OPINIÓN.- ¿Alguna vez ha sentido ese «sustito» ante una propuesta o la toma de una importante decisión que le compromete con algo o con alguien? Ese temor natural ante un nuevo reto, muestra de la responsabilidad que mora en el subconsciente, que nos dice “si aceptas el reto tienes que asumir todo lo que conlleva el mismo”, no es fácil. A todos nos pasa en algún momento y quienes acostumbran a dejar pasar estas situaciones para evitar sentir el peso del compromiso, con el tiempo suelen quedarse atrapados en un bache invisible en nombre de la libertad.
Si me pidieran denominar esta época, diría que es la época de las libertades (aunque sean disfrazadas). Tenemos libertad de cultos, libertad de prensa, libertad de expresión, libertad sexual etc. Pero muchos han encontrado allí un nicho perfecto para enterrar sus responsabilidades, sus vidas se tambalean entre hacer y no hacer, son expertos en iniciar proyectos a los que no dan continuidad porque cuando la cosa se pone difícil el amor a su “libertad” los hace salir corriendo. En el momento en que abandonan se sienten libres, pero con el tiempo, cuando llega ese momento inevitable de reflexión donde pasan inventario a su existencia, se dan cuenta de que por no comprometerse con nada no se han desarrollado.
Resistirse a hacer compromisos, incluso con nosotros mismos nos condena al estancamiento. La vida se compone de etapas, pero pasar de una a otra requiere de la decisión, paciencia y perseverancia propias en una persona que está comprometida por lo menos con su futuro.
En algunos casos aún estando comprometidos las cosas no funcionan, cuando esto pasa es insensato insistir en ello y lo más prudente es darlo por terminado, tomar la experiencia como lección y abrirse a nuevas oportunidades. Aun así hay que dar carácter a las cosas que hacemos por más sencillas que parezcan, de lo contrario no pasaremos de ser emprendedores. Es bueno emprender, pero el verdadero aporte se hace cuando el proyecto se hace perpetuo.
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