Por Daniel Colombo | Pensar es una actividad a la que la mayoría de nosotros dedicamos mucho tiempo, pero no todo el pensamiento es igual.
Hay dos tipos principales de pensamiento: el reflexivo y el rumiante. Pueden sonar como palabras elegantes, pero en realidad son procesos muy diferentes que producen resultados muy distintos cuando los aplicamos en nuestras vidas.
Conocer en qué espacio de tu mente pasas más tiempo en cuanto al tipo de pensamientos te será realmente útil para saber si estás conduciendo tu vida marcha adelante, o atrás. Todo depende del tipo de enfoque que le des, y te aseguro que no se trata sólo de ser positivos o negativos. Hay mucho más para explorar.
Te lo explicaré en forma amena y sencilla.
Qué es el pensamiento rumiante
Mucha gente confunde el pensamiento rumiante un resultado productivo. Si bien a veces es una etapa que puede ser necesaria para ese proceso mental, no va a llevarte a resultados significativos, porque se enfoca principalmente en lo que ya pasó o lo que no puedes controlar.
Imagínate dándole vueltas una y otra vez, mascullando negativamente en tu mente sobre un asunto, preocupándote en exceso generalmente por cosas que todavía no sucedieron, o por algo que no tienes ningún tipo de control. No sería útil, ¿verdad?
Esa rumia por dentro surge por insistir en las experiencias, los sentimientos y los remordimientos del pasado y consiste en sacar a relucir los problemas del ayer una y otra vez, o las preocupaciones fuera de tu alcance.
Es un bucle cíclico y repetitivo que a menudo se queda atascado en los mismos pensamientos y emociones una y otra vez, volviendo a los mismos temas y problemas y sin poder avanzar. La queja recurrente es una forma de exteriorizar el pensamiento rumiante: puede ser entretenida, aunque no te lleva a ningún lado.
Las personas que tienen pensamientos rumiantes son incapaces de dejar de lado ciertos temas, por más que crean que están buscando una solución a un problema o insistiendo en un determinado error o fracaso que han cometido y ser incapaces de dejarlo ir.
Las diferencias con el pensamiento reflexivo
Cuando la mayoría de las personas escuchan la palabra “pensamiento” lo asocian con la rumiación, y puede ser que olviden que existen otras maneras.
El pensamiento reflexivo es algo que a menudo se pasa por alto, aunque tiene muchos más beneficios. Para empezar, implica reflexionar sobre la situación actual e identificar formas de mejorarla.
En este esquema mental se observa el pasado y el presente para preparar mejor el futuro.
Uno de los resultados más notorios es la claridad y la apertura de posibilidades, en vez de coartar los caminos cuando estamos en fase rumiante.
A través de la reflexión es factible identificar claramente sus objetivos y los pasos que podrían dar para alcanzarlos, de modo que puedan sentirse más del lado de generar oportunidades para sus vidas y menos como si estuvieran dando tumbos o estancados.
5 ejercicios para pasar de rumiar los problemas, a reflexionar y avanzar
Para ayudarte a balancear los pensamientos rumiantes y pasarlos a modo reflexivo, con un plan de acción y de posibilidades, aquí tienes estas cinco formas que puedes probar:
1 – Escribe tus pensamientos
No es lo mismo rumiar o reflexionar en la mente, que escribir o graficar lo que estás pensando.
Toma papel, bolígrafo o tu computadora, y haz dos columnas. En la izquierda, anota todo lo que percibes sobre la situación rumiante que te inquieta. Escribe palabras sueltas, no necesariamente frases redactadas. Es simplemente para bajar la intensidad del pensamiento recurrente y volcarlas a través de lo físico, la acción, ponerle el cuerpo.
En la columna derecha enfócate en pensar la misma idea en forma de acción. Un truco que puede funcionarte: observa la columna izquierda como si fuese el asunto de otra persona: al disociarte, lo que obtendrás es una visión más amplia y, como no estás en el enredo emocional que implica, es posible que obtengas más ideas.
2 – Céntrate en el presente
Un paso fundamental para gestionar los pensamientos rumiantes y pasarlos a reflexivos es enfocarte en el presente y en las posibilidades ciertas de resolverlos.
Técnicas de respiración, mindfulness, meditación y yoga pueden ayudarte a vivir más en el presente, y no proyectando tanto al futuro ni cayendo automáticamente en el pasado.
Además, te conectarás con más sensibilidad, auto perdón y centramiento emocional para que puedas reflexionar de una forma más apropiada de acuerdo a la realidad presente.
3 – Incorpora el hábito de reflexionar
Sin que dediques horas completas a la meditación -aunque sería muy bueno hacerlo diariamente por algunos minutos, si quieres empezar-, aquí te sugiero algunas ideas sencillas para que tomes espacio interno de reflexión:
– Responde “Lo voy a pensar y te haré saber mi respuesta”: evitarás decir que sí o no instantáneamente a todo.
– Toma unos 5 minutos de pausa antes de decidir algo importante, y enfoca tu intención sobre esa situación, para escoger aquello que consideres el bien mayor.
– Evita que te apuren para obtener respuestas rápidas de tu parte sobre cualquier cosa: desde qué película ver hasta qué proveedor elegimos en el trabajo. Manteniendo un equilibrio, puedes conscientemente frenar media hora para reflexionar.
– Aprende a priorizar y a categorizar lo que usualmente llamas “urgencias”: por lo general no son tales. Puedes colocarlas en una agenda o calendario, y atenderlas a su tiempo, delegarlas o desecharlas.
– Elimina la palabra “problema” de tu diccionario. Es una palabra tóxica que hace que tu cerebro se paralice y no te suministre los recursos apropiados para avanzar. Cámbiala por “asuntos para gestionar” o “desafío a superar”. El lenguaje construye tu realidad y tiene una carga emocional que es la que luego produce los resultados concretos en la vida.
4 – Practica la contemplación
Cuando vemos fotos de paisajes hermosos de algún viaje, es posible que sientas cierta añoranza por creer que es una realidad muy lejana para ti. Sin embargo, puedes detenerte de vez en cuando, durante el día, para mirar el cielo, o un punto fijo, mientras respiras profundamente.
Este simple acto hará que frenes cualquier impulso que antes era irresistible para ti, y verás cómo la velocidad de tus pensamientos se hace más lenta, dando espacio para la reflexión.
5 – Pregúntate si lo que piensas te acerca o te aleja de tus objetivos
Cuando estés reflexionando, e incluso, cuando detectes otra vez “ese” pensamiento rumiante que no te deja en paz, haz el esfuerzo de preguntarte si así te acercas o alejas del objetivo que quieres lograr. Esto te permitirá redirigir conscientemente la mente hacia lo que quieres conseguir y cómo puedes lograrlo.
Ahora que entiendes la diferencia entre el pensamiento reflexivo y el rumiante, practícalo a consciencia.
La invitación es a aplicar este conocimiento para asegurarte de que estás teniendo el tipo de pensamiento apropiado en el momento adecuado.
Cuando dedicas algo de tiempo a reflexionar sobre la situación actual y sobre cómo puedes mejorarla, empezarás a ver dónde necesitas hacer cambios en tu vida y qué camino tomar para llegar a ello.
Por otro lado, cuando dedicas un tiempo a reflexionar sobre el pasado y a explorar lo que ha sucedido, no necesariamente caerás en un bucle negativo que no se detiene: simplemente lo observas como un pensamiento que te traiga nuevas percepciones y entendimientos para ayudarte a reencuadrar las situaciones y a aprender de tus experiencias. Y así lo estarás convirtiendo en pensamiento reflexivo, porque te sirve para evolucionar.
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