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Los amantes de Catalina: la verdad detrás de la vida íntima de la emperatriz de Rusia

Por Cosas Muy Importantes | Catalina la Grande fue una mujer excepcional para su tiempo, no solo por la autoridad que ostentó, sino sobre todo por la seguridad con la que lo hizo. Otras emperatrices, como la propia Isabel, tía de su marido, habían ejercido el poder antes, pero se habían cuidado siempre de guardar las formas consideradas correctas para una mujer de la corte. Catalina, en cambio, nunca sintió la obligación de dar explicaciones a nadie sobre su comportamiento público o privado. Pero, ¿es cierto lo que se dice sobre su insaciable apetito sexual? ¿Quiénes fueron sus amantes?

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Catalina nunca quiso volver a compartir el poder con nadie más, a pesar de su larga lista de amantes, sin embargo la leyenda sobre su promiscuidad es bastante exagerada. Catalina fue una monógama obsesiva cada vez que se encaprichaba, aunque su magnetismo sexual garantizó que no fueran pocos esos amantes.

«Nunca creí que fuera una belleza, pero era agradable y supongo que eso era mi fuerte»

Catalina la Grande

Frente a un marido que la ignoró y se buscó otros entretenimientos, Catalina se dejó querer, en un principio, por el apuesto Sergéi Saltikov, «hermoso como el amanecer». Con él descubrió los placeres del sexo y, según confesó en su correspondencia, tuvo al futuro Pablo I tras varios abortos.

A finales 1760, Catalina empezó a frecuentar la compañía de Grigori Orlov, un teniente herido tres veces en combate, de estatura gigantesca y rostro angelical. «Un hombre sencillo y franco sin demasiadas pretensiones, afable, popular, bien humorado y honesto». Con él tuvo también un niño, Alexéi Bobrinski, que fue escondido en casa de uno de sus cortesanos.

No obstante, la más rancia aristocracia rusa advirtió a Catalina de que sería imposible formalizar aquella relación si quería mantener la Corona. Orlov, que se colmó de privilegios con el romance, fue objeto de varios intentos de asesinato dada su posición política. Pero, al final, fue la zarina la que se cansó de él, de lo limitado de su inteligencia y de sus maneras torpes. Su lugar lo ocupó Grigori Potiomkin, que los hermanos de Orlov habían alejado de malas maneras de la Corte (se dice que le arrancaron el ojo izquierdo con este fin) para evitar que sedujera a Catalina.

A su vuelta a palacio, este cortesano de ascendencia polaca, apodado el «cíclope», fue ganando prestigio militar en paralelo a su amor con la zarina, a la que enamoró de una forma un tanto enfermiza:

«Cuando estoy contigo, no doy ninguna importancia al mundo. Nunca he sido tan feliz».

Potiomkin compartía con Catalina la pasión por el arte y la cultura. Su relación fue probablemente formalizada por algún rito en 1774, en tanto se califican a partir de entonces mutuamente como «querido marido» y «querida esposa», aunque no tuvieron un matrimonio como tal. El ocaso del amor llegó porque ambas personalidades también eran muy distintas. Catalina era ordenada, germánica, mesurada y fría, mientras que Potiomkin era desordenada, eslavo e impulsivo.

Las frecuentes discusiones entre ambos, más por política que por amor, enfriaron su relación. Potiomkin no perdió su posición en la Corte, pero otros amantes como Semión Zórich, un comandante serbio de húsares, o un burócrata llamado Piotr Zavadovski, ocuparon su lugar en la cama de Catalina.

Cada amante que pasaba por su cama se marchaba con los bolsillos llenos de rublos y un mote por parte del «consorte» Potiomkin. A Alexandr Yermólov, un edecán de ojos almendrados y una nariz chata, le apodó el «Negro Blanco» y le despacharon con un pago de 130.000 rublos en el verano de 1786. A Dmítriev-Mamónov, «El señor Casaca Roja», se le entregó, por su parte, un condado y 27.000 siervos a su servicio.

El último amante, el príncipe Platón Zúbov, 40 años menor que ella, resultó ser el más caprichoso y extravagante de todos. El joven Zúbov, de 22 años, apodado «El Negrito», inició una relación con Catalina cuando esta estaba ma2s pasada de peso, con las piernas hinchadas, aquejada de dispepsia y flatulencia. Un abismo físico y de edades que, lejos de intimidar a la brava Catalina, vino después de descartar al hermano pequeño de Zúbov, de 18 años, apodado «El Niño».

