Estamos suficientemente seguros que la conducta animal (estímulo-respuesta) es predecible, pues así lo ha demostrado la ciencia y se observa a diario.
No así el comportamiento humano. Dos personas pueden reaccionar de distinta forma ante un mismo acontecimiento o circunstancia. Y en esto tiene que ver el grado de madurez y conciencia de cada uno, además de sus intereses e intenciones.
Mientras que el animal se limita a sus instintos de supervivencia y reproducción, el hombre puede decidir libremente su estado (lo que es) y su destino (lo que quiere ser). Pero este juego no es lineal.
Nos podemos proponer metas y proyectos bajo un enfoque muy claro y preciso, pero en el camino se pueden encontrar tinieblas e incertidumbres que algunas veces pueden trastocar la consecución de lo que estamos deseando o soñando.
Y estos nubarrones en la vida siempre llegan, querámoslo o no, ya que como seres humanos estamos sometidos a leyes sociales, económicas, políticas y espirituales y no todo es pulsar y accionar botones para obtener tal o cual resultado.
Y en esta no linealidad de nuestra vida es donde deben entrar la fe y la esperanza, virtudes que nos ayudan a mantener el equilibrio en los momentos de prueba. Llamo prueba a la situación imprevista, impredecible (cuando pensábamos que todo se iba a dar para llenar nuestras expectativas o como lo suponíamos sucedería linealmente).
Entonces la fe y la esperanza son necesarias, para que no nos dejemos abatir por el fracaso o la decepción, pues como humanos somos susceptibles de ello, a pesar de estar muy seguros de nosotros mismos o de creernos invulnerables.
Entonces en esta vida, las luces y sombras, alegrías y tristezas, las certidumbres y dudas, deben ser oportunidades para irse fortaleciendo la fe y la esperanza: en nosotros mismos, en un mundo mejor…en Dios.
Una colaboración de León Castro @castroc_leon para @Culturizando
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