Contrariamente al mito romántico de que los genios necesitan libertad y ausencia de presión, la experiencia muestra que establecer plazos o limitar recursos pueden aguzar el ingenio y la creatividad.
Existe una fascinación generalizada por los genios, esos seres dotados de especiales capacidades creativas o intelectuales, individuos con atributos singulares muy por encima de la media. Con frecuencia se comenta que toda empresa que aspire a innovar precisa de mavericks, una expresión contemporánea equivalente.
El significado actual del término genio se remonta al ensayo de Joseph Addison On Genius (1711), donde distingue entre dos tipos de genialidad: la natural (con la que se nace) y la adquirida con la educación y la experiencia.
Según Addison, genios de la primera categoría serían Shakespeare, Homero, Píndaro. Entre los learned genius se encontrarían Aristóteles, Virgilio y Milton. Los fundamentos para adscribirlos a una u otra categoría se apoyan en retazos biográficos y, por tanto, serían cuestionables.
Uno de los compositores más grandes de la historia, al que sistemáticamente se incluye en las listas de los genios de la música, es Johann Sebastian Bach. ¿A cuál de las dos categorías pertenecería Bach, a la de los genios innatos o a la de los que aprenden a serlo?
En palabras del propio músico, a la segunda. “Tuve la obligación de ser productivo”, decía refiriéndose a la capacidad de trabajo bajo presión que desarrolló con el tiempo. En su época como cantor en la iglesia de Santo Tomás, en Leipzig, su contrato prescribía la composición de una cantata a la semana, que tenía que ser interpretada en la ceremonia dominical. Esta ingente producción resultó en un repertorio de cantatas para todos los domingos del año, que podían repetirse en anualidades sucesivas.
De este episodio de la vida de Bach puede formularse una primera conclusión acerca del origen de los productos geniales: en múltiples casos son el resultado de una obligación, de un contrato, del deber de producir una obra en un plazo perentorio. Existen muchos ejemplos en la historia de la música, como vemos en el caso de Bach, pero también de la ciencia.
Contrariamente al mito romántico de que los genios necesitan libertad y ausencia de presión para producir sus obras, la experiencia muestra que la sujeción a vencimiento, e incluso la limitación de recursos, pueden aguzar el ingenio y la creatividad. Aunque la dedicación a la música pudiera tener un componente vocacional, en el caso de los Bach se convirtió también en un medio para sobrevivir.
Un aspecto interesante para entender cómo se produce la genialidad es analizar el entorno familiar. En la época de Bach era frecuente que el oficio se aprendiera en familia, y no es casualidad que existieran verdaderas sagas de músicos: los Couperin en Francia, los Scarlatti en Nápoles, y los Bach en Turingia.
Johann Sebastian vivió su niñez y juventud rodeado de músicos. Al quedar huérfano siendo todavía niño, aprendió el oficio de uno de sus tíos y de un hermano mayor. A su vez, tres de los hijos de Bach alcanzaron reconocimiento como músicos en su tiempo.
Un asunto de familia
Es interesante comprobar cómo la familia era entonces el contexto más adecuado e influyente para desarrollar un oficio. Posiblemente haya lecciones interesantes que aprender de los clanes gremiales de músicos de aquella época para la gestión de las empresas familiares de hoy.
Por ejemplo, la participación de todos los miembros de la familia en el proceso de formación, y el apoyo y la asistencia mutuos. E incluso la selección o promoción de personas del propio grupo, con independencia de su mérito (algo que hoy se calificaría de nepotismo). También está el sentido de pertenencia a una tradición en el tiempo. Carl Philip Emmanuel, uno de los hijos de Bach, se dedicaría a elaborar la genealogía de toda la familia, trazando sus orígenes hasta cuatro generaciones atrás.
Parece, por tanto, que aunque Johann Sebastian poseyera una capacidad intelectual y creativa singulares, e incluso superiores, hubo dos factores que también contribuyeron de manera decisiva al resultado de su obra:
- El aprendizaje, tanto en familia como con otros maestros de la música de su época. Bach aprendió transcribiendo partituras de otros músicos, como Antonio Vivaldi y Arcangelo Corelli. Es curioso cómo se asimilan conceptos e ideas de la réplica y la transcripción de obras maestras.
- La presión de trabajar y producir de acuerdo con plazos y especificaciones exigentes. Esto produjo una genialidad forzosa, impelida por las circunstancias y no solo por un impulso interior.
Genialidad y trabajo
¿Cómo generaba Bach sus composiciones musicales? Aquí hay interesantes cuestiones que aprender en torno al fenómeno de la innovación, aplicables a otros ámbitos distintos de la música.
