Por Paula M. Gonzálvez (@pmgonzalvez)
Hace tan solo unos días Israel lloraba por la memoria de su pueblo. El país conmemoraba el Día de Recuerdo del Holocausto, en el que el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, aprovechaba para tachar el antisemitismo, también presente en la actualidad, según sus propias palabras: “El nuevo antisemitismo es frecuente en Occidente y en los organismos de la ONU».
Seguramente, en una época más convulsa y con toda probabilidad la peor que Europa ha vivido, muchos fueron los que lucharon contra el antisemitismo, pero pocos los recordados por ello. Y es que, Europa tuvo más de un Oskar Schindler, uno de ellos español. Muchos judíos, aunque jamás los suficientes, tuvieron un Ángel de la Guarda en medio de tanta inhumanidad y monstruosidad: ‘el Ángel de Budapest’. Bajo ese nombre vive, en la eternidad, Ángel Sanz Briz, y con él su labor, que sirvió para salvar la vida de 5.300 judíos.
‘El ángel’ de esas personas, a las que el nazismo quiso despojar de toda dignidad intrínseca a cualquier ser humano, era un diplomático español destinado en la Embajada Española en Budapest durante la Segunda Guerra Mundial. Su estatus y la capacidad y poder para conseguir pasaportes españoles le sirvió para devolver a esos más de 5.000 judíos húngaros lo que por el hecho de ser humanos les pertenecía sólo a ellos: su vida. Una vida perseguida por la codiciada ‘solución final de la cuestión judía’ del Tercer Reich. Lo hizo con independencia del gobierno de Franco, cuya dictadura ya estaba instaurada en España desde el año 1939 (al finalizar la Guerra Civil), aunque él mismo se encargó de informar por correspondencia al Gobierno español sobre qué estaba pasando con el pueblo judío en Europa: la existencia del Holocausto.
Llegó a la Embajada Española en Budapest en 1942, cuando el conflicto ya había estallado, pero ‘la parte más difícil’, si se le pudiera llamar así, llegó a Hungría en el año 1944, cuando la violencia contra los judíos fue mucho más evidente –con las deportaciones masivas a los campos de concentración-, a partir de la salida de la Regencia de Hungría de Miklós Horthy y la llegada de un gobierno nazi al país.
Un plan para salvar a los judíos
Sanz Briz se encontraba en una difícil posición, al depender de un Gobierno (el español) que mantenía buenas relaciones con el régimen nazi, al que según los historiadores ayudó en algunas ocasiones con recursos y enviando al frente a la División Azul para luchar contra la URSS. Pero, ‘el Ángel’ encontró una especie de laguna en la legislación que le sirvió para empezar a ayudar a conceder pasaportes: se podía reconocer como españoles a los descendientes de los sefardíes que en 1492 fueron expulsados por los Reyes Católicos, según una ley promulgada durante la dictadura de Miguel Primo de Rivera que ya no estaba vigente. Pero lo que de verdad importó es que logró convencer a las autoridades que querían llevar a cabo el exterminio de que la ley seguía en vigor –incluso al encargado de las SS de las deportaciones, Adolf Eichmann– , y empezó a ayudar a sefardíes, hasta conseguir hacerlo también, más tarde, con judíos que no lo eran. Además, por si los pasaportes no funcionaban y para mantenerlos protegidos mientras siguieran en el país, alquiló viviendas con su propio dinero para ir alojándoles bajo la protección de la ‘Embajada Española’.
Hoy, y desde hace apenas dos años, Budapest recuerda en la memoria de sus calles que tanta historia y terror cobijan el nombre del Ángel de Budapest, que ya tiene una avenida en la capital de Hungría. Una conmemoración que se une a la placa en la Sinagoga, al mural del grafitero Okuda San Miguel, en un barrio judío de la ciudad, o al título de ‘Justo entre las Naciones’ otorgado por Israel. Además, el mundo del cine o de las letras también quisieron sumarse al homenaje, con la película El Ángel de Budapest, protagonizada por Francis Lorenzo, o el libro Un español frente al Holocausto, que inspiró el film. Una serie de conmemoraciones que ayudan a reconocer la grandeza de su labor y de su humanidad, aunque seguramente el mayor de los agradecimientos sea la memoria a través de las generaciones. Se dice que existe mucha más gente buena que mala. Que, simplemente, la mala hace más ruido. Todo el mundo sabía durante la Segunda Guerra Mundial quiénes eran los nazis. Pocos sabían, y así ha sido durante mucho tiempo, quién era Ángel Sanz Briz (de 34 años de edad por aquel entonces).
Además, su modestia quedaba patente en cada una de sus respuestas ante cualquier circunstancia. Después de que el periodista israelí Isaac Molho pidiera en los años sesenta (durante la época del franquismo) información a Ángel Sanz Briz sobre su ‘acción’ en Hungría, según cuenta el diario El País, el diplomático “consultó a Madrid sobre la información que debía dar, y las instrucciones recibidas fueron que los datos que tenía que transmitir debían hacer referencia a que su intervención fue por orden expresa y con conocimiento del Gobierno español, debiendo Sanz Briz eludir todo protagonismo. Y así fue el testimonio que el diplomático le dio al periodista israelí”.
Una de las mayores labores humanitarias de la historia, hace más de setenta años, pero de las que se vuelven imposibles de olvidar, a pesar del ‘esquinazo’ a la búsqueda de protagonismo por parte de Sanz Briz. El Ángel de Budapest murió en 1980 sin ser testigo de ninguno de los reconocimientos que hoy agradecen su labor en vida.
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