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Historia incómoda (parte II): el lado oscuro de otros ídolos

Historia incómoda (parte II): el lado oscuro de otros ídolos

Por Cosas Muy Importantes | Sin pretender quitarle méritos ni importancia a grandes figuras que han hecho historia, hoy les hablamos de su lado más humano. Inspirados en el maravilloso libro ‘El Club de los Execrables’ de Malcolm Otero y Santi Gimenénez, les contaremos a continuación sobre las sombras de algunos ídolos, en esta segunda parte de Historia incómoda, desde Winston Churchill hasta Cantinflas.

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Winston Churchill: racista sin disimulo

Winston Churchill, uno de los máximos antagonistas del nazismo, uno de los grandes defensores de la democracia occidental y uno de los políticos más admirados de la historia. Galardonado con el Premio Nobel de Literatura y nombrado en 2002 como «el Mejor británico de la historia» (por encima de Darwin y Shakespeare), sin embargo, Churchill, como todos los hombres, tenía su lado oscuro que dejó reflejado en algunas actitudes y frases.

En la Primera Guerra Mundial quiso aislar navalmente al enemigo para que, literalmente, muriera de inanición. También literalmente dijo que había que matar de hambre a los hombres, mujeres y niños de Alemania. «Alemania está a punto de morir de hambre. Dentro de poco estará colapsada… Entonces será el momento de negociar.» Impresionante, ¿no?

Churchill ha sido criticado por defender el uso de armas químicas, sobre todo contra los kurdos y los afganos.

«No puedo entender esta aprensión sobre el uso de gas», escribió en un memorándum cuando era ministro de la Guerra y el Aire, en 1919.

«Estoy totalmente a favor de utilizar gas venenoso contra las tribus incivilizadas», continuó.

Estas frases han sido utilizada por críticos como Noam Chomsky para atacar a Churchill.

Pero la controversia es inapropiada, dice Warren Dokter, autor de Winston Churchill and the Islamic World (Winston Churchill y el mundo islámico).

«Lo que Churchill proponía usar en Mesopotamia era gas lacrimógeno, que no es gas mostaza».

El memorándum de 1919 continuaba: «El efecto moral debería ser tan positivo, que la pérdida de vidas debería reducirse al mínimo. No es necesario usar uno de los gases más mortales: se pueden usar gases que causan mucha molestia y crean un agitado terror y, al mismo tiempo, no dejaría ningún efecto grave permanente en los afectados».

Pero algunos todavía critican los ataques aéreos británicos utilizados para reprimir a las tribus rebeldes de la región.

Y es importante destacar que Churchill defendía el uso de gas mostaza contra tropas otomanas en la Primera Guerra Mundial, dice Dokter, aunque esto sucedió en un momento en el que otros países lo estaban utilizando.

  Churchill también fue el padre del famoso bombardeo de Dresde, uno de los más polémicos de la Segunda Guerra Mundial, en el que se masacró a la población civil y se arrasó la ciudad cuando los “alemanes estaban ya en las últimas. Churchill justificó ese cruel bombardeo con una mentira al alegar que en Dresde se encontraba el cuartel general nazi y el centro de la Gestapo, pero en realidad lo que había en esa ciudad eran diecinueve hospitales. Es la misma táctica que usó Bush con Saddam.

Por no hablar de la «Operación vegetariana», una intervención que había de llevarse a cabo durante la Segunda Guerra Mundial y cuyo propósito era contaminar con cinco millones de pastillas el pienso para el ganado de consumo humano. Por fortuna no se llegó a poner en práctica, pero previamente hicieron un pequeño experimento en la isla escocesa de Gruinard para probar los efectos. El resultado, obviamente, fue devastador: ha contaminado la isla durante cincuenta años. Imaginen lo que habría pasado en las pobladas ciudades alemanas. Un caso que recuerda el lamentable episodio de las «vacas locas» que afectó al Reino Unido a finales del pasado siglo….

Tiene frases como: «No admito, por ejemplo, que se haya infligido una gran injusticia contra los indios de América o el pueblo negro de Australia. No admito que se haya cometido una injusticia contra estos pueblos por el hecho que una raza superior, una raza de grado superior, una raza con más sabiduría sobre el mundo, por decirlo de alguna manera, haya llegado y haya ocupado su lugar.»

En abril de 2016, el diputado laborista inglés Benjamin Whittingham escribió en su cuenta de Twitter que «Churchill era un racista y un supremacista blanco». Fue linchado por los medios de comunicación, y el Partido “Laborista tuvo que pedir perdón desautorizándolo.

Churchill también era un firme defensor de la eugenesia (la aplicación de las leyes biológicas de la herencia para perfeccionar la especie humana). Él creía que los ingleses se encuentran en la cúspide de la teoría darwiniana.

