Por Crónicas de Ares | En 1979 la Unión Soviética invadió Afganistán en apoyo del gobierno comunista del país, nacido un año antes e inmerso en una guerra civil contra grupos insurgentes muyahidines. La milenaria irreductibilidad afgana y el apoyo internacional a los grupos rebeldes alargarían nueve años un cruento conflicto que no solo se saldaría con la derrota soviética y precipitaría la caída de la URSS; también propiciaría el ascenso de los talibán y la implantación de un nuevo orden internacional tras el 11 de septiembre de 2001.
A lo largo de su historia, Afganistán ha sufrido la invasión de diversos imperios. Desde los persas de Ciro el Grande a los británicos en el siglo XIX, pasando por los griegos, los árabes, los mongoles.
Gran Bretaña y Rusia, en pleno apogeo de la colonización, intentaron apoderarse de Afganistán. Mientras Moscú aspiraba a conseguir una salida al océano Índico, Londres intentaba evitar que este expansionismo amenazara India, la más preciada de sus colonias.
Ambos imperios, sin embargo, toparon con un impedimento prácticamente insalvable en la abrupta geografía afgana, idónea para hostigar a ejércitos invasores. Los británicos así lo comprobaron en dos guerras (1838-42 y 1878-80) en las que sufrieron derrotas contundentes ante los afganos.
El siglo XX no fue mejor. Las potencias extranjeras pusieron y quitaron reyes y gobiernos, provocando una fuerte inestabilidad política que desembocó en la intervención de la URSS en el país. Esa guerra fue el Vietnam soviético. En 1989, diez años después de la invasión, las tropas de la URSS se retiraban de Afganistán.
En plena Guerra Fría, la URSS tenía que entrar en Afganistán porque por lógica EEUU lo haría en Irán después de que su aliado, el Sha hubiera sido expulsado por la Revolución de los Ayatolás.
El régimen soviético había reconocido la independencia de Afganistán en 1919 después de que el país hubiera sido invadido a principios de siglo por la Rusia zarista en el norte y por imperio Británico en el sur, en lo que se convirtió en la Guerra ruso-afgana. Se estableció una monarquía con cierta dependencia de Moscú que fue preparando el terreno hasta el golpe de Estado de 1973 llevado a cabo por dos oficiales formados en las academias soviéticas cuarenta años antes.
Mohammed Daud impuso un nuevo régimen en pocos años a partir de 1977, claramente autoritario. Daud sin embargo era esencialmente nacionalista y aunque había subido al poder en parte con el apoyo del partido comunista afgano, el Parcharam, se aleja de sus antiguos protectores y recentra el régimen apartando además a todos los ministros marxistas del gobierno. Este proclamó la república y se convirtió en el nuevo presidente, pero, en lugar de efectuar cambios, suscitó el descontento popular con sus arbitrariedades, como el reparto de los principales cargos políticos entre sus parientes y amigos. Daud fue a su vez derrocado y asesinado en 1978 por un nuevo golpe de palacio y Nur Muhammad Taraki se convierte en presidente del Consejo Revolucionario y jefe del Gobierno.
El régimen comunista afgano promovió diversas reformas. En los pueblos, las niñas fueron escolarizadas, y se formaron los técnicos y los profesores que tanta falta hacían al país. El analfabetismo, masculino y femenino, experimentó una considerable reducción. En el terreno espiritual, el gobierno fracasó. Intentó imponer una ideología atea sin tener en cuenta lo arraigado de la religión en el pueblo. Tampoco funcionó la reforma agraria, que se estrelló contra estructuras feudales. En el ámbito político, los comunistas persiguieron a la oposición.
Hubo un fuerte aumento en la represión política en el país, llegando a haber hasta más de 11 000 presos políticos en 1979. La abolición de la dote, junto con las medidas «anti-usura» tuvieron como consecuencia que muchas personas en el campo no pudiesen recibir préstamos ni casarse, al tiempo que la reforma agraria resultó un fracaso y muchos campesinos tuvieron que abandonar sus tierras.
Pronto las tensiones se disparan por todo el país entre etnias y tribus. La sociedad afgana se componía de un mosaico de tribus rivales entre sí. Los pastunes eran los poderosos, pero también había que contar con uzbekos, tayikos, hazaras, nuristaníes y baluchíes. El estado, de clara inspiración soviética impone una economía de tipo socialista en la que los consejeros de Moscú se habían imbricado hasta muy dentro de la administración. Con todo, el país seguía siendo independiente hasta que un acontecimiento lo cambió todo: la crisis de los rehenes de Irán de 1979.
Entre el 10 y el 20 de marzo de 1979 el ejército de Herat, bajo el control de Ismail Khan, se rebeló y 350 asesores militares soviéticos y sus familiares fueron asesinados. La URSS bombardeó la ciudad, causando una destrucción masiva y miles de muertes, y fue nuevamente recapturada con tanques y paracaidistas. La destrucción de la ciudad de Herat marcó el inicio de la guerra civil afgana.
El opositor Hafizullah Amín se haría luego con el poder tras ordenar el asesinato de Taraki. Amín hizo que el Consejo Revolucionario le nombrara presidente y también se convirtió en líder del Partido Democrático. Lejos de detener el terror, Amín lo intensificó notablemente.
Durante los 104 días de su gobierno, Amín trató de lograr el interés de los gobiernos de Pakistán y de Estados Unidos en materia de la seguridad afgana. El giro de su política hacia los intereses estadounidenses provoca la definitiva intervención directa de la Unión Soviética. El 27 de diciembre, la URSS envía un comando especial del KGB, OSNAZ (Grupo Alfa), compuesto por 600 soldados vestidos con uniformes de afganos que en Kabul ocupan las principales instalaciones gubernamentales, militares y de medios de comunicación, incluyendo su principal objetivo, el Palacio de Tajbeg, en el que Amín es asesinado (Operación Tormenta-333). Desde el punto de vista de la Unión Soviética, no se produjo una «intervención soviética en Afganistán», dado que las tropas entraron en el país por petición de las autoridades afganas.
