Los tóxicos no siempre son químicos, a veces son personas con actitudes, expresiones o comportamientos contaminantes que pasan por nuestras vidas sin ninguna indicación de NO TOCAR, ¡CIUDADO! o NO PASE. De forma casi imperceptible se van involucrando con nosotros y si no los limitamos o cortamos a tiempo esa relación, terminamos convertidos en una de ellos cual víctima de un vampiro.
Hace unos días estuve leyendo una nota en la versión digital del periódico El País que hacía referencia a este tipo de personas como «personas víricas»
«Viven de vivir la vida de otros porque no les vale con la suya. Su vida es demasiado gris, aburrida o frustrante como para hablar de ella, así que destrozan todo lo que les rodea. No espere palabras de reconocimiento hacia los demás ni que hablen de forma positiva de nadie, porque el que a los demás les vaya bien, les potencia su frustración como personas. No saben competir si no es destruyendo al otro. Arrasan como Atila. Con estas personas sufrirá el contagio del virus desesperanza, vergüenza, incluso culpa si participa en la crítica. Y la culpa luego arrastra al virus del remordimiento.»
Pero yo diría que más que un virus, son un tóxico. Si existiese tal denominación sería un «tóxico parásito» experto en desaparecer la paz.
El tipo de persona que comparte con todo el mundo pero no es amiga de todo el mundo (juntos pero no revueltos) tiene oportunidad de tratar con cada personaje y con el paso del tiempo va seleccionando a quienes dará el título de amigos (que aunque se ha cualquierizado el término, es un título muy importante) de acuerdo a la forma de cada uno y libre de cualquier prejuicio.
Hay personas que siempre se quejan, otros son víctimas eternas de todo el mundo, también están los que protestan por todo o protestan por lo mismo pero no actúan, no se me pueden quedar los que te ven cara de confesionario o creen que eres el zafacón de sus amarguras (solo aparecen cuando están jodidos). Hablar con cualquiera de ellos produce más tristeza, cansancio y estrés del que experimenta un empleado explotado y sin esperanzas de cambiar de empleo. De manera que hay que tomar medidas para tratar con esa versión humana de los tóxicos (porque irremediablemente nos tocará alguno en su momento y debemos manejar la situación con sabiduría)que no hacen más que arruinar los momentos de felicidad que pudiéramos tener.
Debemos aprender a tratar con cuidado y objetividad a las personas, escucharles sin que sus problemas te afecten, ojo con esto que soy de las que está a favor de la empatía, pero ponerse en el lugar del otro no es sinónimo de cargar con sus problemas.
«Eres la única persona con la que puedo desahogarme»
Debería encenderse una luz roja y escucharse un sonido de advertencia cuando alguien te dice esa frase, por lo peligrosa que es. He tenido momentos de profunda tristeza sufriendo problemas ajenos, generalmente de personas que nunca te invitan a celebrar alegrías, vuelvo y digo: ‘No seas zafacón sentimental de nadie’. Cuando no tenemos precaución y dejamos que personas tóxicas hagan nido en nuestro ser, terminamos convirtiéndonos a ellos.
Todos vivimos días grises, momentos de tristeza o indignación que baja nuestros ánimos. Es maravilloso encontrar una persona con quien hablar en medio de esa situación, pero debemos tratar el momento como lo que es, un instante pasajero. Lamentarse siempre de lo mismo no resuelve nada, recordemos que el agua que no corre hace un pantano y del pantano de los lamentos eternos nacen las personas tóxicas.
Cultivemos la esperanza, el optimismo, el buen ánimo y hagamos partícipe de nuestras alegrías a quienes, en su momento, vinieron con amor a escuchar nuestros lamentos. Aunque la vida sea dura hay que vivir para ser feliz. Al final, la felicidad es el antídoto a las consecuencias del contacto con personas tóxicas.
Una colaboración de @fioresita
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