 Siguiendo con el tema del racismo, no solo tenía manía a los negros. También despreciaba a otros pueblos que él consideraba «menores». De hecho, tenía uno muy cerca de casa: Irlanda. Y otro algo más lejos: España.

En la visión de Churchill, los cristianos blancos protestantes estaban en la cumbre, por encima de los blancos católicos, mientras que los indios estaban por encima de los africanos, añade.

Churchill fue uno de los organizadores de la guerra sucia contra los irlandeses mediante los escuadrones de la muerte denominados «Black and Tans». Antes de ir a matar nazis por Europa, Churchill practicó con los del IRA. Puso precio a la cabeza de Michael Collins —cinco mil libras—. Su propia cabeza, cuando estuvo en la guerra de los bóeres, se valoró solo en veinticinco. A pesar de ser un precio más propio de Wallapop, se “sentía muy orgulloso de que en un tiempo hubiesen ofrecido una recompensa por matarlo. De hecho, tenía el documento de la recompensa por su vida emitido por los bóeres colgado en su despacho.

 Su opinión sobre los españoles tampoco era mucho mejor. Decía que el gobierno de la República «apestaba a revolucionario» y definía los españoles como «seres vengativos envenenados por el odio». Pero no seamos injustos. No se puede generalizar. No todos los españoles le caían mal. Había uno que le caía especialmente bien: Francisco Franco. Churchill vio con muy buenos ojos el Alzamiento Nacional porque solo había una cosa que le pusiera más nervioso que un nazi: un socialista.

«El socialismo es la filosofía del fracaso, el credo de la ignorancia y predica la envidia. Su virtud inherente es la distribución equitativa de la miseria», es una de sus frases más célebres. Tampoco se quedaba corto cuando tenía que enviar a la policía a reventar huelgas.

Si a sus compatriotas no les dejaba pasar ni una, imaginen a los indios. Sus diferencias con Gandhi eran palmarias, lo animaba durante sus huelgas de hambre: «No le fuercen a comer. Si muriera nos desharíamos de un hombre malo y de un enemigo del Imperio.»

También se le acusa de ser el responsable entre 1929 y 1939 del genocidio del pueblo bengalí, en el que murieron entre seis y siete millones de personas.

Tenía más costumbres cuestionables, como tomarse una copa de whisky en cuanto se despertaba. Otra gran costumbre era despachar los asuntos de estado desde la cama.

En definitiva, Churchill era hijo de su época, un tiempo en que el soborno no era ilegal, el racismo era más habitual y la gente fumaba en los bares.

Elvis Presley: extraño y adicto

El rey del rock n roll dejó huella en la cultura pop, pero no toda su vida era tan perfecta como aparentaba.

Al ser un icono de la música y de la moda, la vida de Elvis siempre fue muy pública, sus fanáticos querían saberlo todo y lo seguían a todos lados, dejando poco tiempo para la privacidad, aunque él sabía como encontrarla, creando su propio santuario, la mansión de Graceland, para escapar de todo, y era ahí, en lo privado, que su peor lado comenzó a salir.

De acuerdo con Priscila, su esposa, sus ex parejas, amigos y biógrafos, la vida de Elvis Presley no era perfecta, e incluso escondía algunos secretos.

Algunos complejos…

Hacia afuera, Elvis parecía confiado y seguro, pero, de acuerdo con los reportes, su cuerpo siempre fue un motivo de inseguridad. Supuestamente pensaba que su cuello era horrible, así que, para esconderlo, decidió usar los cuellos altos que se convirtieron en un sello de su etilo personal, marcando una tendencia alrededor del mundo.

En especial en sus últimos años, las drogas se convirtieron en un gran problema para Elvis, que además tenía problemas de alcohol y una relación extraña con la comida (se dice que comía exactamente lo mismo por periodos de hasta 6 meses). 

Algunos rumores dicen que el uso de drogas era tan extremo, que Elvis incluso se quedaba dormido sobre su comida, y que todo esto estaba relacionado con algunas tragedias que vivió, incluyendo la muerte de su madre.

Según cuentan las leyendas, en una ocasión, Elvis intentó reunirse con el presidente Jimmy Carter para pedir el perdón para un amigo policía que tenía problemas legales, pero Carter lo rechazó porque estaba tan drogado que apenas y podía mantenerse de pie.

Sobre su consumo…

Su ritmo de trabajo era tan frenético que se pasaba los rodajes drogado (recordemos que grabó decenas de peliculas). Se convirtió en un adicto a las anfetaminas y a la cocaína para trabajar, y a los somníferos para poder descansar. Sus compañeros de farra explican que en ocasiones iban tan colocados que podían pasarse tres días sin dormir.

