Ella era una chica de pueblo y él, un artista de fama mundial; ella parecía siempre tímida y callada mientras él bebía la vida a sorbos; ella tenía 19 años y él, 73. Pero ella fue su obsesión. Una de ellas. La dibujó, la pintó, la esculpió, la pensó y la transformó con la intensidad de la fiebre. Cuarenta obras en tres meses. Todas se llaman igual: Sylvette.
Aquellas sesiones solían empezar más o menos igual. La chica llegaba al estudio del pintor y Picasso le pedía que se sentara en una silla, mirando el jardín: «Siempre quería retratar mi perfil izquierdo, aunque a veces me pedía que me colocara de frente. Otras me decía que sentara en la mecedora… y me quedaba dormida».
Una relajación que ella no se perdonaba: «No sabía si él quería me posara desnuda. En una ocasión él me dijo: ‘Te puedo dar dinero si posas también desnuda’, pero yo le dije que no. Me daban miedo los hombres mayores, aunque él nunca intentó ligar».
Entonces salta la pregunta esperada: ¿fue sólo una relación platónica? «Fui su musa, no su amante». Y eso que Picasso ya tenía experiencia en romances con chicas jóvenes. Incluso más que Sylvette. Como Marie-Thérèse Walter. Ella tenía 17 años cuando conoció al malagueño, con quien compartió (a intervalos) siete años de relación. Y de esa pasión intermitente nació su hija Maya.
«Creo que de alguna forma le recordaba a Marie-Thérèse. Teníamos una figura parecida… Quizá por eso me retrataba con tanta intensidad». Una mañana, Picasso la llevó a una habitación de su estudio. Allí estaba Sylvette. Decenas de sylvettes. Pintada, dibujada y esculpida. «Me dijo que tomara uno y me lo quedara». Al final vendió aquel cuadro, pero conservó «un tesoro»: los meses junto al artista que cambió su vida.
Hoy día Sylvette es una exitosa pintora que se hace llamar Lydia Corbett y reside en Devon, Inglaterra. “Picasso tenía entonces 73 años, la edad que yo tengo ahora”, cuenta. “Era una figura internacional, pero en Vallauris lo considerábamos muy nuestro. Formaba parte importante de la vida del pueblo, y le encantaba organizar eventos como corridas de toros simuladas en la plaza principal. Tenía una fuerza vital enorme, y un sentido de la diversión incontenible, como el de un niño. Todos lo queríamos”.
Sylvette conoció a Picasso poco antes de que le pidiera que posara para él, cuando fue a su casa a entregarle dos sillas que el artista le había comprado a su novio, Toby Jellinek.
“Toby y yo íbamos juntos a la escuela en Summerhill, Suffolk”, refiere. “Él estudiaba diseño de muebles con el joven Terence Conran antes de que nos mudáramos a Vallauris para vivir con mi madre. No teníamos dinero, así que Toby empezó a exhibir su trabajo en el pueblo. Fue muy emocionante cuando Picasso le compró un par de sillas hechas a mano con cuerdas, metal y madera”.
En el pueblo se rumoreaba que el septuagenario artista le había echado el ojo a la joven Sylvette, quien se parecía a Brigitte Bardot. “Un día me dijo que le encantaba mi cola de caballo y mis mechones de pelo colgando a los costados de mi largo cuello”.
Sylvette, la musa de la cola de caballo, se cambió de nombre por el de Lydia en los años 60, tras una revelación religiosa que tuvo después de que Toby la abandonó. Se volvió a casar —Corbett es su apellido de casada— y tuvo otros dos hijos antes de divorciarse por segunda vez. Actualmente lleva una vida tranquila con su pareja, David, y alterna su tiempo entre sus casas de Devon y Provenza. Retomó la pintura cuando sus hijos entraron a la escuela, y hoy es una artista exitosa que exhibe sus obras en importantes galerías de arte de Europa, Asia y América.
“Nunca me había sentido más feliz”, dice con una enorme sonrisa en su estudio de Devon. “Picasso me inspiró el amor por el arte, pero el mayor regalo que me dio fue una llave para abrir puertas en todo el mundo. Es un regalo que conservaré siempre”.
Con información de: selecciones.com | diariosur.es
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