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Del amor de fantasía al amor real

Del amor de fantasía al amor real

Amor, palabra que no deja de ser nombrada y que ha sido tema de cuestionamiento y reflexión a lo largo de miles de años hasta nuestros días.
Platón decía que el amor era el esfuerzo por restaurar la unidad originaria de la naturaleza humana. En la mitología, el filósofo decía que habiendo sido dividido en dos, el andrógino originario por decreto divino; las dos mitades vagaban por el mundo hasta que se encontraban y podían reunirse de nuevo. Esto hacía que el amor recíproco fuera innato en el ser humano y que éste intentara retornar a la antigua naturaleza para hacerse de dos, uno. Así que desde aquellos tiempos, la necesidad del ser humano de completarse se ha visto reflejada indudablemente.
Actualmente nos sentimos individuos, estamos orgullosos de nuestra independencia y, sin embargo, sentimos en lo más hondo la necesidad de reunirnos con otro u otra, de hacernos uno con él o ella.
La cuestión es que desde nuestra infancia se nos llena de un cúmulo de ideas poco realistas sobre lo que es el amor. Los cuentos de Walt Disney por ejemplo, nos dicen que el amor debe de ser para siempre; el cuento interminable sobre el príncipe y la princesa que vivieron felices eternamente.
Luego Hollywood, con sus películas donde el amor se encuentra mágicamente para luego ser perdido y vivir un camino donde se sufre por el ser amado pero para que al final, el reencuentro de los enamorados sea perfecto surgiendo victorioso.
Y qué decir de las canciones, donde se nos repiten una y otra vez frases como: tú eres mi todo… no puedo vivir sin ti…muero si tú no estás aquí…en fin, toda una serie de elementos que forman parte de una cultura donde se nos ha enseñado un tipo de amor adictivo, tóxico, como una droga que es adquirida para conveniencia nuestra y que llena nuestras faltas, nuestros vacíos, complementando supuestamente nuestro ser por siempre y para siempre.
Freud ya mencionaba la sobreestima exagerada y sin medida del objeto de amor (la persona amada), atribuyendo erróneamente al amante una pérdida de ”amor en sí” por lo mismo que invierte en el amado todo su amor, provocando la ya conocida: “entrega de amor total” no importando en un principio la reciprocidad por parte de la otra persona, de la pareja escogida.
La necesidad de unión emocional con el amado es tan intensa, que la percepción que el amante tiene de sí mismo se desdibuja. Como decía Sigmund: “En su punto más álgido el estado de enamoramiento amenaza con borrar las barreras entre el Yo y el Objeto.”
Para el psicoanalista, el verdadero amor no es empobrecimiento del que ama sino su enriquecimiento interior, pero siempre y cuando, éste no dependa exclusivamente del otro para que se lleve a cabo.
El problema de hacer del otro tú todo, tú mundo, depositando en él tu razón para ser feliz y creer que ese amor que se tienen durará para siempre, radica en que cuando por circunstancias de la vida esa persona ya no se encuentra con nosotros; devienen las frustraciones, el reproche por la elección que se hizo en su momento, la inevitable decepción, la inminente tristeza y por supuesto, el resurgimiento de esos vacíos que ingenuamente se creían llenados por el otro. Y aunque pareciera que se aprende de los errores, algunas personas terminan creando un patrón donde las próximas relaciones se verán marcadas por los mismos elementos del sistema de creencias que se nos enseñó en la niñez y los mensajes que obtuvimos de nuestra sociedad al ir creciendo.
Lo que hay que entender es que el amor no es un simple bien de consumo o una pasión que devasta nuestra existencia como un torbellino, no se trata de tomar un rehén o ser un rehén, no es algo que consume totalmente, que aísla, o constriñe; el amor no debe ser doloroso, si bien es verdad que hay dolor involucrado en cualquier relación, el dolor no debe de ser el motor que mueva a la pareja.
No hay nada malo con desear una relación que dure para siempre, tener la expectativa y la seguridad de que dure para siempre es lo que es disfuncional. Mientras nuestra definición de una relación exitosa sea que dure por siempre estamos predestinados a fracasar. Esta expectativa nos coloca en el papel de la víctima y provoca que nos abandonemos a nosotros mismos en la búsqueda de aquella meta inalcanzable del amor perfecto e interminable.
Creer que no podemos estar completos o ser felices sin una relación es lo que no es sano. Se nos olvida que no somos mitades que no puedan completarse sin una relación, que tenemos la capacidad de ser felices por nosotros mismos, cultivando nuestro propio crecimiento que en algún momento puede verse afortunado por el hecho de que pueda ser compartido con alguien más pero sin perder nuestra esencia.
Si comenzamos a ver las relaciones, no como metas, sino como oportunidades para crecer, entonces podemos comenzar a tener relaciones más funcionales. Una relación que termina no es un fracaso o un castigo, es una lección que debe enriquecernos para que nuestro camino se vaya empapando de experiencias, que nos ayuden en otro momento para hacer las cosas diferentes y disfrutar con el nuevo ser que llegue a nuestras vidas el amor libre, desapegado pero al mismo tiempo comprometido y alentador.
No hay que olvidar que la capacidad de amarnos a nosotros mismos es lo que determinará nuestra capacidad para amar a alguien más. Un ser humano amante vive en un mundo en el que el amor es posible, pero un amor realista y objetivo; que aporte un extra a nuestras vidas para hacerlas más satisfactorias .
Ya lo dijo Erich Fromm: “La paradoja del amor es que dos se hagan uno y no obstante sigan siendo dos.”
@ferchdavis para @Culturizando
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