Pero lo peor de todo era la doble moral con la que vivía esta situación. Hace poco, el FBI desclasificó unos documentos en los que Elvis se ofrecía al presidente Nixon como agente secreto para luchar contra las drogas y los grupos de hippies y negros que empezaban a aparecer alrededor de la industria del espectáculo. «Estimado señor presidente, me gustaría presentarme: soy Elvis Presley y lo admiro. La cultura de la droga, los hippies y los Panteras Negras no me consideran un enemigo […] Yo puedo y quiero servir mi país; podría y desearía actuar como agente federal sin limitaciones, sería mucho más útil.»

  Nixon recibió a Elvis en la Casa Blanca el 21 de diciembre de 1970 y el cantante le regaló un Colt 45 de la guerra de Secesión que había sido propiedad de Nathan Bedford, uno de los fundadores del Ku Klux Klan. Una joya.

  Su vida personal tampoco era mucho más ordenada que sus ideas políticas.

  Según los biógrafos, Elvis creía que tenía poderes sobrenaturales (no se referían al movimiento de caderas) y que curaba a los enfermos solo con tocarlos. Muchas veces hablaba de «el don y la misión que Dios me ha dado para liderar el mundo». Rollo Doctor Maligno de Austin Powers. Además, con él, Freud se habría puesto las botas. Un caso de manual de tarado enamorado de su madre.

  Como detalle valga decir que, cuando murió su madre, él estaba haciendo el servicio militar en Alemania y se hizo llevar desde Memphis el árbol con el cual pasó con ella la última Navidad y convirtió la habitación de su madre en una capilla donde solo podía entrar él.

  No es extraño que en aquellos momentos se enamorara de Priscilla Beaulieu, la que sería su mujer, el gran amor de su vida, y madre de su hija Lisa Marie, quien a su vez acabó casándose con Michael Jackson. Al final, todo cuadra.

  Lástima que, cuando se enamoró de Priscilla, ella tuviera catorce años, pero “¿qué importa la edad si el amor es puro?

  Priscilla era la hija de un coronel destinado en Alemania y se prometieron formalmente con la autorización del padre. Cuando acababa el curso escolar, en lugar de ir de campamentos, Priscilla se iba a Graceland a empastillarse con El Rey.

  Su relación, como es de suponer, no acabó bien. Él era absolutamente obsesivo y se volvió (otro más) megalómano. Podía pasarse semanas sin salir de casa. Todo lo que quería lo tenía en Graceland. Priscilla, en sus memorias, Elvis y yo (título muy críptico), explica que en una ocasión se pasaron un día entero viendo películas de terror en la sala de cine de la mansión y que una vez acabada la sesión, Elvis le propuso ir a dar una vuelta, cosa muy extraña en él, porque nunca salía. Llamó a su chófer e hizo que le abrieran por la noche el depósito de cadáveres de Memphis para poder ver a los muertos. Según relata su exmujer, por lo visto no era la primera vez que lo hacía.

La fecha oficial de su muerte es el 16 de agosto de 1977. Su autopsia reveló que tenía al menos diez drogas diferentes en su sangre al momento de su muerte.

Muchos pensaban que todo había sido un engaño, y comenzaron a surgir reportes de que Elvis estaba vivo y que algunos fanáticos lo habían visto, pero ningún reporte era cierto.

Elvis fue enterrado en Memphis y, según los reportes, unos días después, tres hombres fueron detenidos, mientras intentaban meterse a la cripta para robar su cuerpo. Para evitar más incidentes, el cuerpo de Elvis fue enterrado en los jardines de su mansión, Graceland.

Pablo Picasso: egocéntrico y maltratador

Las biografías de Pablo Ruiz Picasso suelen destacar por encima de todo a un genio de la pintura capaz de crear el cubismo. Un talento sobrenatural encerrado en un estudio hasta altas horas de la madrugada. Fernande Olivier relata que no se le podía molestar durante la mañana, ya que las dedicaba a descansar tras toda una noche entre lienzos y pinturas. La que fuese su amante, cuyos escritos son uno de los mejores retratos de los primeros años del pintor en París, cuenta cómo Pablo Picasso despachaba habitualmente a las visitas con malos humos cuando llegaban a su domicilio de Montmartre e interrumpían su descanso.

Olivier  fue una de las primeras amantes, y una de las pocas previas a su consagración como el pintor más célebre de su época, fue la modelo que inspiró el cuadro Las señoritas de Aviñón y gran parte de las obras de la llamada época rosa. Ella relató que Él era tan celoso que no la dejaba salir de casa, hasta el punto de robarle los zapatos para que no pudiera poner un pie en la calle. Vivieron juntos siete años.

