El experimento de la ventana rota fue realizado en 1969, por el afamado psicólogo Philip Zimbardo, en cuya trayectoria profesional se acredita la realización del célebre experimento de la cárcel de Stanford, en 1971.
En esta ocasión, se dejaron dos vehículos idénticos en dos lugares bastante disímiles: uno en el Bronx, condado neoyorquino que, en aquel tiempo, era desprestigiado por su pobreza y conflictividad; el otro quedó en Palo Alto, ciudad acomodada del estado de California, distinguida por su bienestar económico y tranquilidad. Con ello, se quería evaluar si la violencia y el delito eran resultado de las condiciones socioeconómicas desfavorables.
Sin traicionar a los prejuicios, el vehículo dejado en el Bronx fue desvalijado en pocas horas, mientras que el otro permanecía sin ningún daño. Esa tendencia se mantuvo durante la primera semana: al final el del Bronx estaba destruido en su totalidad y el de Palo Alto parecía inmune a cualquier agresión. En un primer sondeo, la pobreza y la marginalidad, propias del condado neoyorquino, aparentaban ser la causa de los hechos vandálicos. Sin embargo, sucesos posteriores negarían esa suposición.
En la segunda etapa del experimento, Zimbardo y sus colaboradores decidieron intervenir sutilmente y quebraron una ventana del vehículo dejado en Palo Alto. Casi de inmediato, empezó a sufrir las mismas calamidades que el auto del Bronx. La ventana rota desató una violencia desmesurada y progresiva que, al margen de la prosperidad económica, ocasionó la destrucción total del vehículo.
Los experimentadores concluyeron entonces que son los signos de deterioro los que propician el vandalismo. En efecto, el cristal roto, de un auto dejado en la calle, es una señal inequívoca de abandono, de desinterés; como si nadie quisiera resguardar su integridad. Así, el vehículo se juzga desamparado ante la ley o ante cualquier otro código moral; lo que lo expone a las pulsiones más destructivas de la humanidad.
Quedaba claro que la mera imagen de deterioro, y caos, suscita conductas anárquicas que la reafirmen. Para evitar el círculo vicioso, hay que contrariar esa imagen, reparando el daño – por pequeño que sea – antes de que sus efectos nocivos se multipliquen. Este hallazgo del experimento sería la base para la formulación de una teoría criminológica, por parte de James Wilson y George Kelling, la cual alega que la apatía e impunidad hacia las faltas menores degenerará en delitos de mayor importancia. Eso aplica tanto al vandalismo, como a cualquier otra contravención de los códigos cívicos o las leyes de tránsito.
De ese modo, la intolerancia a las infracciones leves disminuirá los índices delictivos en general. Causalidad que ha sido constatada en varias ocasiones, cuando la teoría se ha materializado en diversas políticas públicas, como la estrategia “tolerancia cero”, ejecutada por el alcalde de Nueva York en 1994, que logró un notable descenso de la criminalidad.
Por Rafael Fauquié Wefer @rfauquie
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