Platón Zúbov se impuso a su hermano. Y, a la muerte de Potiomkin, que falleció en 1787 durante las negociaciones de paz con Turquía, Zúbov también asumió todo el protagonismo político. Mientras le empolvaban y cepillaban el cabello, Zúbov atendía cada mañana a los ministros con innumerables palabras técnicas para disimular que el cargo le quedaba demasiado grande. El «jefe de todo», engreído e inútil, fue colmado de cargos por una zarina a la que los años le habían hecho algo sensiblera.

Para mayor ingratitud, Zúbov se enamoró de la esposa del nieto de Catalina, el futuro Alejandro I, el hombre al que la zarina quería entregar la Corona rusa por delante de su hijo Pablo, que le recordaba con horror a su difunto marido. «El conde Zúbov está enamorado de mi esposa… ¡Qué situación más embarazosa!», aseguró a un amigo el propio Alejandro. Solo la intervención de Catalina acabó con el imprudente encaprichamiento de su amante. Y ya no hubo tiempo para más escándalos. El 5 de noviembre de 1796, Catalina sufrió una apoplejía camino al retrete y fue encontrada sin respiración en el suelo varias horas después.

¿Tuvo un affair con Francisco de Miranda?

En 1787, el prócer venezolano Francisco de Miranda, realizó un viaje que duró 11 meses a través de la Rusia imperial. Aquí no solo conoció a la emperatriz sino también entabló una sólida amistad con la monarca, a quien agradeció por la estadía y protección durante su viaje, y con quien se mantuvo en contacto posteriormente a través del intercambio de correspondencia.

Pero según algunos historiadores, Catalina y Miranda compartieron más que un intercambio de cartas. El prócer venezolano pasó a la historia no solo por sus luchas independentistas sino también por su personalidad y su historial sexual.

Muchos dicen que en una pequeña caja de madera, guardaba una especie de “memorabilia” de cada uno de sus encuentros. Afirman que el ADN de grandes personajes de la historia estuvo guardada dentro de este pequeño cofre, como el pequeño vello de Catalina la Grande.

El entorno de Francisco de Miranda dio fe de su cercana relación con Catalina la Grande. Con apenas 36 años de edad, logró captar la atención de la emperatriz, de 58. William Spence Robertson, un inglés cercano a Catalina, reseñó en uno de sus libros el influjo varonil del suramericano: “Con su penetrante mirada la analizó completamente. La emperatriz que era de baja estatura y gruesa, quedó extrañamente prendada de aquel avasallante personaje y le ofreció graciosamente su mano para que la besara. Luego la zarina le invitó a su mesa, y hablaron largamente sobre la América española y sobre la Inquisición”. En su Diario, Miranda no abordó al detalle su relación con la aristócrata, quien lo nombró oficial del ejército ruso y le financió su estancia en varios palacetes de su imperio.

La habitación erótica de Catalina

Otra de las grandes revelaciones de la vida íntima de la emperatriz fue el hallazgo dfe una habitación sexual llena de curiosos objetos.

Durante la Segunda Guerra Mundial, un grupo de soldados soviéticos encontró una habitación ambientada en un estilo inequívocamente erótico, que según los historiadores, fue construída bajo órdenes de Catalina la Grande.

Así, mientras una de las paredes estaba decorada en su totalidad con falos de madera de diferentes formas, el mobiliario estaba constituido por un gran número de sillas, escritorios y pantallas con escenas pornográficas.

La inusual estancia causó tal conmoción en los soldados que, lejos de causar cualquier daño en ella, decidieron tomar una docena de fotografías de su interior. Por desgracia, algunas de las imágenes se perdieron durante la contienda, aunque unas pocas han sobrevivido hasta nuestros días y han permitido que expertos del Museo del Hermitage hayan confirmado su existencia.

De hecho, la colección de arte erótico de la familia imperial Romanov era conocida desde comienzo del siglo XX y fue catalogada en los años 30, aunque nunca llegó a mostrarse al público, antes de que gran parte de ella desapareciera hacia 1950.

La leyenda entorno a su muerte

El 5 de noviembre de 1796, Catalina sufrió una apoplejía camino al retrete y fue encontrada sin respiración en el suelo varias horas después. Una leyenda negra de origen bolchevique aseguró que la zarina murió tras una fallida relación con un caballo, en tanto, el ímpetu sexual de Catalina era insaciable.

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