La majestuosa catedral se ha convertido en un ícono tanto para la ciudad de París como para el resto del mundo. Sin embargo, no fue sino hasta el siglo XIX cuando la incorporación de las terroríficas esculturas en forma de gárgolas terminaría por darle el sentido simbólico y universal que todos conocemos.
Las gárgolas no formaban parte de la construcción original de la Catedral de Notre Dame
Las icónicas esculturas no estaban contempladas al comienzo de la construcción. En realidad, su incorporación fue resultado de un plan para restaurar la emblemática edificación a mediados del siglo XIX. Este proyecto, estuvo liderado por los arquitectos Eugène Viollet-le-Duc y Jean-Baptiste Lassus y llevado a cabo entre 1843 y 1864.
Las gárgolas fueron elaboradas minuciosamente por el artista Victor Joseph Pyanet.
No todas las esculturas eran gárgolas, también había quimeras
Muchas de las esculturas que se encontraban a lo largo de la extensión de la fachada de la catedral, en realidad, no eran gárgolas. Muchas eran quimeras. ¿Por qué? Básicamente, por meros fines ornamentales.
La clave para diferenciarlas de las gárgolas, es que estas se encuentran alineadas en la «Galerie des Chimères» que se traduce literalmente como Galería de las Quimeras, y consiste en un balcón que conecta los dos campanarios de la catedral.
La catedral adquirió mayor popularidad a partir de la obra Nuestra Señora de París, lo cual dio lugar a su restauración y, por tanto, al surgimiento de las gárgolas
Fue tan magno el éxito de la novela de Víctor Hugo que, a partir de 1831, el público general (turistas y habitantes de la ciudad) comenzaron a preocuparse por el patrimonio histórico que representaba la icónica catedral.
Fue gracias a este renovado interés sumado a la presión del autor, que se dio la oportunidad de restaurar la edificación. El mismo Victor Hugo participó activamente en este proyecto.
Figuras del infierno y protectoras de la lluvia
Las gárgolas, desde su construcción, contemplaron dos funciones fundamentales: una simbólica y una práctica.
En primer lugar, la mayoría de los habitantes de la ciudad eran analfabetas. Por ello, en función de mantener y reforzar la fe, los clérigos comenzaron a basarse en estas icónicas figuras para representar a los demonios y a las pesadillas del infierno. Así animaban a la gente a acudir a misa.
Sin embargo, esta teoría ha sido puesta en duda por distintos historiadores con el transcurrir del tiempo. Por ejemplo, en el caso de Michael Camille, autor de Las gárgolas de Notre Dame: medievalismo y los monstruos de la modernidad, expresó que los rasgos que caracterizaban a las esculturas no implican directamente a la subyugación de fuerzas demoníacas.
Por otro lado, la función práctica de estas esculturas se concibe desde la palabra «gárgola» en su sentido etimológico. Esta proviene del francés «gargouille» que significa garganta; a partir de ello, su estructura les permitía trabajar como desagües, facilitando la expulsión del agua de lluvia para que esta no inundase la catedral.
La poética relación de las gárgolas con Juana de Arco
La leyenda de Juana de Arco es, indudablemente, la más popular y favorita por parte de los turistas.
La historia narra la noche en que Juana de Arco fue quemada en la hoguera. Las gárgolas despertaron de su sueño para observar, desde las alturas cómo era condenada a muerte una mujer inocente. Por ello, decidieron salir por toda París y encargarse de las personas responsables. Se cuenta que a la mañana siguiente, cientos de cadáveres aparecieron esparcidos a lo largo y ancho de las calles de la capital francesa.
Con información de: BBC| Diario Correo| El Viajero Feliz| Perú| Imagen: Shutterstock
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