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Cartas desde Las Malvinas: Misivas de una guerra que mató a 649 argentinos

Cartas desde Las Malvinas: Misivas de una guerra que mató a 649 argentinos

Por Crónicas de Ares | Durante la Guerra de Las Malvinas, soldados argentinos enviaron numerosas cartas a sus familias. A través de la sencillez de una carta personal, expresaron sus sentimientos y vivencias, una mezcla que incluía el orgullo por encontrarse en las Islas, el valor para enfrentar lo desconocido y la esperanza por el futuro que imaginaban; pero también el tedio de las horas esperando la acción, la angustia ante el peligro real, el frío, el hambre y la permanente nostalgia por sus seres queridos. Cuando se cumplen 40 años del comienzo de la Guerra de Malvinas, el diario argentino Clarín publicó la transcripción de varias de esas cartas escritas desde las Islas Malvinas en 1982. En este episodio de Crónicas de Ares, queremos extender a ustedes tan expresivas misivas que marcaron persona a persona, una parte de la historia de Argentina.

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40 años se cumplen de la última guerra vivida en Suramérica. Según estadísticas, se asegura que han muerto más soldados por suicidios después de la guerra que en la guerra misma, nada más contundente que eso para tener una idea de la crueldad de un conflicto que se pudo haber evitado y cuya causa terminó siendo más política que de soberanía.

Chicos que fueron a morir a una guerra para la que no estaban preparados. Ni ellos, ni el alto mando de las fuerzas armadas argentinas, una conclusión a la que se ha llegado con el paso del tiempo. Más allá de la infamia de la guerra, el argentino venera y honra a todos quienes fueron parte de la representación patriótica de su país en aquel conflicto. Venera a los sobrevivientes, más que veteranos de guerra, y a los 649 que dejaron de vivir por aquella causa.

El diario Clarín rememora los 40 años de la guerra publicando cartas de distintos soldados y oficiales argentinos, algunos sobrevivientes y otros que dejaron la vida en el conflicto, constituyendo un recordatorio y un homenaje de las vidas que se perdieron, de todos los que combatieron y de las familias que fueron directamente afectadas por el conflicto.

“Río Gallegos, 10 de mayo de 1982. Mi amor: espero que al recibir estas líneas se encuentren vos, nuestros hijos y el resto de la familia bien. Yo estoy en perfectas condiciones con muchísimo deseo de que esto terminé bien y pronto. Hoy cumplo 10 días en el despliegue y no hay mayores novedades. La única constante que hemos tenido es el mal tiempo. Todavía no hemos visto el sol. Estoy en campaña de conseguir ropa para la gimnasia, porque tenemos un lugar donde ir, pero casi ninguno trajo equipo. La ropa es de tropa (toda verde) tiene una pinta bárbara. De aquí no tengo otras noticias, todos estamos muy bien, con muchas ganas y con una fe en que todo va a salir bien. Pensando siempre en el asado que vamos a hacer cuando esto termine. Está escrito pero, te pido que te cuides y cuides a mis adorables hijos y más teniendo en cuenta que ‘Oscar Federico’ ya puede estar entre nosotros. Puedes estar tranquila que yo cumpliré con mi misión lo mejor posible y jamás arriesgaré más allá de lo que la seguridad y experiencia me permitan. Ustedes siempre estarán conmigo, y son mis guías, mi fuerza espiritual, y mi voluntad de volver, lo que hará salir airoso de esa situación. Como última recomendación te pido que no confíes en noticieros y periodistas, no olvides que allí por encima de todo buscan el negocio, la información siempre estará cargada de desconfianza más de los críticos”.

El primer teniente Manuel Oscar Bustos era piloto del Grupo 5 de Caza de la V Brigada Aérea. Estaba basado junto a su cuadrilla en Río Gallegos, desde donde despegaban los aviones hacia sus objetivos en las islas. El primer teniente se desempeñaba como jefe de escuadrilla de los cazabombarderos A-4B Skyhawk, un tipo de avión de ataque desarrollado en los Estados Unidos en la década de 1950.

El 12 de mayo de 1982, al día de haber escrito la última carta a su familia, el primer teniente Bustos, los tenientes Jorge Ibarlucea y Mario Nívoli y el Alférez Alfredo Vázquez partieron hacia las islas con la misión de atacar la fragata Brilliant y al destructor Glasgow, navíos de la Marina Real Británica.

