Hacer o no hacer, renunciar o seguir, pelear o rendirse… Cada uno es producto de la decisión que alguien ha tomado en algún momento. Decisiones mecánicas, trascendentales, particulares, no podríamos contar la cantidad de veces que tenemos que decidir en un día. Desde algo tan sencillo como posponer 5 minutos la alarma del despertador hasta decidir si quieres tener o no un bebé (aunque la controversia es de estos días, la interrupción de embarazos tienen una larga historia), pero el hecho de tomar decisiones simples no nos hace decididos, es justo de lo que quiero hablar en este post.
Aprendimos a caminar cuando nos dejaron caer varias veces, hubo que probar alimentos agrios, amargos o insípidos para saber lo que de verdad nos gustaba, pero no todos los padres enseñan a sus hijos a decidir y cuando son adultos quieren que sean personas decididas en disposición de aceptar las consecuencias de sus decisiones.
Queridos padres: Entendemos que, por amor, quieran tomar todas nuestras decisiones de niños., no quieren que carguemos con las consecuencias de una mala elección o con la vergüenza de un fracaso, pero si no nos enseñan mientras crecemos, cómo se supone que vamos a aprender?
Uno de los principales problemas que enfrentan los responsables de las empresas es la indecisión de muchos empleados que no se animan a dar el primer paso de nada por no cargar con la responsabilidad del error si las cosas no salieran bien. Ante cualquier tontería necesitan la aprobación del superior o del compañero para sentir la confianza de ejecutar. Hoy se habla mucho de empoderamiento, pero cómo rayos se supone que vas a empoderar a quien no se atreve a decidir siquiera su propia vida? El problema no está en la rigidez del jefe ni los profesores de la universidad, la debilidad hay que buscarla en la crianza, la «ñoñería» de la que tanto se hace alusión y que ha jodido la vida de tanta gente.
Conversaba con un amigo y me decía que un conocido le había pedido un consejo de esos que comprometen a uno. Estaba en una especie de encrucijada y quería que le aconsejaran qué hacer, por qué decidirse. Lo peligroso de esto es que si por cosas de la vida, por falta de información (porque todo el que pide consejo cuenta la historia a medias) o por la razón que fuera, mi amigo terminaba recomendando algo que no funcionara. Quién creen ustedes que resultaría culpable del fracaso? Si, a mi amigo le tocaría cargar con la culpa aunque no la tuviera.
Hace falta más personas decididas, que dejen de estar proclamando porquerías, que de una vez y por todas tomen las riendas de su única vida (todavía no estamos seguros de que hayan otras) y asuma las consecuencias de sus decisiones.
En estos días me ha tocado experimentar en carne propia el hecho de asumir las consecuencias de una decisión. Algo que pensé que funcionaría de una forma ha resultado ser todo un fiasco y si en todo esto he de encontrar algún culpable, el único ha de ser la mala suerte (y no creo que lo sea). Le contaba a una amiga los detalles de lo que había sucedido, tengo plena consciencia de que me va a tocar un tiempo vivir un tiempo duro, pero es de las experiencias necesarias de la vida para aprender cosas que de otra forma nunca hubiera aprendido. Su respuesta fue muy sencilla:
¡Tienes más fe que un camión cargado de evangélicos!
Me reí muchísimo cuando lo dijo, aunque yo quizás lo llamaría de otro modo. Cuando las opciones están frente a ti y conscientemente te decides por una de las puertas, sin importar lo que aparezca cuando la abras, no saldrás corriendo a llorar por los rincones. No culparás a nadie de convencerte para que la abrieras, evalúas la situación y entras en la nueva aventura pero si fuere necesario salir y volver a cerrar la puerta también lo harás tranquila, sin culpas y con toda la disposición de seguir tomando decisiones, seguir cometiendo errores, seguir avanzando aunque a veces tenga que ser a rastras.
Por Fiores Fiorentino
@Fioresita
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