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¿Qué pasará cuando esto pase?

¿Qué pasará cuando esto pase?

Juan A. Vázquez, Universidad de Oviedo

INTERESANTE

Estamos peleando todavía para conseguir que esto (la pandemia) pase. Pero ¿qué pasará en la economía cuando esto pase? Cualquier intento de respuesta será inevitablemente incierta, provisional, tentativa. A medida que transcurren los días van acumulándose, sin embargo, elementos para empezar a valorar el previsible impacto del Coronavirus en la economía, analizar la repuesta de las medidas de política económica adoptadas y tratar de atisbar la nueva situación y los cambios que nos esperan. Eso es lo que pretendo hacer ahora. Ya me he referido en un anterior artículo a algunas de estas cuestiones, pero quisiera ampliarlas ahora con las nuevas informaciones de que se va disponiendo.

No es una crisis convencional

Es evidente que ésta no es una crisis convencional. Los efectos de la pandemia y del confinamiento en todo el mundo han provocado simultáneamente un “shock” de oferta, con la paralización de la producción y la ruptura de las cadenas de suministro, y de demanda, con la caída del consumo y las pérdidas de renta y riqueza; y confiemos en que, con las medidas adoptadas, no acabe por derivar también en una crisis financiera y de deuda.

Los escenarios del impacto alcanzan, de un modo ciertamente excepcional, a casi todos los ámbitos, afectando a la utilización de los factores productivos, la contracción de la demanda, la confianza y la inversión, las exportaciones y el endeudamiento, la morosidad y los impagos.

No podemos, pues, llamarnos a engaño. Estamos ante una crisis de alcance desconocido y que puede resultar devastadora, como se empieza a vislumbrar en las previsiones de evolución de todos los grandes indicadores macroeconómicos: el déficit podría subir hasta los dos dígitos, nuestro elevado endeudamiento situarse por encima del 120%, y el desempleo rebasar una vez más el 20% y devolvernos a los peores momentos de la pasada crisis.

La caída del PIB español (bordeando igualmente los dos dígitos) podría ser la mayor en casi cien años, exceptuando los de la guerra civil, y el único dato favorable sería el del precio del petróleo, al aliviar la factura de nuestro abastecimiento energético externo.

Más allá de esas estimaciones, los impactos pueden resultar especialmente negativos para nuestra economía y lastrar las posibilidades de recuperación, si tenemos en cuenta algunos elementos diferenciales como la importancia del turismo; nuestro grado de apertura a la exportación, que ejerció de elemento compensador en otros momentos de caída de actividad; nuestros niveles de productividad y competitividad; o las altas tasas de temporalidad que caracterizan al mercado de trabajo.

Así pues, el escenario para “cuando esto pase”, será cuando menos enormemente complicado, presentará fuertes desequilibrios que requerirán ajustes y estará abocado a unas inciertas expectativas de crecimiento durante un tiempo difícil de precisar por el momento, ya que no cabe descartar que vuelvan a producirse nuevos parones o confinamientos parciales y que, en todo caso, veamos periódicamente condicionada la actividad económica y la vida social por una especie de estado de pandemia de baja intensidad permanente.

Y este nuevo escenario quizá consiga hacernos salir de la ensoñación de que el crecimiento económico estaba asegurado y se podía mantener indefinidamente, y nos enseñe que el progreso y el bienestar también pueden ser reversibles.

La respuesta de las políticas económicas

La naturaleza de la situación provocada por la pandemia requería urgentes medidas excepcionales. El “shock” de oferta nos ha hecho volver la mirada hacia el interior de las economías y a propiciar la reorientación de algunas líneas productivas, aunque no podrá resolverse plenamente hasta que se supere la emergencia sanitaria y empiece a recuperarse la normalidad. Y para el “shock” de demanda, no había otra receta que inundar de liquidez, dotar de coberturas a los trabajadores, autónomos y empresas, poner en marcha potentes políticas fiscales expansivas e incurrir en unos déficits públicos que algún día habrá que ver cómo revertir y pagar.

