La globalización ya no es una tendencia, representa la realidad en la que vivimos. Cada vez existen menos barreras de comercialización entre los países, se realizan transacciones inmediatas a través de distintas tecnologías y se ha presentado el fenómeno de la migración a gran escala. Derivado de esto, el sentido que conlleva la ciudadanía definitivamente ha cambiado. En la antigüedad, el ser ciudadano se relacionaba únicamente con deberes. Hoy en día, existe una relación estrecha entre deberes y derechos; la ciudadanía se fundamenta bajo los principios de libertad, solidaridad e igualdad.
Adela Cortina menciona que “un ciudadano es aquel que es su propio señor, no es siervo ni es vasallo”. Tiempo atrás, los individuos tenían obligaciones hacia con un arbitrario monarca, pues la organización socio-política con la que se regían era absolutista. En contraste, nosotros gozamos de muchos derechos, pero también de obligaciones; somos libres y autónomos y ello conlleva una responsabilidad. Como sociedad hemos alcanzado lo que se considera un Estado de derecho.
Por otra parte, la globalización ha acarreado importantes modificaciones en las estructuras sociales y en la ciudadanía. Como ejemplo tomemos a la Unión Europea. A pesar de que los habitantes de cada país conservan derechos y obligaciones particulares hacia su Estado, son pertenecientes a un ente social más grande, con mayor diversidad y en el que se busca lograr un bien común. El sentido de solidaridad se torna más fuerte en este tipo de estructuras. De este modo hacemos referencia a la definición de ciudadanía cosmopolita que proporciona la Dra. Cristina García Pascual de la Universidad de Valencia: “si la ciudadanía alude a mi posición como sujeto de derechos en relación a un Estado, el adjetivo cosmopolita alude a mi posición fuera de los Estados por encima de mi nacionalidad y con indiferencia de mi lugar de origen” (Pascual, n.d.)
Las ventajas principales que una unión de estados provee son la eliminación de barreras de entrada, la existencia de un flujo más eficiente de recursos, colaboración activa entre una diversidad de grupos, enriquecimiento cultural e implica una mayor tolerancia y respeto hacia las opiniones del otro. No obstante, también existen desventajas. Algunas de ellas son que no todos los países están en las mismas condiciones de calidad de vida, riqueza, recursos, etc., lo que representa una carga de los más débiles hacia los más poderosos. Este es el caso de Grecia y su crisis económico-política que ha puesto en aprietos a la Unión Europea.
Por otro lado, la ciudadanía cosmopolita está sustentada bajo principios naturales. Se basa en que los hombres tienen derecho a andar por la tierra que es propiedad común de todos ellos; tienen derecho a una libre circulación. Actualmente, éste no es el caso. Observamos en las noticias con frecuencia la creación de reformas migratorias y leyes anti-inmigrantes que representan grandes esfuerzos de distintas naciones de cerrar sus fronteras a individuos que habitan el mismo mundo. Argumentan que los que no poseen un derecho de suelo restan oportunidades a los demás. Sin embargo, en la mayoría de estos países, los inmigrantes representan la fuerza laboral primordial y tiene diversas ventajas (bajo costo, facturación, nivel de educación requerido).
Así pues, la división geográfica ha sido un patrón de separación desde los comienzos del hombre. Éste tiende a organizarse en sociedades, a establecer un poder rector, a dividir los recursos para la producción y bienes para el consumo y a velar por los suyos. En la conferencia “Ciudadanía: La nueva levadura de la transformación social” proporcionada por Adela Cortina en el Quinto Encuentro de Ética y Sociedad en el Tecnológico de Monterrey en 2008, se hace mención a algunas ideas de Thomas Marshall. Éste sostiene que la ciudadanía social siempre buscará ver protegidos sus derechos de primera generación (básicos) y sus derechos de segunda generación (económicos, sociales, culturales, etc.). Ello será obvio para cada sociedad, la cual buscará satisfacer las necesidades de sus ciudadanos antes que las de los ciudadanos de otros Estados.
Immanuel Kant ya planteaba una idea de ciudadanos del mundo siglos atrás. Consideraba que el orden cosmopolita surge de la concepción del mundo como un único espacio jurídico-político y mencionaba que el ideal era el evolucionar en una sociedad jurídico-mundial. Realísticamente, se buscaba una federación de Estados soberanos que no se unían porque tuvieran una obligación jurídica, sino por una obligación ética derivada de un acuerdo entre la política y la moral. Estos principios siguen siendo fundamentales para alcanzar los ideales de paz mundial. Y digo ideales, porque son normativos y existen ciertas dudas de que se puedan obtener en su totalidad.
En su libro, La paz perpetua, Kant realiza algunas propuestas interesantes. La utopía que plantea la ciudadanía cosmopolita es que los hombres tienen una serie de derechos que dan cuerpo a su pertenencia a una determinada sociedad y ellos no son más que la afirmación de que todos somos hombres que compartimos el espacio donde vivimos, sin barreras y sin limitaciones. Es quijotesco, porque los recursos son limitados y las necesidades de las personas ilimitadas . Existe una tendencia a que las personas emigren hacia las naciones más ricas pues esperan obtener mejores oportunidades, un superior nivel de vida y poder adquisitivo.
Las naciones van a buscar entonces estrechar sus fronteras más y más, porque es imposible lidiar con un exceso de población con todos los desequilibrios que ella proporciona.
Considero que la ciudadanía mundial y el derecho cosmopolita constituyen una fase importante para alcanzar la paz, y por lo tanto debemos verlo como un deber ser. Uno de los rasgos más importantes es la libre circulación; es decir, que exista la libertad de movilidad y hospitalidad universal. Nosotros como ciudadanos del mundo tenemos el deber de defendernos a nosotros mismos, de participar activamente en la política (y este punto no hace referencia a militar en algún partido político), a realizar críticas constructivas, entre otros. Esto nos permite una formación de nuestro presente y nuestro futuro.
Bien sabemos que la base de una democracia sólida son los ciudadanos. Ellos deben participar activamente en la vida política para evolucionar de una democracia de votantes a una democracia de ciudadanos. Una vez que estos objetivos se alcancen, se podrá pensar en alcanzar una posición más integral. Como menciona Javier Ruíz de la Presa en su ensayo sobre ciudadanía, “La indiferencia nos priva del rasgo principal de la ciudadanía. El ciudadano tiene el derecho de ser el autor principal de su propio progreso.”
Una colaboración de @cecita_ag17 para @Culturizando
Cecilia Acosta García
Lic. Administración Financiera
ITESM Campus Guadalajara
cecilia.acosta1@hotmail.com
Culturizando no se hace responsable por las afirmaciones y comentarios expresados por sus columnistas, anunciantes o foristas; y no reflejan necesariamente la opinión de la misma.
Culturizando se reserva el derecho a eliminar aquellos comentarios que por su naturaleza sean considerados ofensivos, injuriantes, fuera de la ley o no acordes a la temática tratada.
En ningún momento la publicación de un artículo suministrado por un colaborador, representará algún tipo de relación laboral con Culturizando.
--
--