Por Cosas Muy Importantes | Cuando hablamos de asesinos en serie inmediatamente nos vienen a la mente nombres como Jack el Destripador o Ted Bundy pero, ¿qué hay de nuestra región? ¿acaso este es un fenómeno exclusivo de otros países? Indagando un poco podemos confirmar una vez más que la maldad no distingue raza, género, ni nacionalidad. Hoy te traemos algunos de los asesinos latinoamericanos más despiadados de todos; desde el temido Luis Alfredo Garavito, apodado «la bestia», hasta las Poquianchis, las siniestras hermanas mexicanas.
¿Cuáles son las características de un asesino en serie?
Existen muchos tipos de asesinos y asesinatos, pero uno de los que más ha llamado tradicionalmente la atención debido a su crudeza y al elevado número de víctimas que deja a su paso es el del asesino en serie o asesino serial.
Se considera asesino en serie a todo aquel individuo que quita la vida al menos tres personas de manera intencional y generalmente con premeditación en un periodo de tiempo concreto, estando dichos asesinatos separados entre sí.
Esta tipología de asesinos puede manifestar también una elevada heterogeneidad en lo que se refiere a sus características, pero suelen compartir elementos comunes.
- Falta de empatía
- Suelen dar apariencia de normalidad (Con algunas excepciones, por lo general el asesino en serie no manifiesta elementos extraños en su comportamiento que conduzcan a pensar en la posibilidad de que lo sean.)
- Elección de víctimas vulnerables
- Pueden ser manipuladores e incluso seductores
- Entorno de origen aversivo (Una gran cantidad de asesinos en serie provienen de familias o entornos desestructurados, con un elevado nivel de violencia.)
Vamos a explorar en nuestra región y a conocer más a profundidad acerca de algunos de los más siniestros asesinos latinoamericanos.
Asesinos latinoamericanos que te helarán la sangre
«Las Poquianchis» (México)
Su historia inspiró a Jorge Ibargüengoitia para escribir su novela «Las Muertas» y a Felipe Cazals para una película, pero en la realidad este cuarteto de asesinas en serie mexicanas estuvo compuesto por cuatro hermanas dueñas de varios burdeles de Guanajuato. Su líder era Delfina González Valenzuela, quien junto a María de Jesús, María del Carmen y María Luisa fueron causantes y ejecutoras de la muerte de cientos de prostitutas entre 1945 y 1964. Eran de El Salto, Jalisco, y fueron víctimas de violencia familiar de manos de su padre. Las Poquianchis mataron un total de más de 150 personas, casi todas prostitutas, además de a sus bebés y algunos de sus clientes; a muchos de los cuales enterraron vivos. Las capturaron el 6 de enero de 1964, después que una de sus víctimas logró escaparse y las denunció.
Ramiro Artieda, «El Actor » (Bolivia)
Este agresor sexual fue el responsable entre 1937 y 1939 de, al menos, ocho asesinatos de mujeres de 18 años. Actor entrenado en estados Unidos, Artieda usaba las técnicas de actuación que aprendió para acercarse a sus víctimas. Para cada uno de sus homicidios se fabricaba un personaje y lo interpretaba. Aparentando ser productor de cine, profesor universitario, párroco y vendedor, llevaba a las mujeres a lugares aislados, las violaba y, luego, las estrangulaba. Cuando lo arrestaron, en 1939, confesó su intención de matar a todas las mujeres con la edad y el físico de una exnovia que lo había dejado.
Luis Alfredo Garavito, “La Bestia” (Colombia)
Probablemente el más terrible asesino en serie latinoamericano, La Bestia torturaba, violaba, mutilaba y asesinaba a sus víctimas, todos jóvenes de entre 6 y 16 años de edad, todos varones. El primer asesinato lo cometió cuando tenía 35 años, en Colombia, y entre 1992 y 1999 mató a 140 niños y adolescentes.
Florencio Fernández, «El vampiro» (Argentina)
Este criminal sexual fue un enfermo mental argentino, que sufría de un trastorno de personalidad que le hacía creer que era un vampiro. De hecho, sufría de fotofobia y vivía en una cueva obscura. Su lado Nosferatu le hizo matar a 15 mujeres a mordidas y succionándoles la yugular, en la década de 1950. Tomarse la sangre de sus víctimas lo excitaba hasta el punto de eyacular mientras cometía sus crímenes. El Vampiro no actuaba por impulso, sino que estudiaba a sus objetivos, les seguía hasta sus casas y entraba por las ventanas cuando ellas estaban solas. Lograron detenerlo cuando tenía 25 años, en 1960.
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