Pese a algunas dudas, errores e improvisaciones, hay que convenir que la respuesta de las políticas ha sido más ambiciosa, enérgica y rápida que en la crisis de 2008 y, rompiendo por completo con la ortodoxia económica vigente, nos han llevado a expansiones fiscales hasta hace poco impensables, del orden del 15% o más del PIB.

La amplitud y variedad de las medidas desplegadas merece, sin duda, una valoración favorable, aunque creo que la salida de esta crisis va a requerir mucha creatividad, originalidad e iniciativas innovadoras, porque me temo que resultarán insuficientes los instrumentos convencionales.

Tres aspectos que no pueden pasar desapercibidos

Hay, con todo, tres aspectos de esas políticas que merecen al menos unos comentarios:

  1. El primero se refiere a su propia efectividad, a una agilidad, facilidad y eficacia en su aplicación que no se ha conseguido en muchos casos y que resulta vital ante la gravedad de las circunstancias actuales.
  2. El segundo tiene que ver con el carácter de unas medidas indispensables para algo así como “aplanar la curva de la recesión económica”, aunque insuficientes para después, para recuperar una economía que podría salir de la UCI y sobrevivir, pero seguir en una especie de cuarentena prolongada.
  3. Y lo que quiero plantear con el tercero es que alentar el consumo y proporcionar coberturas era indispensable, pero evitar el deterioro de la producción resulta imprescindible. No basta con sostener demanda si no se protege la producción, porque de esta crisis no se sale si el tejido empresarial no se encuentra en condiciones de volver a arrancar.

Una deuda que condicionará el crecimiento económico

“Para cuando esto pase”, nos encontraremos, desde luego, con una deuda pavorosa que alguna vez tendremos que pagar y que puede condicionar seriamente las posibilidades de crecimiento económico en los próximos años. Ya sé que la emergencia sanitaria requiere todo el gasto y el endeudamiento que sea necesario y a eso debe supeditarse cualquier otra cosa.

Comparto plenamente, además, que “nadie debe quedar atrás” en esta crisis, aunque creo que tampoco nadie debería dejar de “mirar adelante”. Por eso me pongo en guardia ante la “banalización de algunas palabras” que merecen mayor respeto, (solidaridad, pactos, mutualizaciones) y ante posiciones que, en vez de plantear el modo de asumir responsable y colectivamente la factura, parecen lanzarla con frivolidad al futuro de otras generaciones o sobre unas clases medias que constituyen un soporte fundamental de toda economía; o que buscan trasladarla sin más a instancias externas, con esa concepción que tienen los populismos de la solidaridad a costa de terceros: “blindaje de los derechos y mutualización de las obligaciones”.

Los cambios que vienen

No estamos ante un paréntesis tras el cual volveremos a la normalidad, sino a otro escenario en que casi nada será igual y que, a mi modo de ver, nos conducirá a una nueva era, que nos aboca a profundas transformaciones en las formas de producir, de trabajar y hasta de convivir.

La naturaleza y entidad de esos cambios es imprevisible y, al mismo, tiempo, la empezamos a percibir ya en nuestro propio confinamiento, en los cambios de pautas y comportamientos en cuestiones como las compras on line, el aumento de los servicios a domicilio o la emergencia de canales alternativos de consumo o de acceso al ocio y la cultura.

Hemos comenzado a familiarizarnos, asimismo, con unos sistemas de teletrabajo que en el futuro se generalizarán, alterando profundamente los modos de organización de la actividad económica y empresarial y de relación con el empleo y el desempeño profesional.

Es previsible, también, un cambio en las pautas de producción, con cadenas de suministro y de consumo más cortas, una reorientación de líneas productivas para el autoabastecimiento (véase el ejemplo de las mascarillas o los respiradores), y una cierta “vuelta a los esenciales”, un tanto relegados hasta ahora, como la agricultura y la industria, que llevaría a una revalorización del papel del sector primario y a un proceso de reindustrialización ante los problemas de suministros.

