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Crónicas de Ares: Ángeles Vengadoras y Brujas de la Noche, heroínas soviéticas de la IIGM

Crónicas de Ares: Ángeles Vengadoras y Brujas de la Noche, heroínas soviéticas de la IIGM

Por Crónicas de Ares | Durante la Segunda Guerra Mundial batallaron más de 100 millones de soldados en los distintos frentes, aunque en esas cifras globales no se suele diferenciar el sexo de quienes defendieron a cada país involucrado. Entrada la guerra, muchas mujeres se pusieron a disposición, pero hubo un gran número que estuvo presente en el campo de batalla como francotiradoras, pilotos, mensajeras o espías. Desde las guerras de Atenas y Esparta la mujer formó parte de los ejércitos, pero fue en esta guerra que su participación y protagonismo fue relevante, como el de las soviéticas, que desde la mira de su rifle o apuntando desde sus aviones en el aire, forjaron su heroísmo en su Gran Guerra Patria. Aquí, contamos su historia.

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El papel de la mujer en la II Guerra Mundial

La Segunda Guerra Mundial fue conflicto global que alcanzó una escala sin precedentes; durante el tiempo que se desarrolló, entre 1939 y 1945, fue el centro de interés nacional de cada país que formó parte de él. La urgencia absoluta de movilizar a toda la población provocó que el papel de la mujer en la guerra se convirtiera en vital desempeñando diferentes roles que variaban de un país a otro.

El caso de Estados Unidos: Debido a que la mayoría de hombres adultos y sin impedimentos físicos fueron enrolados en el ejército, las mujeres alternaron su ocupación de amas de casa con el trabajo en las fábricas de municiones. La publicidad a inicios de la década de 1940 las alentaba a trabajar en favor del Ejército de ese país. El cartel publicitario más conocido de la época fue el de Rosie, la remachadora, y su famosa frase We can do it. La propaganda buscaba que las mujeres entraran a las fábricas, sin abandonar a sus familias. También fue notable la participación de más de 60 mil mujeres estadounidenses como enfermeras con conocimientos militares.

En el Reino Unido, de las 225 mil mujeres que ingresaron a las fuerzas armadas, tres cuartas partes fueron voluntarias. Algunas civiles se unieron al Servicio de Inteligencia Británico (SOE), que las utilizó como agentes secretos y operadoras de radio subterráneas en las zonas ocupadas por los nazis.

En Canadá, por ejemplo, se crearon divisiones femeninas de la fuerza aérea y la marina. El requisito principal era ser mayor de edad. Muchas mujeres de 16 o 17 años mintieron para ingresar.

En Polonia las mujeres del Ejército Nacional llevaron correos y fueron médicos, pero muchas también levantaron armas y formaron parte de los combates. Una de las más notables fue Wanda Gertz, que creó y ordenó Dysk, la Unidad de Sabotaje de la Mujer, batallón que peleó durante el Levantamiento de Varsovia. Por su valentía, fue galardonada con los premios más altos de su país.

Pero fueron las mujeres de la Unión Soviética las que superaron en número a todos los demás grupos. Casi un millón de mujeres dominaron todas las especialidades en las filas del Ejército Rojo durante la guerra. Eso supuso un problema lingüístico: hasta entonces para las palabras ‘conductor de carro de combate’, ‘infante’ o ‘tirador’ no tenían una conjugación en femenino, porque nunca antes las mujeres se habían encargado de estas tareas. El femenino de estas palabras nació en la Segunda Guerra.

En junio de 1941, los alemanes sorprendieron a los rusos al lanzar la Operación Barbarroja, la invasión alemana de la Unión Soviética. La situación era desesperada y ante la abrumadora superioridad de los alemanes por tierra y aire, el 8 de octubre de 1941 Stalin decretó una orden para que las mujeres se incorporaran a la guerra. Más de un millón de féminas respondieron a la llamada y se alistaron como francotiradoras, zapadoras y conductoras de tanques.