A las 12:20 del 12 de mayo de 1982 partió la escuadrilla. Bancos de niebla y sal en los parabrisas de los aviones dificultaban la visión. La escuadrilla era atacada por fuego antiaéreo de las naves británicas. A pesar de las condiciones adversas, lograron dañar a los navíos de la Marina Real. Los A-4B Skyhawk de la Escuadrilla Cuña del primer teniente Bustos volaban a quinientos metros entre sí cuando recibieron los impactos de un misil Sea Wolf. El primero, en el avión del teniente Nívoli. Luego el del teniente Ibarlucea. Bustos trató de esquivarlo, pero su nave tocó el agua y se estrelló en el mar.

El matrimonio Bustos tuvo tres hijos. Fue durante su estadía en Río Gallegos que el primer teniente Oscar Bustos se enteró que Mabel, su esposa, estaba embarazada de su tercer hijo. En sus últimas cartas, el primer teniente expresó su deseo de que lo nombraran “Oscar Federico”. Manuel Oscar Bustos fue ascendido a capitán post mortem. Sus tres hijos siguieron sus pasos: dos trabajan en la Fuerza Aérea y el tercero en la Policía de Seguridad Aeroportuaria.

“Papá Coquito, si no puedo llegar a escribir otra carta te deseo Feliz Cumpleaños. Quiero volver y abrazarlos a todos y no soltarlos más. Estando aquí estoy comprendiendo lo que es tener una familia, recién ahora me doy cuenta estando a tantos kilómetros. No les voy a mentir, cuando me puse a leer sus cartas empecé a llorar como un tonto. Me despido porque no tengo más espacio para escribir. Saludos. Todos.”

Marcelo Daniel Massad llegó a las islas el domingo de Pascuas de 1982. Al empezar la guerra, le faltaban solo tres días para ser dado de baja del servicio militar obligatorio. El lunes 5 de abril se presentó en el Regimiento de Infantería Mecanizado 7 de La Plata y no volvió más a su casa. Nueve días después, llegó a Malvinas.

Luego de casi dos meses después de su llegada a las islas, el Regimiento de Infantería 7 de La Plata al que pertenecía el soldado Massad custodiaba el Monte Longdon, una ubicación clave en torno a la guarnición argentina, asentada en Puerto Argentino. En la noche del 11 de junio de 1982, comenzaba allí una de las batallas más cruentas de Malvinas. Durante casi 9 horas y entre fuego de morteros, relámpagos de bengalas y bayonetas, soldados argentinos y británicos lucharon cuerpo a cuerpo por Puerto Argentino.

Marcelo Daniel Massad fue uno de los caídos en la batalla. Aunque se había dado una orden de repliegue, Daniel continuó la marcha para comunicarle esa instrucción a otro grupo que no lo había escuchado. Fue entonces cuando una ráfaga de ametralladora le dio en el pecho. En la mano apretaba un rosario “doble”: había unido el que le entregó su madre Dalal antes de irse a las islas y el que había recibido del Ejército.

“Islas Malvinas, 24 de mayo de 1982. Querida familia: Antes que nada quiero decirles que estoy bien y espero que también lo estén ustedes. Sepan disculparme por la demora en escribir, porque nosotros no sabíamos que se podían mandar cartas a pesar del bloqueo. Mandé telegramas y espero que los hayan recibido. Voy a pedirles un favor, el más grande de todos, QUÉDENSE TRANQUILOS Y CONFIADOS, porque así también lo estoy yo. Cuando vuelva, pienso que me van a notar cambiado en dos cosas fundamentalmente: la primera es que creo que soy un poco más católico ya que noté que cuando uno se encuentra impotente ante las ridiculeces de la humanidad no deja de pedir y de rogarle a alguien superior a todos nosotros para que nos dé fuerza y esperanza, aunque la razón sea justa. acá el clima es un desastre, a veces hay sol, a los dos minutos llueve, por ahí se despeja y se calma todo y siempre así. Las tormentas son de lluvia y viento, pero sin relámpagos ni truenos. El terreno es muy blando y brota agua por todos lados, se forman charcos de los cuales tomamos el agua, que es lo que nos sobra. Te cuento que cuando vinimos al pueblo y me puse frente al espejo dije: ‘Soy feo pero atractivo’. Te podés imaginar un mes sin lavarme ni afeitarme me daba un aspecto de soldado impresionante. Y ahora dejando de filosofar, les cuento el otro aspecto en que he cambiado: soy una bestia, morfo cualquier cosa, porotos, garbanzos, cebolla y todo lo que esté a mi alcance, y lo más raro es que cada vez me gustan más. Graciela, te voy a aclarar eso de la turba y las raíces, eso no se come, sino que lo utilizamos para hacer fuego porque aquí no hay árboles ni leña en ningún lado. Otra cosa, espero que sigas abocada a tus tareas siendo una mujer trabajadora y responsable como me decís en la carta. Saludos a Mario y a la madre. Deciles a papi y a mami que se queden tranquilos que pronto se arreglará todo. Cambiando de tema te digo que la guerra como, vos te imaginás, no sirve para nada, lo único que te hace ver es que las pequeñas cosas de la vida, pero las más pequeñas son las que hacen hermosa la vida así que disfrútenla sin amargarse porque pronto lo haremos todos juntos, ah… Una de esas pequeñas cosas (espero que no sea tan pequeña) es la torta de chocolate que me debés para mi cumpleaños. Te cuento que tomo agua de charco, pero fumo cigarros Rothmans (made in London), ¿qué me contás…?”

