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Georg Elser, el carpintero que quiso matar a Hitler

Georg Elser, el carpintero que quiso matar a Hitler

Crónicas de Ares | Aunque de todos los atentados contra Adolfo Hitler sólo ha sobrevivido en el imaginario popular, el perpetrado en junio de 1944 en el marco de la operación Walkiria, el dictador nazi tuvo que hacer frente a numerosos intentos por acabar con su vida, y quizás uno de los que estuvo más cerca de cumplir su objetivo fue el cometido por Johann George Elser el 8 de noviembre de 1939. De todos los planes fallidos para acabar con el líder Nazi, el humilde carpintero Elser fue quien más cerca estuvo de lograrlo.

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Nacido en 1903 en el pueblo de Hermaringen (sur de Alemania), el carpintero Johann George Elser pretendía modificar el curso de la historia y evitar un conflicto internacional. Creció en un contexto de pobreza. El padre era alcohólico. La madre padeció profundamente por ello.

En 1928, ingresó a los grupos de choque del Partido Comunista. Pero no se convirtió en un típico miembro del partido, porque valoró siempre la independencia y la libertad de pensamiento. ¿Qué llevó a Elser, descrito por la junta local del Partido Nacionalsocialista como tranquilo e inofensivo, a actuar allí donde todos los demás mantuvieron silencio?

Como obrero en una armaduría, entre 1937 y 1938 Elser comprendió que Alemania se estaba preparando para un gran conflicto bélico. Las pomposas puestas en escena de los nazis y la propaganda llena de odio fueron insoportables para él. Tras el acuerdo de Múnich, firmado en 1938, para Elser estuvo claro: habría una guerra. Y en su interior empezó a crecer la convicción de que había que hacer algo para evitarla.

Elser sabía que ello no sería posible lanzando panfletos, y que se hacía necesaria una acción radical. Y no bastaría tampoco con matar a Hitler. Para él, era necesario acabar con todo el alto mando nazi, para garantizar así el final del régimen.

Carpintero de profesión, Elser eligió un lugar y una fecha emblemáticos para el nazismo para llevar a cabo su acción: la Bürgerbräukeller, la cervecería muniquesa en donde se había fundado el partido nazi, y lugar de celebración anual de dicho acontecimiento, en el que la presencia y discurso del ahora Führer de los alemanes constituiría el punto central del acto, donde cada 8 de noviembre Hitler daba un discurso para conmemorar su golpe de Estado fallido de 1923, el conocido como ‘Putsch de la Cervecería’. En este tipo de eventos la seguridad no corría a cargo de la policía sino del Partido Nazi, con lo que el objetivo era más vulnerable.

Elser planificó minuciosamente el atentado durante meses y se convirtió en un habitual de la Bürgerbräukeller, estudiando atentamente la disposición del edificio, mientras hacía acopio en una cantera del material necesario para la fabricación del explosivo con el que pensaba realizar el magnicidio. Finalmente, el 6 de noviembre, instalaba su bomba en un receptáculo que metódica y cuidadosamente había ido preparando a tal fin en sus sucesivas visitas a la cervecería.

Durante 30 noches, Elser había acudido a la cervecería de Múnich, Cada noche, pedía la cerveza más barata y luego se escondía en el baño hasta el cierre del local. A continuación, se dedicaba a vaciar meticulosamente la columna delante de la cual el dictador, rodeado de su plana mayor, iba a dirigirse a sus acólitos. Todo eso, sin ayuda. La precisión, la habilidad y la paciencia estaban en la sangre del carpintero, que en los años 20 había aprobado como el mejor de su clase los cursos de formación laboral.

En el hueco, Elser colocó una bomba de fabricación casera, que construyó a partir de explosivos de dinamita robados de una cantera y con un reloj a modo de temporizador, programado con tres días de antelación. Forró la cavidad con estaño para impedir que resuene si alguien diera un golpe accidental a la columna. El 6 de noviembre el trabajo está terminado y todo está en su sitio. Elser regresa a la Bürgerbraükeller el día 7 para comprobar por última vez que el reloj de la bomba sigue funcionando. Pega el oído a la columna disimuladamente y escucha con satisfacción un tic-tac constante.

Guiándose por años anteriores, el carpintero calculó que Hitler hablaría por lo menos una hora y media y programó su bomba para lo que esperaba que fuera el cenit del discurso, a las 21.20 horas.

Hitler llegó a Múnich el día ocho, a pesar de las dudas de última hora sobre la celebración de la reunión, y se dirigió al encuentro de sus fieles, que lo esperaban en la Bürgerbräukeller, al igual que la bomba de Elser. Así, el 8 de noviembre, a las 21:20, el artefacto estallaba. La cervecería sufría cuantiosos daños, el número de heridos de diversa consideración era elevado y siete personas morían en el acto (y otra más con posterioridad).  Siete eran miembros del partido nazi y una camarera, hiriendo el estallido a otras 63. El pilar escogido colapsó y el techo del recinto se derrumbó precisamente donde debía estar Hitler.

