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Hiroshima y Nagasaki: Cuando el infierno se vive en la tierra

Hiroshima y Nagasaki: Cuando el infierno se vive en la tierra

Por Crónicas de Ares | Con el lanzamiento sobre la población civil de las bombas atómicas de Nagasaki e Hiroshima, el mundo bélico cambió para siempre. La detonación de la bomba Little Boy, lanzada por el bombardero Enola Gay, creó una explosión equivalente a 16 kilotones, mientras que la bomba atómica Fat Man, lanzada por el bombardero Bockscar, tenía una potencia de 21 kilotones. Y desde ese 6 de agosto de 1945, las guerras y la relación entre países ya no volverían a ser iguales.

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En 1945 Estados Unidos y Japón llevaban cuatro años enfrentados en la Guerra del Pacífico, uno de los mayores escenarios de la Segunda Guerra Mundial.

El 26 de julio de ese año el presidente de EE.UU., Harry Truman, lanzó un ultimátum contra los japoneses. Les exigía una «rendición incondicional», de lo contrario, les esperaba «una destrucción rápida y absoluta». El mensaje de Truman no mencionaba el uso de bombas nucleares.

Sin embargo, estos artefactos eran parte del arsenal que EE.UU. tenía listo como parte de su estrategia para zanjar el conflicto. El 16 de julio EE.UU. había ensayado con éxito la bomba Trinity, la primera arma nuclear que se detonaba en el mundo.

Tan pronto supieron que la bomba nuclear funcionaría, se asumió que la usarían; la discusión entre los militares no era si la usarían, la pregunta era cómo la usarían y la forma más efectiva de usarla sería una que llevara a la rendición de Japón.

Los días 10 y 11 de mayo, el Comité para la elección de los objetivos en el Laboratorio Nacional Los Álamos, con Robert Oppenheimer como miembro principal, recomendó Hiroshima, Kioto y Yokohama, así como el arsenal en Kokura, como los objetivos posibles. La selección de dichas ubicaciones se basó en los criterios siguientes: Eran mayores de 4,8 km de diámetro y con blancos importantes en grandes áreas urbanas, la explosión causaría daño efectivo, era improbable que fueran atacadas en agosto de 1945. «Cualquier objetivo militar pequeño y estrictamente militar debía estar ubicado en un área mucho mayor que fuera susceptible al daño por la explosión para evitar riesgos innecesarios de que el arma se perdiera debido a una mala colocación de la bomba», dichas ciudades se mantuvieron prácticamente intactas durante los bombardeos nocturnos llevados a cabo por las Fuerzas Aéreas del Ejército de los Estados Unidos. Hiroshima fue descrita como «un importante depósito de armas y un puerto de embarque en el centro de un área urbana industrial. Es un buen objetivo en el radar y tiene el tamaño suficiente para que gran parte de la ciudad pueda ser exhaustivamente dañada. Existen colinas adyacentes que muy probablemente producirán el efecto de enfocar, lo que seguramente incrementará considerablemente el daño causado por la explosión. Debido a los ríos no es un buen blanco incendiario».

El objetivo de lanzar la bomba era obligar a Japón a rendirse incondicionalmente conforme a los términos de la Declaración de Potsdam. El comité aseguró que los factores psicológicos en la selección del objetivo eran de gran importancia, especificando como prioridades: Obtener el mayor efecto psicológico en contra de Japón, hacer suficientemente espectacular el uso inicial del arma de tal forma que fuera reconocida internacionalmente en términos publicitarios cuando fuera arrojada. Hiroshima tenía la ventaja de tener un mayor tamaño y, con las montañas cercanas enfocando la explosión, la mayor parte de la ciudad sería destruida. El palacio del emperador en Tokio tenía una mayor fama que cualquier otro objetivo pero tenía un valor estratégico menor, durante la Segunda Guerra, Edwin O. Reischauer era el experto para el Cuerpo de Inteligencia Militar, por lo que erróneamente se le atribuyó la decisión de no lanzar la bomba sobre Kioto. En su autobiografía, Reischauer refutó dicha aseveración y aseguró que quien merecía el crédito de haber salvado dicha ciudad era en realidad Henry L. Stimson, secretario de Guerra, de quien se dice que admiraba Kioto por haber pasado allí su luna de miel, varias décadas atrás.