Como hemos visto, Bach no tenía tiempo de cultivar una actitud contemplativa. Robert L. Marshall, experto en el músico alemán, señala que el ritmo frenético de su producción no admitía que Bach aguardase pasivamente la llegada imprevisible de la inspiración.
Algunos investigadores piensan que esta falta de tiempo le impidió experimentar más ampliamente e innovar mediante nuevas fórmulas y estilos musicales. No obstante, eso también nos ha permitido contar con un valioso legado de 1 128 obras catalogadas.
De acuerdo con un tratado de composición musical de la época, el proceso de creación de una obra musical se ajustaba a tres fases: la inventio (invención), la ellaboratio (elaboración) y la executio (ejecución). En la primera, se concibe la idea básica de la pieza; en la segunda se embellece y desarrolla, experimentando formas alternativas; y en la tercera se interpretan y corrigen para mejorar el resultado final.
La innovación se asocia generalmente a la inventio. No obstante, las tres fases son complementarias e iterativas, se relacionan y entremezclan de manera que la creatividad está presente en todas ellas.
Lógicamente, el conocimiento musical y la experiencia le permitían cubrir estas tres etapas con una destreza excepcional. Contaba con la capacidad para desarrollar nuevas piezas musicales, con una visión multifocal que le llevaba a almacenar ideas para ulteriores obras. Como instrumentista consumado, virtuoso del órgano, del clave y de la viola, entendía bien las limitaciones y las posibilidades técnicas de la ejecución de una pieza. Además, haber sido miembro de un coro en su juventud le proporcionó una experiencia directa de las posibilidades vocales.
Esta capacidad para combinar la formulación de una nueva obra musical y su ejecución me lleva a uno de los temas favoritos en los que insisto al hablar de educación: la teoría y la práctica no son mundos separados. La historia nos ofrece ejemplos de genios que conjuntaban los dos ámbitos de manera formidable, como es el caso de Bach.
Genios rebeldes
Cuestión distinta es la del carácter y el respeto a la autoridad. El caso de Bach es interesante a este respecto. Por un lado, fue una persona con un profundo sentido de la religiosidad, fiel seguidor de la tradición luterana heredada de su familia. Por otro lado, tuvo problemas con casi todos sus empleadores a lo largo de su carrera profesional.
Es llamativa la rotación de trabajos en los primeros años de su vida profesional: en cinco años cambió tres veces de trabajo. También son curiosas sus quejas cuando considera que no es retribuido justamente. Aunque manifestaba respeto por la autoridad, no dudaba en elevar sus quejas si se veía poco reconocido o sobreexplotado. Por ejemplo, cuando se le exige cumplir con deberes docentes además de la composición y dirección musical de la iglesia de la que es cantor.
Difícilmente podría calificarse a Bach de perezoso o poco diligente. Es uno de los músicos más prolíficos de la historia, con una capacidad, originalidad y velocidad compositiva excepcional. Sin embargo, uno de sus empleadores, un consejero de la corte de Leipzig, comentó: “Muestra poca inclinación al trabajo” cuando el músico desapareció sin avisar para ir a visitar a un celebrado organista del que quería aprender.
El consejero remataba su crítica diciendo: “Ni siquiera está dispuesto a ofrecer una explicación por lo sucedido”. Algo, al parecer, frecuente en Bach si consideraba que tenía razón. En una ocasión llegó a estar arrestado en su domicilio durante cuarenta días, precisamente por un conflicto con un empleador.
Conclusiones
Paso a formular las conclusiones, no sin anticipar que lo mejor que se puede hacer con la obra de Bach es escucharla y disfrutarla:
- La innovación no surge en el vacío: en el surgimiento de genios y la producción de obras geniales intervienen muchas circunstancias, incluidos el entorno familiar, el aprendizaje en los años de infancia y juventud y, sin duda, la educación.
- La disciplina y la exigencia, internas o externas, pueden promover una mayor creatividad y, sin duda, la expansión de la producción innovadora. Hay muchos genios que surgen de manera obligada o forzosa.
- La dirección de genios, como del talento en general, requiere de reconocimiento, exaltación y retribución. También hay que poner atención al desarrollo del talento y la formación: los genios suelen tener una pasión insaciable por el conocimiento.
Decía Thomas Alva Edison, considerado por muchos como uno de los genios de la Edad Moderna: “La genialidad se compone de un uno por ciento de inspiración y noventa y nueve por ciento de transpiración”. Hablaba con conocimiento de causa y posiblemente tenía razón.
La inspiración fundamental para este artículo es el libro de John Eliot Gardiner La música en el castillo del cielo (Acantilado, Barcelona, 2015).
Una versión de este artículo fue publicada originalmente en LinkedIn.
Santiago Iñiguez de Onzoño, Presidente IE University, IE University
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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