Svetlana Alexiévich contó la historia de estas mujeres anónimas (muchas de ellas menores de edad) en su libro La Guerra No Tiene Rostro De Mujer. La periodista y escritora bielorrusa explicó que su motivación fue que todo lo que se sabe de la Segunda Guerra ha sido contado por hombres. «Las mujeres no hablan sobre lo que estamos acostumbrados a leer: cómo unas personas matan a otras de forma heroica o qué técnica se usó y qué generales habían. En su guerra no hay héroes ni hazañas, tan solo hay seres humanos involucrados en una tarea inhumana», escribió.

Hubo dos grupos de mujeres soviéticas cuyas actuaciones fueron retratadas en la historia por su heroísmo pero sobre todo, porque destacaron en roles habitualmente desempeñados por hombre: francotiradoras y aviadoras.

Las Ángeles Vengadoras

Las francotiradoras fueron, con las aviadoras, la élite de las mujeres soldado soviéticas, de las que el Ejército Rojo, ante la escasez de varones por las bajas en la batalla, envió al frente más de medio millón (muchas más si incluimos a las partisanas y las milicias civiles) para servir en todos los puestos, desde simple infantería a artilleras y tanquistas. Esto contrasta con la oposición absoluta de Hitler a que las alemanas tomaran las armas.

A las francotiradoras se las adiestró como a sus colegas masculinos y padecieron como ellos los rigores de una guerra salvaje, a los que se sumaron penurias específicas como que les cortaran las trenzas, no disponer de ropas y calzado adecuados, de instalaciones sanitarias específicas o de las medidas de higiene que requerían. Se las enseñó a disparar, a camuflarse, a permanecer inmóviles largos periodos de tiempo, dado que algunos estudios apuntaban que ellas podían tener más rendimiento en la caza al ser más tranquilas y pacientes.

Las francotiradoras luchaban en parejas y la muerte de la compañera, muy habitual, solía representar un trauma terrible. Alguna perdió hasta cuatro.

Dos de estas serían Natalia Kovshova (capaz de darle a sus objetivos en el puente de la nariz, su firma) y Maria Polivanova quienes formarían un equipo de tiro y cálculo de tiro -la persona que asiste al tirador, o en este caso tiradora, informándole de las variables ambientales y climáticas así como de las cercanías al blanco- que causaría más de 300 bajas entre las fuerzas alemanas.

Su leyenda crecería aún más cuando efectivamente eliminaran a cinco francotiradores de élite del ejército alemán que habían sido enviados en su búsqueda; y así como también a más de 20 oficiales de rango y 10 oficiales de alto rango del Tercer Reich.

En 1942, en Sutoki-Byakovo, prestaban apoyo a un francotirador varón y un ataque los dejó aislados a los tres. Fueron heridos y las chicas —su compañero pudo arrastrarse y escapar— se juramentaron en su pozo de tiradoras para no caer vivas en manos del enemigo (lo que significaba invariablemente para una francotiradora violación, tortura y ejecución). Quitaron el seguro de sus granadas, esperaron a que llegaran los atacantes y entonces las hicieron estallar matándose y llevándose por delante a unos cuantos alemanes.

Otras dos francotiradoras muy famosas, ya que no superaban los 20 años y eran físicamente muy atractivas, fueron Roza Shanina con 59 bajas y Nina Lobkovskaya con un estimado de 89 a 95 bajas enemigas. Precisamente Shanina tenía como lema “¡Un cartucho, un fascista!”, cuando llevaba ya más de veinte alemanes. Murió casi al final de la guerra, con el vientre abierto por la metralla, tratando de contener con las manos los intestinos que se le desparramaban y pidiendo a sus compañeros que la mataran rápido.

Hay casos como el de Sasha Shlíajova, a la que la coquetería de conservar una bonita bufanda roja durante su sus misiones le costó que la matara un francotirador alemán. A Tania Baramziná, elegida como francotiradora aunque era corta de vista y llevaba gafas, la capturaron, torturaron y mataron con un lanzagranadas.

