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García Lorca y el lamento gitano (lectura de dos poemas)

García Lorca y el lamento gitano (lectura de dos poemas)

Federico García Lorca fue un poeta granadino, nacido en Andalucía (sur de España), el 04 de junio de 1898.

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Lorca apenas vivió 38 años, pero estos le bastaron para dejar tras de sí una obra sólida, en la que se puede reconocer de inmediato la impronta de un poeta que alcanzó desde muy joven la madurez artística.

Más que la persecución del instante fugaz propiciado por cada emoción, la estética lorquiana responde al interés por reflejar una sensibilidad: la andaluza.

A lo largo de su carrera, Lorca descubre que Andalucía es, entre otras cosas, el punto de la geografía española en donde confluyen el mayor número de culturas disímiles; la lengua que predomina ahí es de herencia castiza, pero la música, la arquitectura, y las demás artes conservan un fuerte componente oriental (de los tiempos en que los árabes tomaron la península).

El alma andaluza y el duende

Lorca se aproxima al corazón del alma andaluza, y allí encuentra que los sustratos de su cultura están animados por una fuerza oscura, que él y otros artistas reconocen como “el duende”.

El duende no se lleva bien con los tecnicismos del ángel, tampoco está amistado con el fácil arrebato del momento que trae la musa. Técnica e inspiración son elementos exteriores, que llegan para darle una forma predeterminada al arte. El duende viene de adentro, es pura fuerza que se desboca y que tiende a ir de la mano con la fatalidad.

Es por lo anterior que en una de sus ya famosas conferencias, titulada Teoría y juego del duende, García Lorca nos comenta: “Así, pues, el duende es un poder no un obrar, es un luchar y no un pensar”.

El lamento gitano

El gitano es otro de los personajes que aparece para verter su influencia en la mezcolanza andaluza.

Las diferentes tesis sobre el origen de los gitanos en la península ha sido la causa de numerosas discusiones, mantenidas por antropólogos e historiados desde el siglo XIX.

Las investigaciones más sólidas han traído un poco de luz sobre el asunto, sugiriendo que los gitanos andaluces del siglo XX son los descendientes directos de varios pueblos nómadas, que llegaron a España desde el Mediterráneo (provenientes del cercano oriente y de la India) y desde África; en diferentes oleadas y tal vez con varios siglos de diferencia.

Pero no solo el origen del gitano es polémico, su existencia toda dentro de la península ha sido una larga suma de penalidades, producto de la persecución a la que este pueblo ha sido sometido por parte de las autoridades de turno. Curiosamente, para Lorca, la esencia de Andalucía, su drama interno, encuentra su mejor representante en el gitano.

El Romancero gitano

Ejemplar del ‘Romancero gitano» – Imagen: Jhonfrank Sánchez

El romancero, como forma poética, es un tipo de construcción en metros, utilizada para referir historias o leyendas populares; está formado a partir de versos octosílabos. En un romance tradicional los versos pares mantienen una rima asonante, mientras que los impares permanecen sueltos.

Adentrándose en lo que él consideraba como el personaje más interesante de Andalucía, entre los años 1924 y 1927, Lorca escribe su Romancero gitano. Este poemario es considerado por muchos la obra más famosa y mejor lograda del poeta granadino.

Los poemas que conforman este libro son fieles a la idea de que el romancero debe contar una historia. No obstante, en múltiples ocasiones la carga anecdótica de estas piezas queda como difuminada, y es puesta a un lado para darle mayor peso al lamento, a la pena negra que inunda por dentro a estos rostros del gitanismo.

La lectura de dos de estos poemas nos ayudará a aprehender mejor la esencia del Romancero de Lorca.

«Romance sonámbulo»

“Verde que te quiero verde.

Verde viento. Verdes ramas.

El barco sobre la mar

y el caballo en la montaña.

Con la sombra en la cintura

ella sueña en su baranda,

verde carne, pelo verde,

con ojos de fría plata.

Verde que quiero verde.

Bajo la luna gitana,

las cosas la están mirando

y ella no puede mirarlas”.

En el «Romance sonámbulo», Lorca nos entrega la historia de dos personas que sienten profundo afecto el uno por el otro. Una mujer de “verde carne, pelo verde” que está esperando al hombre que ama.

¿Será este un amante, un hermano o acaso un padre al que la mujer espera? La segunda estrofa del poema hace explícita esta duda, pero no la resuelve.

“Verde que te quiero verde.

Grandes estrellas de escarcha,

vienen con el pez de sombra

que abre el camino del alba.

La higuera frota su viento

con la lija de sus ramas,

y el monte, gato garduño,

eriza sus pitas agrias.

