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Guillén de Lampart: el verdadero Zorro

Guillén de Lampart: el verdadero Zorro

Por Michael Nissnick | Entre los cuadros que alberga el Museo de Arte Timken de San Diego, California, figura una obra realizada por el flamenco Peter Paul Rubens a comienzos del siglo XVII. Se titula “Retrato de un joven con armadura” y no se sabe a quién representa. Pero entre las identidades propuestas destaca la de un irlandés, corsario, aventurero, mercenario, espía y precursor de la independencia de México y Latinoamérica. Casi nada.

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Y por si fuera poco, hay estudiosos que aseguran que también influenció al creador de uno de los espadachines y justicieros de ficción más populares del siglo XX. Esta es la historia de Guillén de Lampart, el verdadero Zorro.

Los comienzos

“El Zorro nació cuatro veces”, dijo el escritor uruguayo Eduardo Galeano en su libro “Los hijos de los días”. “En 1615 nació por primera vez. Se llamó William Lamport, fue pelirrojo, fue irlandés”.

Lamport vino al mundo en Wexford, al sur de Irlanda, y perteneció a una familia de comerciantes católicos. Cursó sus primeros estudios en su ciudad natal y en Dublín, la capital del país.

Por aquellos años Irlanda, mayoritariamente católica, pertenecía a Inglaterra, de religión anglicana. El abuelo de William, Patrick Lamport, era un ardiente partidario de la independencia de su país, por lo que participó en un frustrado intento de invasión española a la isla y fue corsario en las costas inglesas hasta su captura y ejecución en 1617 por orden del rey Jacobo I. El nieto heredó las convicciones del abuelo, así como su pasión por la libertad.

Cuando Lamport cumplió 13 años, su padre lo envió a estudiar en el prestigioso Gresham College de Londres. Pero las convicciones católicas y antiinglesas del joven no tardaron en meterlo en aprietos, pues entre otras cosas difundió un panfleto crítico con el rey Carlos I, hijo del responsable de la muerte de su abuelo.  Lamport fue arrestado, pero escapó y se embarcó en el puerto de Portsmouth con destino a Europa continental.

Poco después de salir de Inglaterra en 1627, el barco en el que viajaba Lamport fue capturado por unos piratas. El joven irlandés se unió a sus captores (no se sabe con certeza si de buen grado o por la fuerza), y protagonizó con ellos diversos asaltos a barcos en el Canal de la Mancha y el Golfo de Vizcaya. También combatió como mercenario al servicio del rey Francia en el asedio a la ciudad de La Rochelle (1627-28) y hasta se dice que convirtió al catolicismo a sus compañeros corsarios.  

Al servicio de España

William Lamport, prosigue Galeano, “nació nuevamente cuando cambió de nombre y de patria, y fue Guillén Lombardo, español, capitán de la Armada española”

Hastiado de su vida como pirata, William Lamport desertó en el puerto de Burdeos y se dirigió a la ciudad española de La Coruña. Tras entablar amistad con el gobernador de Galicia, estudió en dos prestigiosos colegios fundados por la Corona Española para expatriados irlandeses y cambió su nombre a Guillén Lombardo o Guillén de Lampart, como mejor se le conoce. La noticia de sus méritos llegó a oídos del Conde-Duque de Olivares, principal ministro de la Corona Española y famoso por los retratos que le hizo el gran pintor Diego Velásquez.

Olivares becó a Lampart para que estudiara en el exclusivo Colegio de San Lorenzo de El Escorial, reservado a la formación de los futuros miembros de la Corte madrileña. Asimismo, lo hizo su confidente y le encargó varias misiones diplomáticas y de espionaje. La sed de aventuras también llevó a nuestro personaje a alistarse en uno de los tres regimientos irlandeses que engrosaban el ejército español en Europa. De este modo, participó en importantes batallas ganadas por España, como la de Nordlindgen (1634), contra Suecia, y la de Fuenterrabía (1635) contra Francia.