Al enterarse de la existencia de éstas mujeres francotiradoras, la moral del ejército alemán se vio muy disminuida ya que el nivel de precaución que debían tener de ahora en más en los puntos de control y en las patrullas se vio incrementado a niveles extenuantes, ya que de aquí en adelante no solo debieron de estar atentos a los hombres de los poblados sino que también a las mujeres de los mismos, quintuplicando el número de vigías y «ojos» -ya que a causa de la guerra las mujeres superaban en número ampliamente a los hombres-.

Un dato interesante es que generalmente se escabullían a territorio controlado por las fuerzas opositoras disfrazadas de campesinas o pastoras, llevando sus rifles desarmados en canastas o el pelaje de las ovejas.

Una vez ubicadas detrás de las líneas o los flancos débiles, esperaban a los contraataques del ejército soviético para «picar» oficiales de rango de las filas alemanas. Esta tarea hubiese sido imposible para un hombre ya que, justamente para evitar este tipo de «tenazas» generalmente se les prohibía transitar tan libremente por territorio controlado por las tropas alemanas.

La investigadora rusa Lyuba Vinogradova escribió “Ángeles Vengadores”, un libro en el que se expone la visión muy femenina de la guerra por las francotiradoras protagonistas. En él, se revelan una serie de experiencias testimoniales de esas mujeres que se hicieron famosas por su éxito militar.

“A 200 o 300 metros, a través de la óptica, ves perfectamente la cara de tu víctima, sabes muy bien a quién estás matando. Todas explican que el primer muerto era un gran shock. Algunas se acostumbraban, otras no”. Al matar a su primer alemán, Lida Lariónova saltó de la trinchera horrorizada y corrió hacia sus filas gritando: “¡He matado a una persona!”. Tonia Majliaguina, que era huérfana, se lamentó tras abatir al primero de los suyos: “¡Era el padre de alguien, y yo lo he matado!”. La muerte fue dejándolas de impresionar de manera gradual. Cuando le entregaron la medalla que había ganado, Bella Morózova hizo lo posible por enseñar solo un lado del rostro. Una bala le había entrado por la sien del otro atravesándole la cavidad nasal y dejándola sin un ojo. Tenía solo 19 años. Y regresó al frente. El soldado que se había enamorado de ella no cambió de opinión tras verla desfigurada y tras la guerra formaron una familia y vivieron muchos años juntos; un raro final feliz.

La francotiradora solitaria más mortífera de todas sería Lyudmila Pavlichenko quien acumularía, confirmadas, 309 muertes, entre estas la de un general de campo alemán. Uno de sus modos de operación más eficiente era el de aprovechar su poco peso para ocultarse en las copas de los árboles, buscar un claro, y controlar las rutas de abastecimiento utilizadas por los alemanes. Con el tiempo, su habilidad se haría muy famosa entre las líneas aliadas y del eje.

La autora Vinogradova refiere numerosos casos de duelos de francotiradoras con su contraparte alemana (siempre hombres), incluso con ases del rifle. Como el que se le acredita a Pavlichenko, que se habría cargado, tras acecharlo 24 horas, a un tipo que había comenzado a cazar en Dunkerque y llevaba (según la libreta que se recuperó del cadáver) 500 enemigos cobrados. Ese sería uno de los 33 francotiradores alemanes liquidados por la ucraniana.

Fue la primera persona soviética en ser invitada a la Casa Blanca y recibida por un presidente de los EE. UU, Franklin D. Roosevelt y trabó amistad con Eleanor Roosevelt, con quien organizó una gira por el país norteamericano para dar charlas y promocionar el papel de la mujer en el conflicto armado.

Matar nazis. Esa era su misión, ese era el oficio para el que las preparaban meticulosamente, y aunque mataban nazis que habían invadido y devastado su país y muchas consiguieron largas listas de víctimas e incluso algunas llegaron a disfrutarlo, no hubo prácticamente ninguna que no se desmoronara y llorara su primera vez, al alcanzar con su arma a un ser humano. Tampoco se libró ni una de ellas, rodeadas de una gran masa de camaradas sexualmente hambrientos, de tener que soportar el acoso y los abusos de sus mandos y compañeros varones, mayormente ebrios: un verdadero combate en dos frentes. Pese a que varias se hicieron muy populares y hasta consiguieron el título de Heroínas de la URSS, no pudieron hacer luego carrera en el ejército y a su regreso a casa se las menospreció.

