La crianza es una excelente oportunidad para replantearse creencias, valores, formas de convivencia e identificar, las contradicciones a las cuales se nos somete en la vida y en consecuencia nosotros como criadores, sometemos a nuestros hijos.
Se conoce y tal vez nos han repetido hasta al hartazgo, que cada bebé crece a su propio ritmo, que no son iguales y que en determinados momentos todos los niños sanos logran cumplir las debidas etapas del desarrollo. Pero la prisa de estos días parece dictar otra cosa y resulta que ahora los hijos deben nacer más maduros, menos dependientes, más aprendidos y cuanto antes aprendan, mejor.
Uno de los eventos más estresantes de la competencia desleal entre madres, es la exposición de virtudes irreales de sus hijos, por ejemplo a la salida del colegio o en el parquecito. Sin entrar en detalles, esta situación si no encuentra a una madre receptora del mensaje, muy segura (o incrédula) que se alegre por el logro de los otros, sólo generará la más grande y natural de las angustias ¿Será que el mío se está quedando atrás?
Y empieza la ruta de las contradicciones mayores, porque es una presión casi imperceptible pero persistente. Desde que nacen, el entorno parece querer apurar el desempeño de nuestros hijos para después imponerles el freno del ¡NO! Y eso incluye una enorme imposición para la madre, quien para empezar, cuando apenas comienza a disfrutarse a plenitud la lactancia, “debe” destetar a su bebé porque regresa al trabajo, o porque lo dice el pediatra, o porque “¡si no el niño no la dejará jamás!”. La verdad es que si una logra amantar, sólo una sabe cuándo transformar ese vínculo.
Lo mismo pasa con tantas otras cosas, que se reducen a acelerar procesos y derivan luego, queramos o no, en inevitables contradicciones diarias para las que tenemos como criadores que saber prepararnos. No resulta justo que pretendamos que un niño aprenda a caminar pronto y “que deje los brazos”, para luego aspirar que ese nene que descubre el mundo se esté quieto, no es lo natural ni lo sano.
Acondicione su vida y su entorno, si el niño come solo, toma el lápiz, y bebe en vaso, no pretenda luego que no riegue, que no ensucie, que no ¡bote! Su hijo es un niño.
Muchos padres enseñan a sus hijos con cierta prontitud a desempeñar algunas destrezas, no sólo en el afán de que sus criaturas sean independientes, sino también con la esperanza de que algún día puedan ser exitosos. Es así como nos es frecuente ver niños que deambulan entre la hiperestimulación y la desatención parental con cierta facilidad. Van de unos padres ansiosos por su desarrollo, a unas ajustadas agendas que no dan tiempo para la vida en familia.
Nada sustituye el tiempo juntos. Y sí, requiere energía, paciencia, los niños no se están quietos ¡jamás! Necesitan amor y ATENCIÓN, no medicación, a menos que una condición clínica así lo requiera. Los hijos demandan tiempo de juego, horas piso, es decir, sentados juntos a la misma altura.
Si usted se apuró en enseñarle para que anduviera de su cuenta, es prudente que sepa que ha creado un ser ávido de información, curioso y que probablemente necesite más atención y explicaciones, tantas como las necesitamos nosotras. Desafiemos las contradicciones también y estimulemos a nuestros hijos sin presionarlos o apresurarlos porque en definitiva luego nadie los vuelve niños otra vez, recordemos que finalmente lo que tenemos entre manos es la posibilidad de hacer de ellos seres más humanos y amorosos. Sepamos que las cosas se transforman desde adentro y nuestro hogar es el ámbito ideal para empezar. Enseñemos allí a hacer de lo más sencillo, de las cosas simples de la Vida, una verdadera celebración. Nuestros Hijos nos lo agradecerán.
Por Mamá Periodista
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