Tras su regreso a Madrid en 1640, su amigo y protector, el Conde-Duque de Olivares, encargó a Lampart una nueva misión: Ser su agente secreto en el Virreinato de la Nueva España (actual México) y mantenerlo informado sobre la turbulenta situación política y social de dicha región.

 Guillén de Lampart partió del puerto de Cádiz el 21 de abril de 1640 sin figurar oficialmente en la lista de pasajeros. En su barco viajaban también el marqués de Villena, designado nuevo Virrey de México, y Juan de Palafox, nuevo obispo de la ciudad de Puebla.

Auge y caída en el Nuevo Mundo

Guillén de Lampart “por tercera vez nació, convertido en héroe de la independencia de México”, afirma Galeano.

Tras arribar a México en 1640, nuestro personaje se infiltró entre la aristocracia criolla gracias a su amistad con el Escribano Mayor del Virreinato, a cuyo hijo daba clases de latín.

Las cosas no andaban bien en la lejana Europa, pues Portugal, que llevaba varias décadas unida a la Corona Española, proclamó su independencia y coronó como rey al duque de Braganza, quien era primo hermano del marqués de Villena, virrey de México.  Aquello fue suficiente para que la paranoia del Conde-Duque de Olivares se desatara y ordenara la destitución de Villena. La noche del 19 de junio de 1642, el marqués fue detenido y su compañero de travesía, el obispo de Puebla, Juan de Palafox, pasó a sustituirlo de forma interina.

Aunque Lampart jugó un importante papel en la denuncia y destitución del virrey, no salió beneficiado de la maniobra. Esto pudo causar su desencanto con la causa a la que servía, a lo que se añadió una creciente preocupación por la situación de los indios, los mestizos y los esclavos del Virreinato, no muy diferente, a su juicio, de la que padecía Irlanda, dominada por los ingleses.

Guillén de Lampart concibió entonces un ambicioso plan para independizar a México de España. Mediante documentos falsificados, se dispuso a probar que era hijo ilegítimo del fallecido rey Felipe III y una ficticia condesa de Riff, y por lo tanto hermanastro del entonces monarca Felipe IV. De este modo, planificaba formar milicias locales, hacerse con el control del Virreinato, liberar a los esclavos, cancelar el pago del tributo indígena, finalizar las divisiones raciales y de clase y establecer una monarquía parlamentaria encabezada por él con el pomposo título de “Rey y Emperador de la Nueva España”.

Tan ambiciosa propuesta quedó truncada cuando Lampart fue denunciado ante la Santa Inquisición. Aunque este tribunal no procesaba delitos políticos, la acusación de que el irlandés practicaba la hechicería y consumía sustancias alucinógenas hizo que el Santo Oficio lo arrestara y encarcelara en octubre de 1642.

Tras siete años de presidio, Lampart logró fugarse durante la noche de 25 al 26 de diciembre de 1650. Pero no huyó de inmediato de la capital mexicana, sino que se dirigió a la catedral para pegar en sus puertas un panfleto donde denunciaba los vicios y la corrupción de sus carceleros.  Asimismo, se hizo pasar por un enviado de La Habana para introducir esta misma denuncia en el palacio del Virrey.

Lampart intentó después huir a un pueblo de cimarrones (esclavos fugitivos) en Veracruz, pero los inquisidores lo recapturaron un día después de su salida de la cárcel. El irlandés pasó nueve años más en prisión, en los que escribió casi mil poemas en latín y no dejó de denunciar los abusos de la Inquisición contra su persona y la población mexicana.  

Finalmente, se dictó sentencia de muerte y Guillén de Lampart fue quemado en la hoguera el 19 de noviembre de 1659. Según los testigos, el reo logró burlar la crueldad de su castigo, pues se las arregló para estrangularse con la argolla que le habían amarrado al cuello.

La leyenda

Termina Galeano: Guillén de Lampart “resucitó en el siglo veinte. Se llamó Diego de La Vega”

Un siglo y medio después de la muerte de Lampart, tuvo lugar la independencia de México y el resto de Latinoamérica, aunque el rol del irlandés como precursor de estos hechos no fue especialmente recordado hasta la publicación de un exitoso libro a mediados del siglo XIX.

