Los alimentos picantes causan furor en las sociedades gastronómicas, mientras que algunas personas son amantes de ellos, otras los evitan al 100%. En todas sus variedades, sabores y colores los pimientos o chilis causan una sensación de quemazón en toda la boca, la nariz y ojos y aunque se piensa que es por su fuerte sabor existe una explicación química mucho mas acertada.
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Se piensa que los únicos sentidos implicados en la captación de sabores es el gusto y el olfato, sin embargo el sentido del tacto también es importante cuando ingerimos ciertos alimentos y en especial el picante.
En todo el cuerpo tenemos receptores para percibir nuestro entorno y mandar señales directas al cerebro que desencadenan respuestas y acciones. En la piel tenemos uno llamado TRPV1 y se encarga de avisar al cerebro cuando algo está muy caliente. Este receptor es mucho más sensible en ojos, nariz y boca debido a que la piel es más delgada en estas zonas.
Los pimientos están formados, entre otras cosas, por un componente llamado capsaicina, un componente que precisamente activa al receptor antes mencionado. Una vez entran en contacto el receptor manda una señal al cerebro y el mismo lo interpreta como un aumento excesivo de la temperatura, desencadenando así una respuesta en donde la persona comienza a sudar y lloriquear debido a la gran cantidad de calor.
Otras pruebas mostraron que TRPV1 no sólo responde al calor y a la capsaicina, sino a una variedad de otros alimentos «calientes», incluyendo pimienta negra y jengibre.
Es por esta razón que cuando se ingieren comidas picantes que contienen pimiento se genera en el organismo una sensación de quemazón. Sin embargo no solo se produce cuando se ingiere, muchas personas con solo tenerlo cerca o tocarlo desencadena la misma respuesta evolutiva.
A pesar de lo que se genera, los alimentos picantes seguirán siendo exquisiteces y posiblemente en algunas personas acostumbradas a ellos esa sensación de calor se convierta en algo placentero.
Con información de: Theguardian.com | Foto: Shutterstock
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Autor:
María Gabriela Roa