El 26 de julio, Truman y otros líderes aliados emitieron la Declaración de Potsdam, la cual bosquejaba los términos de la rendición de Japón. Fue presentada como un ultimátum y se aseguraba que, sin la debida rendición, los aliados atacarían Japón, resultando en «la inevitable y completa destrucción de las fuerzas armadas japonesas e inevitablemente la devastación del suelo japonés», aunque no se mencionó nada sobre el arma atómica. El 28 de julio se hizo oficial el rechazo por parte del gobierno japonés y el primer ministro Kantarō Suzuki ofreció una conferencia de prensa en la que aseguró que la Declaración era tan sólo una copia de la Declaración de El Cairo y que el gobierno intentaba ignorarla.

El primer blanco elegido fue Hiroshima. La ciudad no había sido bombardeada antes, así que era un buen lugar para notar los efectos de la bomba. Además, era la sede de una base militar. Después de seis meses de intenso bombardeo de otras 67 ciudades, se decidió utilizar la bomba atómica en Hiroshima.

El Enola Gay, un bombardero B-29 pilotado por el coronel Paul Tibbets, sobrevolaba Hiroshima a unos 9,5 km de altura cuando liberó la bomba Little Boy el 6 de agosto de 1945, que explotó en el aire, a unos 600 metros del suelo. «A las 8:14 era un día soleado, a las 8:15 era un infierno».

El mecanismo interno de Little Boy funcionaba como una pistola: disparaba una pieza de Uranio 235 contra otra del mismo material. Al chocar, los núcleos de los átomos que las componían se fraccionaron en un proceso llamado fisión. Esa fisión de los núcleos ocurre de manera consecutiva, generando una reacción en cadena en la que se libera energía y finalmente desata la explosión.

Little Boy llevaba una carga de 64 kilos de Uranio 235, de los que se calcula que solo se fisionó cerca del 1,4%. Aun así, la explosión tuvo la fuerza equivalente a 15.000 toneladas de TNT. Como referencia, tan solo un kilo de TNT puede ser suficiente para destruir un automóvil. La explosión generó una ola de calor de más de 4.000 °C en un radio de aproximadamente 4,5 km. Mientras el Enola Gay se alejaba a toda velocidad de la ciudad, el capitán Robert Lewis, copiloto del bombardero, comentó: «Dios mío, ¿qué hemos hecho?» Bob Caron, artillero de cola del Enola Gay, describió así la escena:

“Una columna de humo asciende rápidamente. Su centro muestra un terrible color rojo. Es una masa burbujeante gris violácea, con un núcleo rojo. Todo es pura turbulencia. Los incendios se extienden por todas partes como llamas que surgiesen de un enorme lecho de brasas. Comienzo a contar los incendios. Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis… catorce, quince… es imposible. Son demasiados para poder contarlos. Aquí llega la forma de hongo de la que nos habló el capitán Parsons. Viene hacia aquí. Es como una masa de melaza burbujeante. El hongo se extiende. Puede que tenga mil quinientos o quizá tres mil metros de anchura y unos ochocientos de altura. Crece más y más. Está casi a nuestro nivel y sigue ascendiendo. Es muy negro, pero muestra cierto tinte violáceo muy extraño. La base del hongo se parece a una densa niebla atravesada con un lanzallamas. La ciudad debe estar abajo de todo eso. Las llamas y el humo se están hinchando y se arremolinan alrededor de las estribaciones. Las colinas están desapareciendo bajo el humo. Todo cuanto veo ahora de la ciudad es el muelle principal y lo que parece ser un campo de aviación”.

