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El plagio más grande de la historia

El plagio más grande de la historia

Desde la edad de piedra, siempre han existidos personas prestas al engaño para lograr un objetivo en particular, es fácil imaginar a un humano de las cavernas enseñando un hueso de bisonte diciéndole al resto de su tribu que se trata de un tigre dientes de sable.

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Plagiarios y falsificadores siempre han estado entre nosotros, desde el mencionado cavernícola hasta las más perfectas imitaciones de objetos de alta costura elaborados en  China, buscando lograr un beneficio económico, poder o simplemente algo de fama.

Entre el siglo IV  y el siglo XI después de Cristo, ocurrió la más importante falsificación de la historia, una que todavía tenía efectos prácticos a principio del siglo XX, se trata de la “Donación de Constantino”.

Durante el siglo IV, la iglesia de Roma había conseguido alzarse sobre otras iglesias locales, y fue expandiéndose por todo el Imperio. El poder de la misma no había alcanzado lo político y no lo hizo hasta el Edicto de Milán, que fue una carta emitida por el Emperador Constantino, Licinio y Augusto de Oriente emitida a los gobernadores de la provincias del Imperio en el año 313.

En el mencionado Edicto, ordenaba la persecución de los cristianos y les otorgaba la libertad de culto, incluso se ordenaba la restitución de los bienes confiscados a la Iglesia.

A partir de este momento, y con mucha más fuerza a partir del año 326 d.C., cuando se termina de unificar el impero, la Iglesia Romana comienza su avance y su transformación en uno de las organizaciones mas poderosas de la historia.

Entre el siglo VI y VII, comenzó un acercamiento entre la Iglesia Católica y el Reino Franco, alcanzando su punto culminante cuando el papa Esteban II le dio la unción real a Pipino el Breve, convirtiéndolo en Rey de los francos, y a la vez el papa se arrogaba la facultad de traspasar la dignidad real de una dinastía a otra y como contrapartida, concedía al rey de los francos la capacidad de intervenir en los asuntos italianos.

Pipino cruzó los Alpes en dos ocasiones para reconquistar vastas regiones de la península italiana de manos de los lombardos, y según lo acordado con el papa, procedió a donar este territorio a San Pedro; constituyendo en pleno siglo VIII los Estados de la Iglesia en los cuales el  papa ejercía como monarca temporal.

Cuando se hizo necesario justificar semejante innovación jurídica, se recurrió al viejo método medieval de «inventar» un documento que retrotrajese en el tiempo la situación que se daba en el presente. Este fue el nacimiento del documento que ha pasado a la historia como la Donatio Constantini .

La Donatio Constantini o “Donación de Constantino”, estipulaba que el papa Silvestre I había recibido del mismísimo Emperador Constantino I, el derecho de gobernar la ciudad de Roma, alrededores de la misma manera que un monarca temporal, sosteniendo además derechos del papado para intervenir en los asuntos políticos de Italia y del Imperio Romano de Occidente, así como de una sucesión de territorios adicionales (Grecia, Judea, Tracia, Asia Menor, África), formando así una autoridad religiosa dotada de poderes gubernamentales.

En el siglo IX empezaron a aparecer referencias a la Donación de Constantino en los escritos cristianos, y más adelante en el siglo XI, el papado utilizó a la Donación de Constantino como justificación a sus pretensiones de ser gobernantes no sólo eclesiásticos sino también seculares de la Italia central.

A lo largo de la Edad Media, la Donación se consideró genuina tanto por parte de los que apoyaban las pretensiones de la Iglesia como de los que se oponían.

No fue hasta el año 1440, que el lingüista Italiano Lorenzo Valla demostró que la Donación era una falsificación ya que muchas palabras y giros idiomáticos no concordaban con la fecha de su supuesta elaboración.

Oficialmente el papado jamás ha declarado la falsedad de la «Donación» pero dejó de ser invocado como sustento legal desde mediados del siglo XV.

Ni siquiera fue citado en la Bula Inter Caetera de 1493 cuando el papado se atribuyó facultades para dividir el Nuevo Mundo entre España y Portugal.

El mundo continuó su eterna rotación, y aunque no se ha citado Donatio Constantini, desde el siglo XV, en 1861 durante la creación del “Reino de Italia”, el parlamento se reunió en Turín y declaró a Roma como capital.

Roma en ese momento era la capital de los Estados Pontificios, gobernados por el papa Pio IX, y que además era protegida por tropas francesas, a los italianos no les quedó otra opción que trasladar su sede gubernamental.

En 1870, al comenzar la guerra Franco-Prusiana, Francia tuvo que retirar sus tropas de Roma, inmediatamente el gabinete presidido por Giovanni Lanza, ordenó a sus tropas la invasión de Roma, no sin antes ofrecerle al papa Pio IX la rendición pacifica, para así guardar apariencias, Pio rechazó la oferta y el 20 de septiembre de 1870, Roma pasa a formar parte de Italia.

El papado comenzó así una serie de desencuentros con el gobierno de Italia hasta que en 1929 los Pactos de Letran entre el Gobierno Fascista de Benito Mussolini y el Papa Pio XI, conllevan a la creación de la Ciudad del Vaticano.

Por Federico Capocci | Exclusivo para Culturizando

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