En mayo de 1845 una expedición a cargo del capitán inglés John Franklin parte desde Londres con rumbo al Ártico, con la intención de develar las coordenadas del tramo final del paso del Noroeste (canal que permitiría el cruce desde el Atlántico hacia el Pacífico).
De los 129 tripulantes que hay en la expedición, ninguno volverá con vida.
No se trata de la primera expedición montada en Inglaterra para explorar el frío norte. Desde finales del siglo XVI, la corona inglesa había venido desembolsillando dinero para costear diferentes incursiones hacia la zona austral del mundo.
¿La razón de tanto interés real? La necesidad de dar con una ruta que les permitiese a los ingleses llegar de Europa a Oriente, sin tener que pasar cerca de los asentamientos que tanto portugueses como españoles (enemigos naturales de los anglosajones) tenían diseminados por las costas de la parte sur del continente americano y toda la costa occidental de África.
Sobre las condiciones del viaje
Cabe acotar que los rumbos australes ya eran más o menos conocidos para el momento en que Franklin y sus hombres zarparon, distribuidos entre dos buques, el H.M.S. Erebus y el H.M.S. Terror; cada uno de tres palos y con planchas de cobre reforzándoles el casco. Tal vez fue por esto que la marina inglesa supuso que la incursión volvería poco después de un año.
Pero lo cierto es que en el polo norte, varios eran los obstáculos que se interponían para lograr el tan añorado hallazgo, y eso los marineros más experimentados no podrían haberlo ignorado.
No solo habíaque sopesar la posibilidad de que el ingente invierno dejara presas en el hieloa las dos embarcaciones de Franklin por largo tiempo, algo bastante probable sise tomaba en cuenta que aquellas aguas apenas ofrecían tres meses de navegaciónlibre al año.
También habíaque lidiar con la idea nada agradable de que, incluso en el verano, era posibleque algún casco de hielo (que se hubiera negado al derretimiento), apareciesede pronto frente a los barcos, para propinarles una herida mortal en los bordesdelanteros o por el vientre de la quilla.
Último avistamiento
Los buques fueron avistados por última vez en julio de 1845, cuando ambos se adentraban por el estrecho de Lancaster. Este testimonio proviene de los tripulantes de un ballenero, que se encontraba cerca en aquel momento.
Solo en 1848, y tras haber recibido varias solicitudes de la esposa del capitán Franklin para tener noticias sobre el paradero de su marido, el almirantazgo inglés decidió lanzar una serie de expediciones de rescate para averiguar qué había ocurrido con los exploradores.
Un itinerario fatal
Poco a poco, el misterio que la desaparición de las dos embarcaciones había dejado tras de sí se fue aclarando.
Luego de haber cruzado el estrecho de Lancaster, un invierno temprano le cerró el paso a los dos buques, por lo que Franklin y sus hombres tuvieron que apertrecharse en un campamento rápidamente improvisado en el pequeño islote de Beechey, frente a la isla de Devon.
En la década de 1850, varias expediciones de rescate dieron cuenta de los restos de este primer campamento.
Allí fueron encontrados poco más de 600 enlatados vacíos (era la forma más efectiva de transportar grandes volúmenes de comida en la época), algunos cuadernos, cubetas, material de caza, y tres tumbas, de tres miembros de la incursión capitaneada por Franklin. Los apuntes hallados permitieron restituir la memoria de este primer cuartel de invierno.
La muerte del capitán John Franklin
En el verano de 1846, los dos buques de exploración empiezan otra vez a moverse, pero de nueva cuenta la senda norte les queda vedada en septiembre, por la llegada de una helada temprana.
El sitio elegido en esta ocasión para pasar la forzosa inmovilidad, traída por las frías ventiscas del norte, es la isla del rey Guillermo. En este lugar la tripulación permanecerá más de un año.
En el período que va desde el invierno de 1846 hasta la primavera de 1848 es fatal para la tripulación. En este intersticio los hombres de Franklin empiezan a desarrollar neumonía, tuberculosis y escorbuto; una de estas enfermedades va a cobrar incluso la vida del capitán, que fallece en 1847.
Los últimos sobrevivientes de la expedición perdida de Franklin
Con las fuerzas mermadas, y ahora bajo la dirección del capitán Francis Crozier, los sobrevivientes de la expedición perdida de Franklin intentan alcanzar (por el Ártico canadiense) la desembocadura del río Great Fish, en la zona continental.
Por la tundra hiriente desfilan unos cuantos hombres con un bote a cuestas. Las condiciones adversas del Ártico los irá doblegando uno a uno.
En 1854, mientras realizaba una expedición científica en el sureste de la isla del rey Guillermo, el explorador John Rae se cruza con una tribu inuit (apelativo que engloba a varios pueblos de las regiones árticas de Norteamérica). Los aborígenes le entregan a Rae algunas pertenencias de los últimos sobrevivientes de la expedición desaparecida.
El paso del Noroeste, la ruta añorada por la que el capitán inglés había soltado amarras no sería recorrida en su totalidad sino hasta 1906. La hazaña fue llevada a cabo por el navegante noruego Roald Amundsen.
Descubrimientos forenses en el siglo XX
Sucesivas investigaciones forenses llevadas a cabo en la década de 1980, en ambos campamentos y en los cadáveres recuperados, señalan como posible agravante de las muertes la contaminación por plomo.
En un inicio se pensó que un exceso de plomo en la soldadura de las latas de comida pudo ocasionar tal contaminación, pero pruebas más recientes responsabilizan en cambio al sistema de almacenamiento y conducción de agua de los barcos. Ambos barcos estaban motorizados por calderas de ferrocarril (una innovación bastante peculiar para el siglo).
La cantidad de vapor que las calderas necesitaban para producir movimiento exigía quemar volúmenes enormes agua, por lo que cualquier fuga pequeña, que mezclara el líquido destinado para vapor con el de consumo humano, podía resultar (como en efecto ocurrió) en un envenenamiento de plomo prácticamente mortal.
Tardío encuentro del Terror
El 7 de septiembre del 2014, gracias al uso de un vehículo marino teledirigido, fue posible dar con uno de los buques de Franklin, el H.M.S. Erebus, en las proximidades de la isla del rey Guillermo.
Casi dos años más tarde, el 16 de septiembre del 2016, el H.M.S. Terror fue hallado, en una hibernación eterna bajo las aguas cercanas al golfo de la reina Maud, unos pocos grados hacia el oeste de isla O’Reilly. El permafrost conserva el casco de la embarcación en muy buen estado.
Con información de: Wikipedia / National Geographic / Foto: Shutterstock
--
--