La escalada de violencia entre el gobierno comunista y diversas facciones rebeldes era insostenible. La Unión Soviética envió a sus tropas para evitar el desmoronamiento del régimen. Los soviéticos ocuparon el país en pocas horas. Sus generales creían que su función se reducía a respaldar al ejército afgano, pero comprobaron que debían ser ellos quienes lucharan directamente. Su control del territorio, además, se veía limitado a las grandes ciudades. En total, la fuerza soviética inicial fue de alrededor de 1 800 tanques, 80 000 soldados y 2 000 blindados. Con la posterior llegada de dos divisiones, ascendió a más de 100 000 efectivos en total.
Lo que ocurrió fue que en el equilibrio de la Guerra Fría y después de la derrota de EEUU en Vietnam, la posibilidad de una intervención de EEUU en Irán forzaba a la URSS a extender su frontera ocupando un país que era una pesadilla por lo poco cohesionado y que estaba ya prácticamente en una guerra civil entre el gobierno y las tribus insurgentes del islam que no aceptaban las normas laicistas de Kabul. Los muyaidines surgieron así en contra de la influencia comunista.
Con el derrocamiento de Amín, el Consejo Revolucionario nombró al ex viceprimer ministro Babrak Karmal como presidente.
Además Arabia Saudí comenzó a apoyar a los muyahidines del Islam y poco más tarde se produjo uno de los giros dramáticos de la política exterior de EEUU, cuando el congresista de Texas Charlie Wilson consiguió aprobar en el Senado un presupuesto militar para financiar también a los rebeldes afganos.
De forma encubierta, Estados Unidos proporcionó armas a la oposición anticomunista, integrada por los llamados guerreros santos. Cuando intervinieron los soviéticos, los misiles Stinger que entregó EE.UU. a los guerrilleros resultaron decisivos para contrarrestar la supremacía aérea de los soviéticos. Los rebeldes forman alianzas y se unen en subgrupos unidos por pertenecer a una etnia o contexto comunes. Además, tanto China como Estados Unidos los apoyan enviándoles grandes cantidades de armamento a través de Pakistán. Estados Unidos proporciona ayuda a los rebeldes de forma clandestina. Al inicio de la guerra proporcionan material obsoleto de la Primera Guerra Mundial, e incluso más antiguo, a fin de que sea imposible relacionar el material entregado con los Estados Unidos, para evitar molestar a los soviéticos. Más adelante acaba proporcionando material bastante más avanzado como misiles antitanque guiados de fabricación francesa y morteros de 120 mm que servirán para bombardear los campamentos soviéticos en la zona.
Las zonas rurales estaban en manos de la guerrilla. Esta, con su mayor movilidad, podía enfrentarse con éxito a un enemigo infinitamente superior en armamento. Además, la geografía abrupta de Afganistán facilitaba los escondites y dificultaba el control efectivo del territorio a los soviéticos. Las armas rústicas con las que defendieron en un principio de la invasión soviética demostraban que el conocimiento profundo de los muyahidines de la montaña afgana se convertiría en una pesadilla como así fue. Al final la propia degradación de la URRS durante la década de los 80 y la progresiva apertura junto a los reveses militares agotaron la presencia soviética.
La guerra afgano-soviética se alargó diez años. Para intentar ganarla, Moscú desató una represión brutal. Pueblos y cosechas quedaron destruidos, lo que acentuó todavía más la resistencia contra la URSS y, a la postre, aceleró su derrota.
El conflicto se convirtió en una sangría para el Kremlin, tanto en hombres como en fondos. Finalmente, en 1989, las tropas soviéticas se retiraron humilladas. Las consecuencias de la guerra, tanto económicas como sociales, fueron otro de los factores que contribuyeron a precipitar el fin del comunismo ruso.
La retirada de tropas soviéticas de Afganistán comenzó el 15 de mayo de 1988 y terminó el 15 de febrero de 1989 bajo el liderazgo del coronel general Borís Grómov en el último periodo de supervivencia de la República Democrática de Afganistán por el incremento de las facciones muyahidines que eran antisoviéticas y anticomunistas. La planificación para la retirada de la Unión Soviética (URSS) de la guerra de Afganistán comenzó poco después de que Mijaíl Gorbachov se convirtiera en Secretario General del Comité Central del Partido Comunista de la Unión Soviética.
Los Acuerdos de Ginebra, firmados por representantes de la URSS, los Estados Unidos, la República Islámica de Pakistán y la República de Afganistán (así rebautizada en 1987) el 14 de abril de 1988, proporcionaron un marco para la salida de las fuerzas soviéticas y establecieron un entendimiento multilateral entre los signatarios sobre el futuro de la participación internacional en Afganistán. La retirada militar comenzó poco después, y todas las fuerzas soviéticas abandonaron Afganistán el 15 de febrero de 1989. Después de la retirada soviética, EE.UU. puso en el poder a un gobierno títere. Su autoridad no fue aceptada por la oposición, por lo que estalló una violenta guerra civil. Los talibanes, apoyados por Pakistán, ocuparon Kabul en 1996. Su oleada represiva transformó Afganistán en el “reino del terror”, en palabras de Amnistía Internacional. Tras los atentados en Nueva York y Washington de septiembre de 2001, Afganistán volvía a ser invadido, esta vez por EE.UU.
Imagen portada: Shutterstock
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