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Roma candente: cosas que no sabías sobre la sexualidad en el Imperio Romano

Por Cosas Muy Importantes | ¿Prostitución legal? ¿Virginidad mal vista? ¿Incestos? ¿Esclavos sexuales? Desde su fundación a manos de Rómulo, Roma estuvo ligada al sexo, a tal punto que muchos de los cambios vividos en esta sociedad fueron impulsados por la lujuria. Hoy te presentamos un recorrido por los mitos y verdades acerca de la sexualidad en el Imperio Romano.

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«Tomó lujuria en cada orificio de su cuerpo, enviando agentes en busca de hombres con penes grandes para satisfacer sus pasiones (…) El tamaño del órgano de un hombre a menudo determinaba el cargo que le otorgaba». Fragmento de «Historia Augusta”, sobre el emperador Heliogábalo (AD c 203-222).

La leyenda dice que Rómulo y su hermano Remo son hijos de Marte quien violó a su bella y casta madre, y que posteriormente fueron amansados por una loba (prostituta)…. con un comienzo así es imposible que el resto de la historia sea aburrido.

Pero una cosa interesante de Roma o de su fundación, es que cuando Romulo sentó las bases y comenzó a atraer personas para que formaran parte de su reino, lo único que atrajo fue…hombres, así que Rómulo (y el resto de sus súbditos) comenzaron a preocuparse por la continuidad de su reinado.

Inicialmente comenzó una campaña para atraer féminas que terminó en un estrepitoso fracaso, traten de imaginar que un día alguien te toca la puerta y te dice “disculpa, no tendrás una hija o esposa de sobra”…Esto fue lo que Romulo intentó inicialmente, mandó celestinas a las poblaciones cercanas para tratar de atraer mujeres a su reino, obviamente todo terminó muy mal para los celestinas.

Así que en un momento de lucidez y genialidad se le ocurrió realizar una fiesta/competencia deportiva, para atraer público a su reino, aquí es cuando entran en escena Las Sabinas, quienes han sido retratadas en innumerables ocasiones.

Los Sabinos, eran una población cercana de quienes se dice tenían las mujeres mas exuberantes, así que el plan de Rómulo era atraerlos a esta fiesta para luego botar a los hombres y quedarse con las mujeres.

Curiosamente este plan funcionó ya que las Sabinas llegaron a un acuerdo con Rómulo en el que ellas sólo se iban a encargar de telar y de mandar sobre sus casas, es decir una vida mucho más cómoda que la que tenían anteriormente.

Cómo era de esperarse los Sabinos no estaban muy contentos de haber perdido a sus esposas e hijas a manos de los romanos, así que decidieron presentar batalla, utilizando a una espía que tenían dentro de Roma: Tarpeya

A Tarpeya la jugada le salió mal ya que los romanos descubrieron el plan de los Sabinos y terminó en el final de un barranco, estrellada contra una gran roca, hoy conocida como Roca Tarpeya.

Pero independientemente de esta escaramuza, llegó el momento en el que los Romanos y los Sabinos se dirigieron a un campo a enfrentarse en batalla, sólo para ser detenidos por las Sabinas que lograron que Romanos y Sabinos llegaran a un acuerdo…

La era monarquica de Roma llegó a su fin también por una una mujer: Lucrecia

Esta era una bella damisela que al ver su honra mancillada por el hijo del rey, decidió quitarse la vida, originando una revuelta que dará origen a la República.

Pero obviando la historia antigua y según registros más fidedignos, ¿Cómo era la vida sexual durante el Imperio Romano?

 No importaba tanto qué hacías, sino quién lo sabía

Aunque la sociedad romana tenía (como todas) una serie de reglas acerca del sexo, en la intimidad muchos no las respetaban. Pero el problema no era hacer algo considerado “indigno”, sino quién lo sabía y sobre todo quién podía demostrarlo. La acusación por parte de otro hombre libre podía arruinar la carrera de un senador, si provenía de una mujer plebeya tenía más posibilidades de salir airoso (no así si era noble, pues una patricia tenía su honor y una plebeya no), y si era un esclavo quien le acusaba entonces no tenía que preocuparse de nada. El estatus social lo era todo en Roma y el valor de la palabra era proporcional a la importancia de quien la esgrimía; por ello, un hombre o una mujer de alto rango podían permitirse sus placeres, asegurándose siempre de que no lo supiera nadie cuya palabra fuera tomada en serio.

No existía el concepto de homosexualidad, heterosexualidad, bisexualidad…

Todas las etiquetas que hoy aplicamos a la sexualidad no tendrían ningún sentido para un romano: para la sociedad romana el sexo era sexo, así de simple. Los hombres podían tener relaciones con miembros del mismo sexo o del opuesto y nadie les criticaba por ello, siempre que la otra persona tuviera menos estatus social (sirvientes, esclavos e incluso hombres libres pero extranjeros).

En el caso de las mujeres casadas tenían que llevarlo con discreción porque estaba en juego su honor, pero las libertas o las extranjeras podían permitirse una mayor libertad ya que los romanos no las consideraban miembros de pleno derecho de la sociedad.

