Por Daniel Colombo | “Da sin esperar nada a cambio” es un gran precepto para la vida.
Sin embargo, una cosa es no vivir esperando nada de los demás, soltando las expectativas, y otra es la gente desagradecida: aquella que, por más que hayas hecho todo tipo de favores, los hayas ayudado de diversas maneras, jamás te expresarán su agradecimiento ni de la forma más mínima.
Se llama ingratitud, y se forja como una de las manifestaciones del ego.
Por mi trabajo, es habitual que me consulten por aspectos muy diversos del desarrollo profesional y también personal a través de las redes sociales; incluso profesionales que conozco desde hace muchos años suelen escribirme solicitando orientación, por ejemplo, sobre cómo reinsertarse en el mercado laboral. La experiencia indica que 7 de cada 10 de ellos son desagradecidos, porque, por ejemplo, por más que dedicas tu tiempo a brindarles una respuesta, o una recomendación de su trabajo en la red social LinkedIn, o facilitarles una idea para que puedan considerarla, jamás te lo agradecen es más: ni siquiera te responden de vuelta.
¿Es acaso una obligación que tienes con el otro? ¿O es que el otro cree que tiene derecho sobre ti? O, mejor aún: ¿será que nosotros mismos hemos generado ese mecanismo de habilitar que el otro nos destrate de esa forma?
Hay un refrán que dice: “Es de bien nacido ser agradecido”, y como ser humano, necesitamos alentar el apoyo, la cooperación, la escucha y el acompañamiento entre nosotros, sobre todo con aquellos que están en momentos de dificultad y buscando salir adelante.
Pero lo cierto es que la ingratitud es una conducta mucho más frecuente de lo que pensamos. Se basa en un matiz de rechazo social hacia el otro, cuando no se es capaz de corresponder apropiadamente a la ayuda o beneficios que se reciben de los demás. Y lo que se obtiene a cambio es posiblemente que se cierre la ventana a esa persona para alguna próxima vez.
Tóxicos somos todos
Un conocido me comentó que cierta vez uno de sus amigos cayó en desgracia personal y laboral: rompió con su pareja, no conseguía trabajo y debió rentar un apartamento con la ayuda de un grupo de conocidos. Lo que no sabía es que cuatro de ellos se habían puesto de acuerdo para asistirlo unos meses de diversas formas para que pudiese salir adelante: uno proporcionaba comida; otro, una pequeña ayuda económica; los demás, un trabajo part-time y una red de soporte emocional para acompañarle.
La persona en cuestión no sólo incumplió muchos de los acuerdos que tenía con estas personas, sino que se comportó de maneras muy alejadas con la gratitud para quienes le tendían la mano. Tanto fue así que se fueron rompiendo esos vínculos y quedaron al cabo de un año, exterminados… mientras esa persona logró salir adelante, y reinsertarse en parte gracias a las relaciones que le habían facilitado.
La ingratitud, entonces, es una conducta tóxica, y nosotros mismos la tenemos en muchas ocasiones. El problema radica en cuando la hacemos permanente y basada en una conducta del ego, el narcisismo, que impide el claro registro de la ayuda recibida o la cooperación del otro.
Conductas frecuentes de un ser desagradecido
Algunas manifestaciones de la gente desagradecidas: son poco empáticas ante los demás; se creen el centro del mundo; piensan que los demás tienen que “servirles” para algo en un sentido utilitario de las personas; suelen ser envidiosos; les cuesta expresar lo que verdaderamente les pasa.
Como su narcisismo no se los permite, actúan hacia afuera como si nada pasara, en vez de ser honestos y pedir ayuda desde un lugar empático y cercano. Sin dudas, esto despertará las ganas de los demás por ayudarle.
La importancia de ser agradecido
Decir gracias y apreciar sinceramente lo que los demás hacen por nosotros es una necesidad humana; forma parte de forjar relaciones interpersonales sanas y constructivas. De lo contrario, aparecerán problemas en la vida como la escasez, la falta de éxito, la dificultad para alcanzar logros significativos, y te preguntarás “¿Qué sucede que no tengo la respuesta que me gustaría de los demás?”, “¿Por qué otros lo alcanzan y yo no”? Bucea en tu interior: quizás estás siendo desagradecido.
Como todo tiene consecuencias, este tipo de personas pueden padecer de ansiedad generalizada, baja autoestima, soledad, tendencia al estrés, y, definitivamente, malas relaciones con los demás.
Cómo afrontar la ingratitud
Para afrontar esa emoción negativa que se siente cuando una persona es desagradecida con nosotros, sugiero:
- Evitar apegarse a las personas y experiencias. Trabajar el soltar y el saber que damos de corazón, sin esperar nada a cambio. Ni siquiera el agradecimiento.
- Hazle saber de qué forma la otra persona puede ayudarte. Es un buen y justo intercambio de favores.
- No te relaciones con personas “toma todo” (como en el juego de la perinola): esos que quieren exprimir tus conocimientos, consejos, relaciones, etcétera, aunque no ofrecen nada a cambio o no responden cuando los convocas.
- Se tú el agradecido. Hazle saber lo importante que ha sido para ti poder ayudarle y asistirlo de alguna manera especial. Unas pocas palabras alcanzan para marcar esta línea.
- Cierra el círculo con esas personas. No te quedes enganchado en el sentimiento que provoca su falta de agradecimiento. Decláralo completo adentro tuyo; no repitas esa historia una y otra vez (porque eso revela que todavía no la has soltado).
- Mantén alta tu auto estima. En general las heridas emocionales que nos afectan provienen de una baja estima personal, por lo que trabajando internamente aprenderás a fortalecerla.
- “No le pidas peras al olmo”. Como dice este otro refrán, si vuelves a tener contacto con aquella persona desagradecida tenlo presente así evitas sorpresas que puedan molestarte por su comportamiento o actitud.
- Agradece por todo y a todos. Mantén presente tu actitud de gratitud permanentemente, bajo toda circunstancia: es una llave maestra hacia una vida más plena y en equilibrio.
Foto: Shutterstock
--
--