A lo largo de millones de años, los animales han desarrollado multitud de venenos para defenderse o inmovilizar presas. Estas sustancias contienen toxinas que interfieren con el funcionamiento de los órganos.
Por ejemplo, el veneno de la cobra real (Ophiophagus hannah) bloquea la transmisión de señales nerviosas, causando parálisis. Y la medusa caja (Chironex fleckeri) puede provocar un paro cardíaco al afectar las células del corazón.
No obstante, en las últimas décadas, el estudio de la composición química de estos compuestos ha revelado también su formidable potencial terapéutico. Un caso notable es la bivalirudina, un anticoagulante que imita la hirudina de las sanguijuelas. Incluso las sustancias más tóxicas pueden ser la base de tratamientos médicos innovadores.
Secretos de un caracol mortal
Los moluscos del género Conus, conocidos como caracoles cono, producen algunos de los venenos más peligrosos del mundo. Sus ponzoñas, que contienen una mezcla de conotoxinas, pueden ser mortales con una sola dosis. Estas toxinas neurotóxicas bloquean los canales de iones en las células nerviosas, causando parálisis rápida en peces y otros invertebrados.
Las conotoxinas son altamente específicas y varían según la especie del caracol. A pesar de su letalidad, algunas de ellas (como la ziconotida) se utilizan en medicina para tratar el dolor crónico severo.
Sin embargo, esta familia de toxinas aún guarda secretos, como ha revelado un artículo publicado recientemente en la revista Nature Communications. Sus autores han descubierto que los caracoles cono de la especie Conus geographus utilizan toxinas similares a la insulina para inducir un shock hipoglucémico en sus presas. Este hallazgo muestra un caso único de compuestos tóxicos diseñados para manipular el metabolismo de la presa, específicamente la homeostasis o regulación de la glucosa.
Además de insulina, Conus geographus emplea un agonista selectivo del receptor de somatostatina 2 (SSTR2). Este compuesto bloquea la liberación de glucagón, una hormona que normalmente contrarresta la insulina. Tal interacción exacerba la hipoglucemia inducida por insulina hasta niveles potencialmente mortales.
Los hallazgos no solo ilustran una impresionante forma de mimesis química, sino que también destacan la complejidad de los venenos y la homeostasis de glucosa como una herramienta eficaz para la captura de presas.
El descubrimiento del uso combinado de estas hormonas sugiere que los caracoles del género Conus podrían contener toxinas adicionales que alteran los niveles normales de glucosa. Estas tal vez incluyan péptidos similares a las incretinas GLP-1 o GIP, hormonas que se liberan en el intestino como respuesta a la ingesta de alimentos y viajan a través del torrente sanguíneo hacia el páncreas, donde estimulan a las células beta para que segreguen mayor cantidad de insulina.
La identificación futura de dichos péptidos podría abrir nuevas vías para desarrollar fármacos y mejorar nuestra comprensión de los mecanismos fisiológicos que regulan el control de la glucosa.
Ozempic y la saliva del lagarto
Un caso similar es el del Ozempic, el fármaco que ha captado la atención mundial por sus notables efectos en la pérdida de peso, hasta el punto de agotarse en las farmacias.
Pocos saben que la molécula detrás de este medicamento proviene de una fuente sorprendente: el monstruo de Gila (Heloderma suspectum), un lagarto que habita en los desiertos de Arizona y Nuevo México. Ozempic es un análogo del antes citado GLP-1 y se utilizaba originalmente para tratar la diabetes tipo 2.
En 1990, el Dr. John Eng descubrió que el veneno del monstruo de Gila causaba un aumento en el tamaño del páncreas de sus presas. Analizando su saliva, Eng identificó un péptido llamado exendina, similar al GLP-1. Josephine Egan y su equipo demostraron que una sola inyección de exendina regulaba los niveles de glucosa en ratones diabéticos.
Más tarde, la exendina fue modificada para crear la exenatida, el primer análogo de GLP-1. Y, finalmente, se desarrolló la semaglutida, conocida comercialmente con los nombres de Wegovy, Rybelsus o el archiconocido Ozempic.
Los efectos del GLP-1 y sus análogos no se limitan al páncreas: cada año se descubren nuevas aplicaciones en otros órganos, lo que ha llevado incluso a iniciar un ensayo clínico para tratar los síntomas de pacientes de párkinson.
En conclusión, el descubrimiento del veneno del caracol cono y de otras sustancias similares abre la puerta a identificar nuevos agentes que modifican el metabolismo de sus presas. Así como Ozempic ha revolucionado el tratamiento de la diabetes y la pérdida de peso, estos hallazgos podrían conducir al desarrollo de futuros fármacos innovadores con un impacto profundo en la medicina. La promesa de estas moléculas nos inspira a seguir explorando los secretos que la naturaleza aún tiene por ofrecer.
Adrián Villalba Felipe, Profesor asociado en Universidad Internacional de Valencia (VIU) e Investigador Postdoctoral en Institut Cochin (Université Paris Cité, Francia), Universidad Internacional de Valencia
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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