Antonio Reda cumplió sus 20 años en Malvinas. Para entonces, ya llevaba casi dos meses en las islas. Había llegado en abril con el Regimiento de Infantería 7 de la Plata, donde cumplía el servicio militar obligatorio. Su posición se ubicaba al norte del Monte Longdon, enfrentando el río Murrell en la Península de Freycinet.

Durante el combate de Monte Longdon, recordado como uno de los más cruentos enfrentamientos de Malvinas, la compañía de Antonio quedó en la primera línea de combate. El 12 de junio, mientras las fuerzas se reagrupaban, Antonio le gritó a un compañero. Quería proponerle un intercambio: “leche en polvo por cigarrillos”. Los gritos marcaron la posición de ambos. Recibieron el disparo de un mortero británico, que hirió a Antonio en la pierna. Primero fue enviado a retaguardia con otro compañero herido y, luego de unas horas en el Hospital de Puerto Argentino, emprendió el regreso al continente. Era el 13 de junio.

“San Julián, 6 de mayo de 1982. Queridos padres y hermanos: En estas horas difíciles para nuestra querida Patria y en los que está en juego el futuro como Nación con verdaderos objetivos de grandeza, se puede apreciar claramente que la balanza se va inclinando decididamente a nuestro favor. Y no podía ser de otra manera, ya que la causa por nosotros defendida es justa y apoyada por todos los países sudamericanos y por varios de otros continentes. Aquí lo pasamos bastante bien pues hay posibilidad de hablar por teléfono por medio del telediscado y además el avión de la unidad realiza prácticamente uno o dos vuelos semanales y nos trae cartas y líneas de aliento no sólo de nuestras familias, sino también de todos aquellos que han quedado en Mendoza cumpliendo sus tareas habituales. Los días aquí pasan muy rápidamente, pues se vive con una intensidad fuera de lo común, ya que se cumplen turnos de alarma a lo largo de todo el día y también vuelos en la zona de operaciones cuando las circunstancias de la actividad del enemigo así lo exigen; estos últimos han sido hasta ahora los menos. También se viven horas de angustia y de euforia según sean las bajas propias o las del enemigo, así supongo lo sentirán todos los argentinos. Reciban un beso y fuerte abrazo, y confíen en que nuestra causa es justa y triunfará. Daniel.”

El primer teniente Daniel Manzotti, mendocino, fue a la guerra con 33 años. Basado en Puerto San Julián, despegó el 21 de mayo de 1982 para cumplir una misión sobre el Estrecho de San Carlos.

La cuadrilla que integraba, compuesta por tres A4C Skyhawk, había sobrevolado la Gran Malvina y se encontraba próxima al asentamiento de Chartres cuando fue interceptada por una patrulla aérea de Sea Harrier. El avión de Manzotti fue derribado junto al del teniente Néstor López.

Manzotti estaba casado con Marta Krause. Tuvieron tres hijos: Daniela, Marcos y Alejandra. La más pequeña, Alejandra, tenía un año cuando su papá se fue a la guerra.

Imagen portada: Shutterstock

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