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Escalofriantes Mitos y Leyendas de Panamá (Parte I)

Escalofriantes Mitos y Leyendas de Panamá (Parte I)

Hoy en nuestras sección de escalofriantes Mitos y leyendas, te traemos dos aterradoras pertenecientes a Panamá.

INTERESANTE

La Llorona o Tulivieja

La leyenda de la Llorona o Tulivieja es el cuento folclórico más popular de Panamá. Su llanto y sus gemidos suelen escucharse siempre de noche, y en las comunidades cercanas a los ríos o playas.

Según la tradición, la Tulivieja era una hermosa y joven mujer que tenía fama de ser muy parrandera. En una ocasión había un baile en un pueblo vecino y ella por supuesto no se lo quería perder, la mamá se negó esa noche de cuidarle a su hijo ya que estaba cansada de hacerlo mientras ella se iba siempre de parranda.

Esa noche por querer ir al baile de todas maneras dejó al bebé en una cesta cerca de un río que quedaba en el camino, con la intención de recogerlo después del baile. Sin embargo, cuando regresó al río a buscar a su hijo no lo encontró y comenzó a llorar: el río se lo había llevado corriente abajo. Arrepentida por el grave error que había cometido comenzó desesperada a buscarlo. Dios viendo lo que pasaba la castigó por su irresponsabilidad y la transformó en un ser horripilante con agujeros en su cara y cabellos largos hasta los pies. Sus pies se le viraron y se transformaron en patas de gallina (o de caballo según el sitio donde se narre). Desde entonces, anda vagando por la eternidad buscando a ese hijo perdido.

Ronda los hogares donde habitan bebés no bautizados y dicen que incluso puede robarselos y llevarlos a una cueva cerca del río más cercano.

Una variante de esta historia cuenta que el párroco de la iglesia, reprochandole su error la maldijo: «Ese pecado te pesa y te pesará hasta la eternidad, y desde ahora llorarás para pagar tu culpa». Por esto se le conoce también como La Tepesa.

El Corotú Llorón

En el grande y bello llano de la Mitra en las proximidades de la Chorrera, crecía robusto y frondoso, un árbol de corotú. Y allí, muy cerca vivía también un campesino padre de una muchacha bellísima de nombre Isabel. La joven era pretendida por los mozos de todos los contornos pues su belleza era extraordinaria, más el padre, rígido y severo, jamás aceptó un requiebro para su hija, ni aceptó tampoco a ninguno de los hombres que aspiraban a su amor. Con esto Isabel se desconsoloba.

Era joven y admiraba y quería gozar de su juventud y su hermosura. Conocedor de los gustos de su hija, el campesino quiso prevenir males futuros, encerró a la joven y no le permitía asomarse ni a la puerta de la casa. Pero como el hombre propone y el diablo descompone, a pesar de todos los encerramientos, Isabel conoció a un hombre de quien se enamoró perdidamente.

La vigilancia de su padre fue burlada, y llegó el día en que Isabel no pudo ocultar las consecuencias de sus amoríos. Indignado el padre, cogió a su hija y sin hacer caso de sus lamentaciones y sus súplicas, la ató desnuda al tronco del corotú. Enseguida, con un látigo de cuero, la maltrató sin descanso hasta convertirla en una masa sangrienta. Allí a los pies del árbol quedó Isabel falta de aliento y vida y sin cristiana sepultura, hasta que el sol y el aire deshicieron su cuerpo antaño hermoso y gentil.

Desde entonces, a ciertas horas de la noche, sale del tronco de corotú, el lloro triste de una criatura. Son los sollozos de aquel niño que Isabel llevaba en su seno y que desde las profundidades del limbo en donde vaga su alma, se lamenta por no poder jamás subir hasta el cielo.

Una colaboración de Nathdiushka De Boutaud para @Culturizando

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