En el siglo XIX la poesía francesa experimentaba un periodo de renovación. Era una época de divergencia, de contrastes: numerosos autores y escuelas artísticas comienzan a aplicar en su literatura una manera muy personal de ver el mundo.
El resultado es la enorme variedad de corrientes literarias de la época: romanticismo, realismo, naturalismo, simbolismo y decadentismo, entre otros.
En este contexto de diversidad artística surgen autores como Charles Baudelaire. Clasificado posteriormente como uno de los “poetas malditos”, Baudelaire vivió el siglo XIX al estilo de la juventud bohemia que lo rodeaba. Desde el alcoholismo hasta el consumo de opio, pasando por la prostitución y las enfermedades venéreas, la vida de Baudelaire distaba de la moral católica que imperaba en la sociedad de la época.
Dada la exploración del universo personal que caracteriza la literatura del siglo XIX, no es de extrañar que estos temas terminasen calando en la producción artística del autor.
Las flores del mal
La obra más conocida de Baudelaire es, sin duda, Las flores del mal. Este poemario, que tanto influyó en la poesía de años venideros, tuvo varias reescrituras y modificaciones hasta su publicación definitiva.
Dos ediciones, aún con el autor en vida, vieron la luz con modificaciones sustanciales en su estructura: la de 1861 no incluía seis poemas que habían sido censurados, pero añadía otros 32, mientras que una publicación parcial de Auguste Poulet-Malassis en 1866 sí se atrevió a incluir los poemas “prohibidos”. La primera edición que se considera definitiva es la de 1868, ya póstuma. No obstante, los 151 poemas de esta versión tampoco incluyen los textos censurados.
Pero ¿por qué se “eliminaron” poemas de la obra?
Ya desde la primera publicación de Las flores del mal, el 25 de junio de 1857, la pecaminosa vida (y, por tanto, literatura) de Baudelaire generó una polémica feroz: seis poemas fueron censurados por ser considerados blasfemos.
Apenas unos días después, en su edición del 5 de julio, el famoso periódico Le Figaro publicaba la siguiente crítica sobre Las flores del mal: “Este libro es un hospital abierto a todas las demencias del alma, a todas las putrefacciones del corazón; incluso aunque fuera para curarlas, pero son incurables”.
Tras varias crónicas periodísticas que tachaban la obra de inmoral, el caso llegó a los juzgados: el 21 de agosto de aquel año Baudelaire fue condenado por un delito de ofensa a las buenas costumbres. Junto a la sanción económica de trescientos francos, el juzgado decidió prohibir los poemas Las joyas, Leteo, A la que es demasiado alegre, Lesbos, Mujeres malditas y Las metamorfosis del vampiro.
No sería hasta 1949 cuando un tribunal francés levantaría la prohibición de publicación de estos textos, argumentando casi un siglo después que “los poemas sujetos a la prevención no contienen términos obscenos o incluso groseros y no exceden, en su forma expresiva, las libertades permitidas al artista”.
Denuncia por la imagen de la mujer
Uno de los pilares de estas denuncias es la imagen de la mujer que se presenta en Las flores del mal. Baudelaire explora la figura femenina desde unas ópticas que entraban en profundo desacuerdo con los estándares morales del siglo XIX francés: lesbianismo, sadismo, prostitución y erotismo explícito no tenían cabida alguna para los censores católicos de la época.
Cabe recordar que Francia, a pesar de ciertos procesos históricos como la Revolución Francesa, no fue un Estado aconfesional hasta 1905. Los delitos de “ofensa a la moral pública” u “ofensa a la moral religiosa” seguían plenamente vigentes en el siglo XIX, lo que puede darnos una indicación del peso que el conjunto ideológico de la Iglesia poseía aún en el país galo. Por poner otro ejemplo, la famosa obra Madame Bovary fue fuertemente atacada cinco meses antes que Las flores del mal por los mismos motivos.
A la mujer idealizada y divinizada del romanticismo, Baudelaire yuxtapone la otra cara de la moneda: la prostitución y la femme fatale son conceptos tan reales para el autor como la mujer-objeto de culto.
Si bien entre las fuentes de inspiración femeninas de Baudelaire (Marie Daubrun, Madame Sabatier, Jeanne Duval o la propia madre del escritor) se encuentran figuras reverenciadas por su santidad y su bondad, Baudelaire analiza en profundidad los aspectos más oscuros de su relación con algunas de ellas.
En Lesbos, por ejemplo, el autor explora, a través de diversas imágenes, un sadismo inherente a la condición femenina:
Obtienes tu perdón del eterno martirio
Implacablemente infligido en los corazones ambiciosos
Que aleja de nosotros la radiante sonrisa
Débilmente vislumbrada en el borde de los otros cielos;
Obtienes tu perdón del eterno martirio.
Del mismo modo, en Las metamorfosis del vampiro, a esta voluntad explícitamente dañina Baudelaire añade algunas imágenes que, dado el contexto de la época, constituían un erotismo maligno y envenenado que no podía más que escandalizar a los lectores:
La mujer, a pesar de su boca de fresa,
Retorciéndose como una serpiente sobre las brasas,
Y amasando sus senos sobre el hierro de su busto,
Dejaba fluir estas palabras, todas impregnadas de almizcle:
‘-Yo, tengo los labios húmedos, y sé la ciencia
De perder en el fondo de una cama la antigua conciencia.
Seco todas las lágrimas en mis senos triunfantes
Y hago reír a los viejos con la risa de los niños’.
Por último, en el poema Mujeres malditas (Delfina e Hipólita), Baudelaire expone sin ambages una relación homosexual entre ambas mujeres. A lo largo del poema se van sucediendo a partes iguales erotismo y reflexión sobre el lesbianismo:
¡No me mires así, tú, pensamiento mío!
¡Tú, a quien amo para siempre, mi hermana elegida,
Incluso aunque fueras una trampa
Y el comienzo de mi perdición!
Un provocador nato
Aunque desde la óptica de un lector moderno pudiera parecer que estos temas ya han sido ampliamente tratados por las distintas artes, para el público de su época Baudelaire fue un verdadero provocador.
La mujer, hasta entonces idealizada, encarnaba ahora una dualidad ángel-demonio que incluía los aspectos más sórdidos de la experiencia vital del autor. Además, Baudelaire explicitaba algunos conflictos ideológicos y morales cuyos fundamentos no eran ni más ni menos que el choque entre la imagen irreal de la “buena mujer”, católica y pura, y la cruda realidad que rodeaba al poeta. En ella coexistían la bondad y la delincuencia, la sexualidad explícita y el recato, la prostitución y la censura moralista.
Motivos suficientes para considerar en aquel momento la censura del poeta, pero no para detener la imparable fama que alcanzaron Las flores del mal.
Pedro Baños Gallego, Profesor de Filología Francesa, Universidad de Murcia
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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