Además de cambios como ésos en las pautas y comportamientos, se pueden esperar muchos otros en la organización y la estructura de la actividad económica, porque las crisis suelen ser, un acelerador de la “destrucción creativa” de Schumpeter, en que hay perdedores y ganadores, actividades que desaparecen y otras que comienzan a emerger se consolidan.

Entre estas últimas, no cabe duda que estarán sectores vinculados a la atención a mayores, la dependencia y los servicios sociales, a la transición energética, el cambio climático y la economía verde, a la consultoría y el asesoramiento, a la educación y los nuevos sistemas formativos y, desde luego, al reforzamiento de la sanidad, en dotaciones, recursos y avance de la telemedicina, y confío en que también de la ciencia y la innovación.

Cambios en la red

Uno de los ámbitos que registrará un mayor impulso es, sin duda, el del mundo digital y de la inteligencia artificial. Muchas actividades emigrarán a entornos en la Red; en bastantes relaciones los contactos virtuales sustituirán a los presenciales; y una buena parte de las inversiones se dirigirán hacia plataformas y negocios telemáticos y digitales.

Con ello, se generarán nuevas iniciativas de la economía de lo virtual y lo intangible, se extenderán los pagos digitales, se abrirán nuevas vías de intermediación, de formación de precios o de configuración de las relaciones laborales, emergerán nuevas formas de organización y empresas convertidas en “laboratorios de datos”, entre muchos otros cambios y, en definitiva, se impondrá una “nueva economía” con reglas disruptivas que romperán con los viejos paradigmas económicos en infinidad de aspectos de la vida económica, para los que tendríamos que ir preparándonos con urgencia.

Cabe pensar, por lo demás, que priorizaremos las demandas de seguridad y protección, y volveremos más la vista hacia un Estado que está actuando ahora como una especie de gran compañía de seguros y que verá impulsado su irreemplazable papel en la cobertura de riesgos sociales. Y parece llegado el momento también de plantearse la implantación de algún sistema de renta básica o ingreso mínimo vital.

China aparenta ser el gran ganador

Las profundas transformaciones que nos esperan tienen otro de sus destacados escenarios en el ámbito global. Por un lado, en un mundo más fragmentado y con unos equilibrios alterados en la geografía económica mundial, que apuntan a una pérdida de liderazgo de EEUU, un mundo árabe resintiéndose de la caída del precio del petróleo, una Rusia que vuelve a la escena con sus bazas energéticas, una UE fuera de los núcleos del poder mundial y un continente asiático que seguirá avanzando y en el que nos encontramos con la paradoja de que quien ha estado en el origen del virus, China, aparenta ser el gran ganador.

Por otro lado, en la cooperación y gobernabilidad internacional, en que el viejo orden hasta ahora vigente parece obsoleto e inservible para el futuro y corre el riesgo de pasar del inoperante G-20 al vacío del G-0 en la gobernanza mundial. Y por último, en unas tendencias de “desglobalización” y unos cambios en la globalización, puesta en cuestión tal como la conocíamos, que va mutando, transformándose y cobrando nuevas formas en esta era digital.

Un cielo tan cargado no puede despejar sin tormenta, decía William Shakespeare y, “para cuando esto pase”, no sé si nos encontraremos como Stefan Zweig ante su relato de “El mundo de ayer”. En el escenario peor, nos esperan mucha tensión social y pérdidas de bienestar. Si, como obviamente deseo, queremos evitarlo, hará falta rigor para separar lo esencial de lo superfluo, solvencia para hacer frente a la demagogia, esfuerzos para escapar a la tentación del mito de los derechos infinitos sin obligaciones, y verdaderos acuerdos para hacer real que de esta podemos “salir todos juntos”. Lo demás es engañarse.

Juan A. Vázquez, Catedrático de Economía Aplicada, Universidad de Oviedo

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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