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Reflexión: Entre quejas y prejuicios

Reflexión: Entre quejas y prejuicios

En un post anterior he hablado de las quejas, de esas personas que son víctimas del mundo cuya especialidad es amargarnos la vida. Puede que suene muy duro pero si alguien te roba las energía y la felicidad (que de hecho es una conquista individual)… te está amargando la vida.

Detrás de una eterna queja generalmente se esconde un prejuicio. Alguien se hizo una idea de algo, se encerró en ese pensamiento, no salió lo que esperaba y al final todo lo resuelve con quejarse. Imagino que les llegará a la mente un recuerdo de algo, o de alguien, quizás de nosotros mismos en un momento determinado. Esto se repite más de lo que usted imagina y es de las cosas que debemos trabajar para superar.

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A veces, al hablar con alguien, te cuesta un trabajo increíble llegar a un punto agradable de conversación porque los primeros minutos debes dedicarlo a desmontar la idea que esa persona se ha hecho sobre ti. Somos especialistas en etiquetar a la gente (por nivel educativo, grupo racial, país, profesión, género, preferencia sexual…) y partiendo de esa conclusión que nos hemos hecho, reaccionamos ante ellos. Tanto que nos gusta hablar de dar segundas oportunidades, a veces no damos ni siquiera la primera.

Recuerdo una de las entrevistas de trabajo que he hecho, cuando el entrevistador vio en mi hoja de vida que mi mayor experiencia había sido en una empresa estatal, automáticamente me relacionó con la fama de «vagos» que tienen los empleados públicos. Los siguientes quince minutos de la conversación se perdieron mientras yo demostraba por qué no encajaba en esa definición. Hubiera sido más fácil, y más inteligente, que él continuara las preguntas habituales, mis respuestas hablarían de mis capacidades o deficiencias sin necesidad de que tuviera primero que convertirme en abogada de m para salir del patrón en el que él me había encerrado.

A veces no somos del todo responsables de nuestros prejuicios, hemos crecido en sociedades prejuiciadas y ser diferente implica una constante lucha con nosotros mismos, nadar contracorriente. Pero es una de esas cosas que debemos cambiar porque como jóvenes profesionales lo necesitamos, pero sobre todo, porque no podemos permitirnos criar hijos prejuiciados para una sociedad que se proyecta como abierta, para una sociedad global. Ellos deben ser creativos, ver las diferencias, más que para asignar una etiqueta, como una oportunidad de conocer algo nuevo; deberán ser flexibles porque no se sabe cuántas veces tendrán que cambiar de entorno en el desarrollo de sus carreras, concebir los errores como parte del proceso de crecimiento y no como una prueba de incompetencia. Todas estas cosas requieren la ausencia de prejuicios.

Que en determinados grupos las personas tienen comportamientos muy parecidos? Sí, pero recuerde que cada regla tiene una excepción y puede usted estar tratando con la excepción de la regla.

¡Hasta la próxima!

Una colaboración de @Fioresita 

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