Vicente Riva Palacio (1832-1896), fue político, militar y diplomático de ideas liberales y anticlericales. Como escritor, destacó ante todo por sus voluminosas novelas históricas llenas de aventuras, duelos y tramas melodramáticas, en la línea de los folletines franceses tan de moda entonces.  

Su última novela, “Memorias de un impostor: Don Guillén de Lampart, rey de México” se publicó en 1872. En sus más de seiscientas páginas, Riva Palacios rescató la figura del irlandés como precursor de la independencia mexicana y víctima de los abusos de la Inquisición. Su Lampart tiene una doble identidad: por un lado es un elegante espadachín y refinado mujeriego que mantiene relaciones con hasta cinco amantes simultáneas; pero también pertenece a una ficticia sociedad secreta llamada “Urania” que predica el culto a la razón y a la ciencia y conspira para lograr la independencia de México. 

En uno de los capítulos dedicados a la fuga de Guillén de Lampart de la cárcel, se hace referencia a cierta letra del alfabeto: “Don Guillén se tendió sobre su cama y comenzó a doblar su cuerpo de modo que Diego Pinto comprendió que fácilmente se podía salir por aquella ventana, que para mayor seguridad tenía en el cubo la forma de “Z” imperfecta, a fin de que los reos recibieran la luz sin ver lo que pasaba fuera, y no tuvieran esperanza de salir de ahí”.

En hebreo la zeta se pronuncia como “ziza” y simboliza el triunfo de la luz contra la oscuridad y del bien contra el mal. Como Riva Palacio era masón,  no es casual su inclusión en este contexto.

A juicio de especialistas como el italiano Fabio Troncarelli, profesor de la Universidad de Viterbo, la novela de Riva Palacio traducida al inglés pudo llegar a manos de un escritor estadounidense de ascendencia irlandesa y también masón llamado Johnston McCulley, quien a comienzos del siglo XX buscaba triunfar como escritor de relatos para las revistas baratas conocidas como “pulp”.

McCulley quizás quedó fascinado por el Guillén de Lampart galante y justiciero recreado por Riva Palacio y lo combinó con rasgos de bandidos californianos reales del siglo XIX como Joaquín Murrieta (llamado “el Robin Hood de El Dorado”) para crear a un nuevo personaje de ficción. Trasladó las aventuras del irlandés del México del siglo XVII a la California de la primera mitad de 1800, le cambió el nombre a Diego de la Vega, lo hizo vestir capa, sombrero y antifaz negros para defender a los indefensos y la “Z” esotérica pasó a ser su santo y seña y primera letra de su ya legendario nombre.

Las primeras aventuras del Zorro se publicaron en 1919 en la revista “All-Story Weekly” con el título de “La Maldición de Capistrano”. Su popularidad fue inmediata y al año siguiente se estrenó su primera adaptación cinematográfica con el nombre de “La Marca del Zorro” y protagonizada por Douglas Fairbanks, la gran superestrella del momento.

McCulley escribió sesenta historias más sobre el espadachín hasta su muerte en 1958 y el Zorro ha seguido apareciendo en infinidad de producciones audiovisuales desde entonces, entre las que destaca la exitosa serie televisiva producida por Disney entre 1957 y 1959 y protagonizada por Guy Williams.

Asimismo, entre los muchos otros actores que han vestido la capa y el antifaz del Zorro figuran Tyrone Power, Alain Delon, Frank Langella, George Hamilton, Duncan Regehr, Anthony Hopkins, Antonio Banderas y Christian Meier.

Por cierto el padre de Batman, Bob Kane, reconoció varias influencias a la hora de crear a su vigilante encapuchado: los dibujos de Leonardo da Vinci y dos películas: “The Bat Wispers” y “La Marca del Zorro”.

Y todo tuvo su origen en un excéntrico irlandés fallecido hace más de tres centurias y al que se honra desde 1910 con una estatua en el Ángel de la Independencia, uno de los monumentos más famosos de Ciudad de México. 

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