Las Brujas de la Noche

Conocida en su país por ser la primera mujer en recorrer la distancia entre Moscú y el Lejano Oriente sin escalas, Marina Raskova abordó el avión ANT-37 «Ródina» y se convirtió en heroína nacional. Asimismo aprovechó su amistad con Stalin para proponerle la idea de formar un regimiento especial de aviación compuesto sólo por mujeres. Stalin escuchó a Marina y tanto él como su estado mayor le prometieron estudiar la idea y darle un respuesta lo antes posible. Pero en círculos militares, formados básicamente por hombres, muchos se opusieron a esta «singular» idea. Sin embargo, las solicitudes para alistarse en el nuevo cuerpo ideado por Marina no cesarían de llegar.

Ante el llamado de Stalin a las mujeres a las armas tras la invasión alemana, Marina Raskova pensó que si había mujeres que podían ocupar aquellos puestos en el ejército, ¿porque no podía haber mujeres aviadoras? Finalmente Stalin accedió y se crearon tres regimientos femeninos de combate aéreo: la división 586, la división 587 y, la más famosa de todas, el regimiento 588 de Bombardeo Nocturno.

Para formar parte de ese batallón se reclutaron 115 mujeres voluntarias de entre 17 y 22 años, y lo primero que se les ordenó fue que se cortaran sus largas y rubias trenzas para que su cabello se asemejase más al de sus compañeros masculinos. En un tiempo récord de seis meses, aquel grupo de inexpertas mujeres recibió un entrenamiento intensivo en técnicas de combate, pilotaje y supervivencia que normalmente duraba año y medio. Una vez finalizado, todo lo que el ejército rojo les pudo entregar fueron unos anticuados aviones Polikarpov 2, biplanos de los años veinte dedicados a tareas de fumigación y entrenamiento. Vestidas con uniformes masculinos y con botas que debían rellenar con ropa de cama para evitar de que se deslizaran de sus pies, aquellas mujeres deberían combatir con unos aeroplanos hechos de madera contrachapada y lona que no ofrecían protección alguna contra los elementos; por la noche las pilotos tenían que soportar temperaturas bajo cero con el consiguiente riesgo de congelación (durante los duros inviernos soviéticos, tocar un avión helado conllevaba el riesgo de que la piel se quedara adherida de inmediato al fuselaje). Además, los aviones eran tan pequeños que no tenían ni bodega para almacenar las bombas, y como sólo podían transportar dos artefactos explosivos a la vez éstos iban apoyadas en su regazo. Aquellas valientes mujeres realizaron su primer vuelo de combate contra la Luftwaffe el 12 de junio de 1942.

Apodados kukurúznik, mazorca de maíz, aquellos biplanos de marcha lenta llevaban la cabina abierta y contaban con una protección de vidrio que no protegía a su ocupante de las balas enemigas ni del fuerte viento. Sin mapas, ni radios, podían perderse con facilidad (una de estas aeronaves fue descubierta en Groenlandia al finalizar la guerra). Hubo que esperar a 1944 para que aquellos biplanos fueran equipados con ametralladoras. Volando a una altura de tres mil metros y a 120 kilómetros por hora, estos aviones eran difíciles de detectar. Todas sus misiones las realizaban de noche, llegando a efectuar entre diez y quince salidas en un solo día. Siempre volaban en grupos de tres: dos de los aviones actuaban como señuelos y el tercero, después de apagar el motor y planear más lentamente que un paracaidista, es el que lanzaba las bombas sobre el objetivo, y así hasta que las tres aeronaves culminaban la misión. El ruido de las alas de los Polikarpov al rozar el aire era comparado por los alemanes con el de una «escoba» y de ahí el apodo que se ganaron por parte del enemigo: Nachthexen, Las brujas de la noche.