Pero Hitler no estaba entre los muertos o heridos. Un cambio de última hora en la agenda del Führer provocó un adelanto del mitin. Pero Elser no podía haberlo sabido, por lo que su bomba estalló tarde, cuando la cervecería ya estaba siendo desalojada. Por trece minutos ―el acto había concluido las 21:07― Hitler se libró de la muerte, al igual que posiblemente parte de sus acompañantes: Göbbels, Rudolf Hess, Himmler y Heydrich, entre los más destacados.

El otras veces locuaz dictador acortó su intervención y abandonó la cervecería a las 21.07 para llegar a tiempo al tren que le devolvería a Berlín: la espesa niebla no le hubiera permitido realizar el trayecto en avión, como hacía habitualmente.

La invasión de Polonia había comenzado seis semanas atrás, cuando Elser ya se encontraba diseñando el atentado, pero los historiadores coinciden en que, si su plan hubiera tenido éxito, la Segunda Guerra Mundial hubiera sido muy distinta y el Holocausto probablemente se habría evitado.

No obstante, Hitler sobrevivió y Elser fue detenido esa misma noche cuando intentaba cruzar ilegalmente la frontera con Suiza; consigo llevaba pruebas que le incriminaban (material con el que había fabricado la bomba y una postal de la cervecería donde fue el atentado), que pensaba usar para evitar la extradición o en caso de que fuera inculpado un inocente.

A pesar de su insistencia en que había actuado solo, los nazis acusaron a los servicios secretos británicos de estar detrás del carpintero.

El movimiento opositor en Alemania también desconfió de aquel solitario desconocido y consideró que el ataque era probablemente un atentado de falsa bandera diseñado por Hitler para reforzar su apoyo entre la población.

La Gestapo (la temida policía política) inició las investigaciones: Un relojero afirmó haber vendido dos relojes idénticos al usado en la explosión a un joven suabo, mientras que un cerrajero le había prestado su taller sin saber en qué estaba trabajando. Tras ser interrogado y torturado junto con su familia por la Gestapo, Elser pasó cinco años y medio en confinamiento solitario; llegó al campo de concentración de Sachsenhausen, y luego en el campo de concentración de Dachau; los intentos por relacionar su acción con los servicios secretos británicos o con el opositor nazi Otto Strasser fracasaron.

En Dachau permaneció encarcelado, sin ser juzgado, como un preso de categoría especial. Al igual que otros internos de esa categoría, estuvo retenido, y gozó de ciertos privilegios en comparación con el resto de los reclusos, en espera de un supuesto juicio-espectáculo que debería celebrarse al fin de la guerra. Sin embargo, y ante el irreversible cariz que había tomado la contienda, fue finalmente ejecutado el 9 de abril de 1945 de un disparo, por orden personal de Hitler, pocos días antes de que el lugar fuera liberado por los aliados.

«Con mi acción, quería evitar un derramamiento de sangre aún mayor,» había declarado Elser, según la transcripción de su interrogatorio, que fue descubierta por un historiador en los años 60.

«He sido un hombre libre (…) hay que hacer lo que es correcto. Si el ser humano no es libre, todo lo demás muere,» dijo también, haciendo hincapié en que nadie le había incitado a la acción y él mismo no se la había confiado a nadie.

De acuerdo con testigos presenciales, sentía un rechazo visceral ante el régimen de Hitler; se negaba a realizar el saludo romano, abandonaba la habitación si la radio transmitía un discurso del dictador, y en una ocasión había declarado: «prefiero que me peguen un tiro antes que dar un solo paso por los nazis». Amaba la camaradería y la música. En los bailes tocaba la cítara y el contrabajo. Con sus amigos paseaba por la Selva Negra y con las mujeres tenía buena llegada. Con su novia tuvieron un hijo en 1930. Elser amaba la vida, pero tenía una personalidad tranquila. Era silencioso y pensativo, y no tenía dudas de cuál sería su destino tras ser arrestado. Si bien no era asiduo a las iglesias, visitó varias antes de llevar a cabo su acción. Elser actuó menos por coraje que por defensa propia, para evitar un derramamiento de sangre innecesario. El ataque parecía justificado.

El reconocimiento a este hombre valiente comenzó tarde en Alemania, recién en la década de 1960, cuando un historiador descubrió los registros originales de los interrogatorios nazis. Elser reveló mucho sobre su personalidad en ellos. A pesar de los varios días de brutales torturas a las que fue sometido, siempre intentó buscar descripciones y respuestas inteligentes y evasivas en lugar de traicionar sus convicciones.

En las últimas décadas, los historiadores han rescatado la figura de Elser del olvido, y en 1998 se levantó el primer monumento en su honor.

En la actualidad 66 calles y plazas, así como varios colegios, llevan su nombre en Alemania.

Con motivo del 80 aniversario del atentado fallido, el presidente de la República Frank-Walter Steinmeier inauguró un monumento en el pueblo natal del carpintero, hace dos años. En su discurso, destacó que Alemania le debe «reconocimiento, respeto y agradecimiento».

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