 La virginidad masculina era algo inaceptable

Era común que los hombres, ya en su adolescencia, frecuentaran los burdeles o tuvieran relaciones con las sirvientas o esclavas. La virginidad masculina era algo extremadamente mal visto en la sociedad romana porque el hombre tenía que ser siempre un dominador. En cambio, la mujer (sobre todo si era de clase alta) sí tenía la obligación de llegar virgen al matrimonio, principalmente por una cuestión moral: había que evitar que la mujer conociera el placer del sexo porque se consideraba que este conocimiento podía inducirla al adulterio.

 Un hombre no debía ser la parte “sumisa”

Un hombre podía practicar sexo con quien quisiera, pero siempre debía ser la parte dominante. Ser penetrado por otro hombre equivalía a ponerse en una situación sumisa, todo lo contrario al ideal romano: la acusación de haber sido la parte pasiva en una relación podía bastar para arruinar la carrera de un político, como estuvo a punto de sucederle a Julio César en su juventud. Peor aún era la acusación de haber practicado sexo oral a una mujer, aunque fuera su esposa, ya que para los romanos la boca era el instrumento de la política, el comercio y todas las actividades importantes, y “ensuciarla” equivalía a despreciar su importancia para la comunidad.

 Tanto hombres como mujeres usaban a sus esclavos como “juguetes sexuales”

Para la mentalidad romana, un esclavo era una propiedad de la que podía disponer como más le conviniera, incluyendo para el sexo. Lo importante, de nuevo, era respetar la jerarquía social: ni un hombre ni una mujer debían hacerse penetrar por sus esclavos ni practicarles sexo oral; no debían darles placer de ningún modo pero ellos estaban obligados a dárselo a sus amos. Las mujeres, debido a su honorabilidad, estaban más limitadas, pero también podían disponer de sus esclavas para fines sexuales; de hecho, era preferible que emplearan a otras mujeres porque, en el peor de los casos, nadie podría acusarlas de haberse dejado dominar haciéndose penetrar por un esclavo.

 Las tabernas ofrecían los servicios sexuales de sus camareras

Los “fast food” y tabernas romanas no solo ofrecían comida y bebida, sino también los servicios sexuales de sus camareras. Por ello, este era uno de los oficios considerados “infames” (indignos) y generalmente recaía en mujeres de muy bajo estatus social, como esclavas, libertas pobres o extranjeras. Pero si la necesidad apretaba, no era imposible que el propietario de una taberna llegase a prostituir a sus propias hijas, sabiendo que eso las condenaba a no salir nunca de los estratos más bajos de la sociedad.

 Se podía identificar a las prostitutas por el color de los cabellos y la ropa

Las prostitutas tenían una consideración social incluso peor (refiriéndonos a las de clase baja, no a las ricas cortesanas), por lo que cualquier miembro “respetable” de la sociedad quería evitar ser visto junto a ellas. Por ese motivo, las prostitutas debían resultar fácilmente identificables. El modo más evidente era teñirse el cabello de colores claramente artificiales, como azul y naranja. También se las podía reconocer por su ropa: mientras la típica mujer romana usaba una vestimenta muy recatada, las prostitutas usaban ropa sencilla, ligera (lo que también les permitía desvestirse y vestirse rápidamente) y que resaltara las formas del cuerpo.

 La prostitución era extremadamente barata

Y cuando decimos extremadamente barata, no es una exageración: un servicio sexual económico podía costar lo mismo que una copa de mal vino, alrededor de uno o dos ases. Este precio no solo se aplicaba a los peores burdeles, sino incluso a los ya mencionados servicios de las camareras, y se explica porque a esos lugares solo acudían las clases bajas y las mujeres que se prostituían (y menos frecuentemente hombres) eran esclavas o libertas pobres, que no tenían ninguna esperanza de ascenso social. Totalmente distintas eran las meretrices, el equivalente a las hetairas griegas: mujeres cultas y ricas que no solo proporcionaban sexo, sino también una compañía agradable. Sin embargo, por mucho que gozaran de un mayor respeto por su riqueza, para la moral romana seguían siendo indignas y en ningún caso equiparables a una “auténtica” mujer, que debía ser pudorosa.

 La “pornografía” era considerada de buen gusto

No es extraño que las excavaciones revelen mosaicos u objetos de temática sexual: lo que hoy se llamaría pornografía era algo muy aceptado por los romanos, hasta el punto de usarlo como motivo de mosaicos, estatuas y objetos personales como espejos. En Roma se consideraba que el sexo era un regalo de Venus, la diosa del amor, y si era un regalo no había que ocultarlo ni despreciarlo. Esto puede parecer contradictorio con la importancia que daban al pudor, pero en realidad no lo es: se era libre de gozar de los placeres de Venus, siempre que se hiciera según lo considerado correcto socialmente.

 La pedofilia era socialmente aceptada (hasta cierto punto)

Tener relaciones sexuales con menores de edad, incluso muy jóvenes, no era motivo de escándalo, al contrario: podía estar incluso bien considerado porque la diferencia de edad era un signo de dominación. De hecho, los romanos solían iniciarse en el sexo con muchachos o muchachas muy jóvenes, apenas entrados en la pubertad, y no era raro que un romano rico dispusiera de esclavos jóvenes cuyo único propósito fuera complacerle sexualmente; el sexo con la propia esposa generalmente tenía fines procreativos, ya que muchos matrimonios eran alianzas políticas y no tenía por qué haber amor de por medio.

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