En su obra Las brujas de la noche (Pasado y Presente), la investigadora rusa Lyuba Vinogradova aporta los testimonios directos de las aviadoras soviéticas de la Segunda Guerra Mundial, y lo hace contando detalles íntimos que normalmente se suelen pasar por alto: la separación de sus familias, la dificultad de contar con la ropa adecuada, las lágrimas cuando les cortaban el largo cabello, el acoso y las bromas que tuvieron que soportar por parte de sus compañeros pilotos masculinos (que muchas veces iban pasados de vodka), el problema con los anticonceptivos o incluso la confección de lencería con la seda de los paracaídas de los aviadores alemanes derribados (lo que no dejaba de ser una gran humillación para los pilotos del Reich). Hitler llegó a conceder una cruz de hierro (la condecoración más alta del ejército alemán) por «bruja» abatida, y también se creó un regimiento alemán de combate nocturno para contrarrestar las ofensivas de esta división de élite femenina. Los alemanes estaban tan asombrados de la considerable habilidad de las brujas nocturnas, que difundieron el rumor de que el gobierno soviético mejoraba la visión de las mujeres con una medicina experimental para darles una especie de visión nocturna felina.

Comparadas con la mayoría de mujeres que servían a las órdenes del ejército soviético, y que constantemente sufrían acoso y a veces incluso violencia sexual, las aviadoras eran un grupo privilegiado a pesar de que había mucha discriminación. Los hombres acostumbraban a ningunear constantemente a las aviadoras llamándolas «muñecas». Un ejemplo clásico son las exclamaciones que los pilotos lanzaron en el campo de batalla cerca de Stalingrado cuando se enteraron de que un regimiento de bombardeo femenino llegaba en su apoyo: «¡A cubierto, hay chicas tratando de aterrizar!». La gran aviadora Raisa Belyaeva tenía que escuchar al comandante del regimiento de cazas en el que combatía decirle: «No quiero enviarte de misión, eres demasiado guapa». Esas mujeres, que muchas veces poseían más experiencia de vuelo que sus propios camaradas, tenían que probar constantemente sus habilidades y coraje para granjearse su respeto.

Pero no todas salieron con vida. El escuadrón de brujas nocturnas perdió a 32 pilotos, incluida la coronel Marina Raskova cuando fue enviada a la línea del frente. A su muerte se celebró el primer funeral de estado de la Segunda Guerra Mundial y sus cenizas fueron enterradas en el Kremlin. Mientras tanto, otras 23 pilotos, entre ellas la legendaria Nadezhda Popova, obtuvieron el prestigioso título de Héroe de la Unión Soviética. La emoción tras la victoria era la misma que la de los hombres, pero expresada en muchos casos de un modo un tanto distinto. «¡Has derribado un Heinkel, querida!», le espetó su mecánica a Lera Khomyakova al aterrizar tras un combate contra una formación de bombarderos alemanes. Inmediatamente el resto de mujeres del personal de tierra la rodearon y la besaron. La aviadora sería derribada poco después y encontraron su cuerpo en un campo de girasoles. Sin embargo, las brujas nocturnas fueron excluidas del desfile del día de la victoria en Moscú y algunas de ellas, como Polina Guelman, Irina Rakobolskaia, Raísa Arónova o Lilya Litvyak, nunca fueron homenajeadas.

¿Se recuerdan hoy en Rusia las aventuras de estas aviadoras? En general, los rusos están muy orgullosos de sus héroes y heroínas de la Gran Guerra Patriótica, como se conoce allí la Segunda Guerra Mundial, pero las mujeres piloto no son demasiado conocidas, excepto las más famosas de entre ellas como las que conformaron el escuadrón de las «brujas de la noche». Los tres regimientos de mujeres pilotos sin duda resultaron de mucha utilidad al ejército rojo, además de jugar un papel importantísimo a la hora de levantar el ánimo durante lo más duro de la contienda tanto a las mujeres soldado como a las civiles que actuaban detrás de las líneas.

Imagen portada: Wikipedia

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