Los científicos autodidactas e inventores talentosos Auguste y Louis, conocidos como los hermanos Lumière, dieron vida a la fotografía al inventar una de las artes más importantes del siglo XX: el cine. A menudo se ignora que también fueron los padres de la fotografía en color.
Claude-Antoine Lumière estaba orgulloso de sus dos hijos. Transmitió a Auguste, nacido en 1862, y a Louis, dos años menor, su pasión por la fotografía. En el estudio de Lyon de la familia Lumière, ambos niños se familiarizaron con las técnicas para hacer tomas y los procedimientos para desarrollar negativos, aprendiendo muy pronto todo lo que había que saber sobre la exposición de las placas, el lavado, el barnizado.
Alumnos brillantes, ambos hermanos ingresaron en el liceo La Martiniére, donde obtuvieron numerosos premios; sin embargo, debido a sus constantes e intensas jaquecas no pudieron preparar el concurso para ingresar en la Escuela politécnica. No les fue necesario asistir a este prestigioso establecimiento, ya que muy pronto se convirtieron en distinguidos químicos.
En el estudio de su padre, la pareja de jóvenes se interesó por los experimentos que este último había emprendido para desarrollar emulsiones más eficientes, y en 1881 elaboraron una fórmula sobre base de gelatina y bromuro para recuperar las placas fotográficas. Ese mismo año, Auguste tuvo que hacer el servicio militar. Sin embargo, Louis no abandonó investigaciones, y por su cuenta desarrolló una placa seca sobre la base de gelatina y bromuro de plata, que comercializó con un éxito increíble bajo el nombre “Etiquetas azules”.
El Cine y los hermanos Lumière
El cine tiene tras de sí una larga historia plagada de intentos de reproducir imágenes en movimiento. Los aparatos antiguos que hoy sólo se utilizan como curiosidad y documentos, fueron los primeros pasos de la técnica cinematográfica. Uno de sus antepasados directos es la linterna mágica que construyó el alemán Athanasius Kircher, en 1646. Se trataba de un aparato formado por una sencilla caja con un agujero donde iba fijada una lente. En la caja había una lámpara de aceite.
Entre la lámpara y la lente se colocaba una plancha de vidrio pintada con imágenes, que se proyectaban sobre la pared blanca. Cuando, un siglo más tarde, se conoció el principio de la persistencia de las imágenes en la retina del ojo humano, se dieron nuevos intentos, pero hasta la llegada de la fotografía no se pensó en la posibilidad de crear instrumentos capaces de reproducir una serie continua de fotografías de modo que se crease la ilusión de movimiento.
La Empresa Lumière
La comercialización no estuvo exenta de dificultades, pero la tenacidad de Lumière fue tal que evitaron por poco la quiebra. Louis, liberado de sus o obligaciones militares después de un año se reunió con su hermano y juntos, y convencidos del éxito que tendrían sus casas fotográficas, decidieron lanzarse a aventura industrial.
Con la ayuda financiera de varios amigos de la familia, Louis y Auguste pudieron formar su empresa cuyo plantel contaba con una decena empleados a fines de 1884. Cuando estaban ocupados analizando sus fórmulas químicas, ambos inventores perfeccionaban sus habilidades como empresarios negociando encarnizadamente la me innovación, patentando sus inventos creando sus propias máquinas herramienta para mejorar la producción. La puesta a punto de las “Etiquetas azules extra-rápidas” resultó un triunfo comercial y la fortuna parecía asegurada, no obstante, ambos hermanos no pretendían sentarse en los laureles, por vía ignoraba su existencia.
Louis y Auguste Lumière consiguieron, tras muchos intentos fallidos, presentar en público su invento, ofreciendo la primera proyección cinematográfica la noche del 28 de diciembre de 1895: se organizó una demostración de pago en los bajos del Grand Café de París, organizada por Clément Maurice. La entrada valía un franco y asistieron 33 personas. Los hermanos Lumière llamaron «cinématographe» al instrumento que servía al mismo tiempo para la toma de imágenes en movimiento y su proyección en una pantalla. Hoy en día no quedan rastros del Grand Café, pero en el número 14 de la calle, entre modernas tiendas, puede leerse una lápida de mármol que recuerda el memorable acontecimiento.
El primer cortometraje se titulaba “La salida de los obreros de los talleres Lumière” y recogía una instantánea de la realidad. Otras películas fueron “La llegada de un tren a la estación” y la divertida “El regador regado”.
La proyección suscitó un gran entusiasmo. El público se sentía fascinado en aquella atmósfera de maravilla creada por el artilugio de los hermanos Lumière, cuando veía el tren que expulsaba humo y a los viajeros bajar y subir como si estuvieran “allí mismo”, y se divertía con el gracioso jardinero que en vez de regar las flores se regaba a sí mismo. El entusiasmo fue inmediato y espectacular. La muchedumbre se agolpó en el boulevard e incluso en las calles adyacentes, para poder divisar las famosas «imágenes en movimiento».
Para los espectadores de aquella velada el cine fue una maravilla de la técnica. Entre el público también habían periodistas; uno de ellos comentó que el espectáculo era de una autenticidad increíble, otro escribió: “Este es uno de los momentos más extraordinarios de la historia de la humanidad”.
El éxito fue inmediato y clamoroso. Las películas de los Lumière dieron la vuelta al mundo desde 1896, llevando a todos los lugares el conocimiento de su extraordinario invento. Así nació la industria cinematográfica y con ella una nueva forma de expresión artística.
En la velada de la proyección, los hermanos no se encontraban en la sala porque se sentían vencidos por la fatiga y, quizás también por la emoción. Fue su padre quien organizó el histórico acto. El cine era ya una realidad, a ellos les cabe el mérito de haber puesto a punto una cámara más eficaz que las anteriores y de haber iniciado la difusión de este nuevo medio de comunicación en todos los países del mundo, adonde llegaron sus técnicos y sus cámaras portadoras de ciencia, pero también de sueños e ilusiones.
Georges Méliés, director del teatro Robert Houdin, y muchos otros ofrecieron sumas desorbitadas a los hermanos Lumière para comprar su procedimiento, pero Auguste y Louis rechazaron categóricamente todas las propuestas. No tenían intenciones de despojarse de su invento y se dieron cuenta de la ventaja financiera que podrían sacar.
El cine no estaba a la venta, sería explotado por concesionarios a cambio de una suma, el 50% de los ingresos. Para lanzar su cinematógrafo, ambos hermanos no dudaron en proporcionar gratuitamente los aparatos, las películas y hasta los operadores. Pronto, en toda Francia, y luego en el mundo entero, todos deseaban tener cines.
Por un tiempo, el cine fue considerado una atracción menor, incluso un número de feria, pero cuando George Méliès usó todos sus recursos para simular experiencias mágicas, creando rudimentarios -pero eficaces- efectos especiales, los noveles realizadores captaron las grandes posibilidades que el invento ofrecía. De esta manera, en la primera década del siglo XX surgieron múltiples pequeños estudios fílmicos, tanto en Estados Unidos como en Europa.
Auguste falleció en Lyón, (1954) y Louis en Bandol, Francia, (1948), ambos fueron filántropos, es decir apoyaron proyectos de obras para bien social a través de aportes económicos. Actualmente su cámara de fotografía color esta en el museo de cine de Paris, con la de George Méliès.
Con información de: portalplanetasedna.com.ar / Wikipedia
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