«De repente me enfrenté a una gigantesca bola de fuego… Luego vino un ruido ensordecedor. Era el sonido del universo explotando», le contó Shinji Mikamo, sobreviviente de Hiroshima, a la BBC. Se cree que entre 50.000 y 100.000 personas murieron el día de la explosión. La ciudad quedó devastada en un área de 10 km2. La explosión se sintió a más de 60 km de distancia. Dos tercios de los edificios de la ciudad, unos 60.000, quedaron reducidos a escombros. El intenso calor produjo incendios que durante tres días devoraron un área de 7 kilómetros alrededor de la zona cero.

La explosión rompió los vidrios de las ventanas de edificios localizados a una distancia de 16 kilómetros y pudo sentirse hasta a 59 kilómetros de distancia. Alrededor de 30 minutos después comenzó un efecto extraño: empezó a caer una lluvia de color negro al noroeste de la ciudad. Esta «lluvia negra» estaba llena de suciedad, polvo, hollín, así como partículas altamente radiactivas, lo que ocasionó contaminación aun en zonas remotas.

Japón no se rindió. Tres días después, EE.UU. lanzó una segunda bomba nuclear. Después del bombardeo de Hiroshima, Truman anunció: «Si no aceptan nuestros términos, pueden esperar una lluvia de destrucción desde el aire, algo nunca visto sobre esta tierra»

Nagasaki no estaba en la lista de objetivos prioritarios. Su topografía accidentada y la cercanía de un campo de prisioneros de guerra aliados, la convertían en un blanco secundario. Entre los objetivos principales estaba Kokura, una ciudad con zonas industriales y urbanas en terrenos relativamente planos. El día del ataque, sin embargo, Kokura estaba «cubierta de bruma y humo», según el reporte de los pilotos. La tripulación tenía órdenes de elegir visualmente el objetivo que maximizara el alcance explosivo de la bomba. Fue así que se desviaron a Nagasaki.

El bombardero Bockscar, un B-29 pilotado por el mayor Charles Sweeney, dejó caer la bomba Fat Man, que explotó a 500 metros sobre el suelo. Fue el 9 de agosto de 1945 a las 11:05 am.

La bomba Fat Man estaba hecha de Plutonio 239. Era un material más fácil de conseguir y más eficiente, pero requería un mecanismo más complejo para utilizarlo. El Plutonio 239 no era puro. Esto podría causar una reacción en cadena prematura, con lo cual se perdería gran parte del potencial de la bomba. Se usó un mecanismo de implosión, para activar la bomba antes de que ocurriera esa fisión espontánea. Fat Man tenía una carga de 6 kilos de plutonio, pero se calcula que solo logró fisionarse 1 kilo. Fue suficiente para liberar una energía equivalente a 21.000 toneladas de TNT.

La explosión fue más fuerte que la de Hiroshima, pero el terreno montañoso de Nagasaki, ubicada entre dos valles, limitó el área de destrucción. Aún así, se calcula que murieron entre 28.000 y 49.000 personas el día de la explosión.

En Nagasaki la bomba destruyó un área de 7,7 km2. Cerca del 40% de la ciudad quedó en ruinas. Escuelas, iglesias, hogares y hospitales se derrumbaron. «El lugar se convirtió en un mar de fuego. Era el infierno. Cuerpos quemados, voces pidiendo ayuda desde edificios derrumbados, personas a quienes se le caían las entrañas…», le dijo a la BBC Sumiteru Taniguchi, sobreviviente de Nagasaki.

No existen cifras definitivas de cuántas personas murieron a causa de los bombardeos, ya sea por la explosión inmediata o en los meses siguientes debido a las heridas y los efectos de la radiación. Los cálculos más conservadores estiman que para diciembre de 1945 unas 110.000 personas habían muerto en ambas ciudades. Otros estudios afirman que la cifra total de víctimas, a finales de ese año, pudo ser más de 210.000.

Entre las víctimas, del 15 al 20 % murieron por lesiones o enfermedades atribuidas al envenenamiento por radiación.​ Desde entonces, algunas otras personas han fallecido de leucemia (231 casos observados) y distintos cánceres (334 observados) atribuidos a la exposición y a la radiación liberada por las bombas. En ambas ciudades, la gran mayoría de las muertes fueron de civiles.

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