «Ben Franklin, impresor».
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