Pero por lo visto a él le parecieron pocos porque, cuando se hizo rico y famoso, la abandonó y se enamoró de Eva Gouel. La dejó sin un céntimo y se negó a ayudarla

Fernande pasó innumerables penalidades y, años después, y con el propósito de sacar algo para su subsistencia, publicó unos recuerdos de Picasso («Cuando Picasso era bombero») en el diario belga Le Soir. Las entregas aparecían cada semana, hasta que Picasso recurrió a sus abogados para que lo impidieran. Al final consiguió publicarlos en el Mercure de France.

  Pues bien, en 1956, Fernande se había quedado sorda y artrítica y Picasso le cedió una suma (modesta) de dinero a cambio de que no escribiera nada más sobre él. Un hombre desprendido y atento.

Años después, estando casado con Olga Khokhlova (que, por cierto, también acabó demente y trastornada, primero en un manicomio y después en una orden religiosa), conoció a Marie Thérèse, que tenía diecisiete años. Ya sabemos que parece poco comparado con Chaplin (o Machado), pero era completamente ilegal. Para poder verla a escondidas, él la internó en un campamento para niñas, junto a la casa de veraneo donde iba con su mujer, Olga. Dijo que le daba morbo verla rodeada de tanta juventud.

  Sádico como era con las mujeres, le gustaba juntar a las dos en su casa y ver “cómo se peleaban por él a puñetazos. Como explicó a su amigo Antonio D. Olano en el libro Las mujeres de Picasso: «Me gusta hacer este tipo de cabronadas, son como las travesuras que hacía de niño.»

  Qué razón tenía María, la madre de Pablo, cuando antes de la boda le dijo a Olga: «Pobre muchacha, no sabes dónde te vas a meter. No creo que haya una sola mujer que pueda ser feliz con mi hijo.» Y si esto lo dice una madre…

  La relación con Marie Thérèse no fue larga, pero tuvieron una hija, Maya, a la que él nunca quiso reconocer. Picasso, como el perro del hortelano, abandonó a su mujer, pero la tuvo siempre cerca. Cuando murió, ella se suicidó en el garaje de la casa del pintor. A Marie Thérèse la dejó por la fotógrafa Dora Maar, que acabó también en un frenopático.

Arianna Stassinopoulos va más allá en su polémica biografía «Sobrevivir a Picasso». Retrata, a través de las experiencias de Françoise Gilot (esposa de Picasso durante 10 años y madres de sus dos hijos), a un hombre sádico, bisexual, ególatra, psicótico, manipulador, oportunista, cínico y maltratador. Una figura que, según la escritora, hacía lo que quería y cuando le daba la gana. Culpaba a Dios de la muerte de su hermana Conchita y no le importaba traicionar a sus amigos para cumplir sus deseos.

Paula Izquierdo, en su libro Picasso y las mujeres, mantiene que durante años Picasso visitó a menudo la casa de Marie Thèrése para que le cortara las uñas y el pelo, que guardaba en pequeñas bolsas para evitar que hicieran brujería.

  Pero la relación más larga la tuvo con Jacqueline Roque, ella se mantuvo alejada de todo, , pero como todo lo que tocaba el genio, se trastornó. Fue la sumisa perfecta. Le besaba la mano, le llamaba «monseñor» y fue quien impidió que sus nietos asistieran al funeral. El joven Pablito, de veintitrés años, se suicidó bebiendo lejía después de que le lanzaran los perros cuando intentó despedirse de su abuelo. Años más tarde, también ella se pegó un tiro.

  Además, por si fuera poco, era violento y manipulador. Otra de sus mujeres, Françoise Gilot, explica en Mi vida con Picasso que el pintor tenía accesos violentos. Llegó a intentar quemarla con un cigarrillo. No se sabe si finalmente lo hizo, pero su nieto Olivier, para defenderlo, lo negó, alegando que Picasso paró en el último momento y dijo: «No es una buena idea. Después de todo, puede ser que algún día quiera volver a mirarte.» Todo un señor.

  La cosa no acaba aquí, también era un tacaño de manual. Su fortuna (por la cual sus herederos se arrancaron los ojos) se calcula en muchísimos millones de euros, pero le creaba grandes traumas gastar. Su nieto Olivier dice que les enseñó que había que ser rico y vivir como un pobre.

Su nieta Marina explica en su libro Mi abuelo, que, a pesar de ser millonario, se negó a pagarle los estudios universitarios. Explica que, en otro gran gesto de humanidad y en pleno enojo, su abuelo le dijo: «No saldrás en mis pinturas, nunca existirás. No serás nadie.» Después del abuelo de Heidi, no ha habido otro como él.

Picasso era persona de extremos, amaba u odiaba, sin medias tintas, algo que no es de extrañar en un hombre que se pasaba gran parte del día en pelotas o en calzoncillos y definía a las mujeres, según sus palabras, como «máquinas de sufrir» y afirmaba que solo podían ser “reinas o alfombras». Picasso era capaz de hacer que se sintieran de las dos maneras.

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