¿Pero quién vendrá? ¿Y por dónde?

Ella sigue en su baranda,

verde carne, pelo verde,

soñando en la mar amarga”.

El lirismo maravilloso del que es capaz Lorca muestra todo su esplendor en la tercera estrofa del romance:

“Compadre, quiero cambiar

mi caballo por su casa,

mi montura por su espejo,

mi cuchillo por su manta.

Compadre, vengo sangrando,

desde los puertos de Cabra.

Si yo pudiera, mocito,

este trato se cerraba.

Pero yo ya no soy yo.

Ni mi casa es ya mi casa.

Compadre, quiero morir

decentemente en mi cama.

De acero, si puede ser,

con las sábanas de Holanda.

¿No véis la herida que tengo

Desde el pecho a la garganta?

Trescientas rosas morenas

lleva tu pechera blanca.

Tu sangre rezuma y huele

alrededor de tu faja.

Pero yo ya no soy yo

Ni mi casa es ya mi casa.

Dejadme subir al menos,

hasta las altas barandas,

¡dejadme subir!, dejadme

Hasta las verdes barandas.

Barandales de la luna

por donde retumba el agua”.

En estos versos dos hombres aparecen en escena para rendir un trato. Pero la sangre (esas “Trescientas rosas morenas”) que exhibe uno de los negociantes nos avisa sobre la llegada inminente de la fatalidad, sin que, de nuevo, podamos advertir todos los detalles de la anécdota.

En la quinta estrofa el herido parece que logra llegar hasta las barandas de la mujer querida, pero ella ya no se encuentra allí, la fatalidad ha tomado un camino no previsto.

“Verde que te quiero verde,

Verde viento, verdes ramas.

Los dos compadres subieron.

El largo viento, dejaba

en la boca un raro gusto

de hiel, de menta y de albahaca.

¡Compadre! ¿Dónde está, dime?

¿Dónde está tu niña amarga?

¡Cuántas veces te esperó!

¡Cuántas veces te esperara,

Cara fresca, negro pelo, en esta verde baranda!”.

En su sexta y última estrofa, el poema sugiere que la gitana ha tenido un final trágico (posiblemente relacionado con la llegada de la guardia civil):

“Sobre el rostro del aljibe,

se mecía la gitana.

Verde carne, pelo verde,

con ojos de fría plata.

Un carámbano de luna

La sostiene sobre el agua.

La noche se puso íntima

como una pequeña plaza.

Guardias civiles borrachos

en la puerta golpeaban.

Verde que te quiero verde.

Verde viento. Verdes ramas.

El barco sobre la mar.

Y el caballo en la montaña”.

Mas el misterio que se acumula en la misteriosa cadencia de ese “Verde que te quiero verde” no termina de aclarar el perfil de su tragedia. Al final, solo el sentimiento de pesar permanece.

«Romance de la pena negra»

Este romance, distribuido de manera desigual en dos estrofas (una de 38 y otra de 8), cuenta la historia de la pena de Soledad Montoya. La primera parte de este romance dice así:

“Las piquetas de los gallos

cavan buscando la aurora,

cuando por el monte oscuro

baja Soledad Montoya.

Cobre amarillo, su carne,

huele a caballo y a sombra.

Yunques ahumados sus pechos,

gimen canciones redondas.

Soledad: ¿por quién preguntas

sin compaña y a estas horas?

Pregunte por quien pregunta,

dime: ¿a ti qué se te importa?

Vengo a buscar lo que busco,

mi alegría y mi persona.

Soledad de mis pesares,

caballo que se desboca,

al fin encuentra la mar

y se lo tragan las olas.

No me recuerdes el mar,

que la pena negra, brota

en las tierras de aceituna

bajo el rumor de las hojas,

¡Soledad qué pena tienes!

¡Qué pena tan lastimosa!

Lloras zumo de limón

agrio de espera y de boca.

¡Qué pena tan grande! Corro

mi casa como una loca,

mis dos trenzas por el suelo,

de la cocina a la alcoba.

¡Qué pena! Me estoy poniendo

de azabache, carne y ropa.

¡Ay mis camisas de hilo!

¡Ay mis muslos de amapola!

Soledad: lava tu cuerpo

con agua de las alondras,

y deja tu corazón

en paz, Soledad Montoya”.

¿Qué sabemos sobre la congoja que carga esta mujer en su corazón? En concreto, casi nada, solo que el pesar que tiene es de esos que ahogan.

Para revisar el resto del poema o el Romancero completo, puedes ingresar en este enlace.

Con información de: Federicogarcialorca / Wikipedia / García Lorca, Federico (1928). Romancero gitano. España: Cátedra.

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