Todos buscamos la felicidad, pero realmente ¿sabemos lo qué es? ¿Cómo podemos llegar a ella? ¿En verdad se puede alcanzar? Desde mucho tiempo atrás, esta búsqueda ha sido inevitable y muchos filósofos han querido dar respuesta a estas incógnitas, entre ellos el gran Aristóteles, quien a partir de su obra “Ética Nicomaquea”, nos muestra lo que para él, es la felicidad y nos dice la manera para que ésta pueda ser alcanzada.
Dentro de este texto, la ética es la parte de la filosofía que atiende el valor de la conducta humana; por lo cual se entiende, no el hacer y sí el obrar. Con esto Aristóteles quiere decir, que la conducta humana se basa en aquello que el ser humano hace pero que también deja de hacer. De igual forma la ética es catalogada como el fin supremo al que debe aspirar el hombre pero no para el beneficio propio sino para el bien social. Esto último hace énfasis en cuanto a que la ética siempre verá por el bien común y no sólo por el individual.
Hacer el bien se caracteriza por ser algo propio y difícil de erradicar del sujeto, además de encontrarse íntimamente relacionado con la felicidad, pues ambos son concebidos comúnmente y de acuerdo a la imagen del género de vida que cada quien posee, ésta se puede alcanzar; con esto quiere decir, que la felicidad depende de la historia de vida de cada persona. El ser feliz entonces se define a partir de obrar bien, de hacer el bien y además, de vivir bien.
De acuerdo con Aristóteles, existen tres tipos de bienes, los cuales son catalogados en: exteriores, en los del alma y en los del cuerpo. El fin de la felicidad se encuentra incluido entre los bienes del alma y no entre los exteriores; esto debido a que si se enfocara en los exteriores, entonces la felicidad sólo estaría basada en lo superficial y la forma de actuar del hombre no importaría para que éste fuera feliz. Es por esto que el filósofo concuerda con la creencia que se tiene, de que el hombre feliz es el que además de vivir bien, obra bien.
Desafortunadamente en pleno siglo XXI un gran número de personas ha puesto su felicidad justo en los bienes exteriores, donde la superficialidad al parecer vino para quedarse.
Claro que no se puede dejar de lado que la felicidad en alguno momento para hacerse presente tendrá que reclamar algunos bienes externos, pues es cierto que aquel sujeto que esté desprovisto de este tipo de recursos o bienes, no podrá actuar de manera recta y tener a su alcance los recursos que podrán darle una mejor calidad de vida y por ende proporcionarle cierta felicidad. Con esto pareciera que la felicidad exige un substituto de prosperidad por lo que es muy común que la gente asocie el hecho de ser feliz con el hecho de poseer fortuna.
La felicidad además de estar asociada con la fortuna también llega a estar asociada con la virtud. La virtud es partícipe de la felicidad del ser humano, pues aunque los aconteceres de la fortuna sean muchos y diversos entre sí, está claro que las cosas que resultan del todo bien y que empiezan a ser frecuentes dentro de la vida diaria, harán más dichosa la existencia por la capacidad que éstas tienen de embellecerla y volverla en cierta manera virtuosa; ya que se llega a un punto donde la estabilidad se hace presente, provocando que el ser humano enfrente con dignidad los cambios que la fortuna puede darle, conservando una armonía que se vuelve plena.
La virtud como tal es un hábito selectivo que opta por una posición intermedia entre el exceso y el defecto, aunque esta posición es difícil de conseguir, no es imposible, claro que algunas veces el sujeto no podrá evitar irse, ya sea al exceso o al defecto. No por nada existe esa conocida frase de: “Todo con medida, nada con exceso.”
Aristóteles no sólo se enfoca en la virtud sino también en su lado contrario. Nos habla de la fanfarronería, la vergüenza, de aquellos que son iracundos, coléricos y amargados. Hace énfasis en ellos para enseñarnos que este tipo de conductas son aquellas que no sólo no son dignas del bien del que se ha estado hablando, sino que impiden por completo llegar a la felicidad que puede darse en algún momento.
Al final, el gran filósofo nos pone las cartas sobre la mesa y nos muestra que a partir de esta ética se puede alcanzar la felicidad. Claro está que esta no es algo que de pronto llegue y se quede para siempre, sino que por el contrario, es algo que tiene un punto de partida y que al dar inicio debe irse desarrollando a lo largo de nuestras vidas, ya sea por medio de trabajo, de cultivar amistades, de seguir desarrollando nuestras virtudes; es decir, mediante la forma en que actuemos y estemos decididos a tomar las riendas de nuestro camino, es como podremos ser felices.
Por supuesto que no estamos exentos de las trivialidades que podamos sufrir a lo largo de este camino, de lo que se trata no es de alcanzar un estado de felicidad que será eterno, sino alcanzar momentos de felicidad que harán mucho más satisfactoria la experiencia de vivir.
Fernanda Ávila @lillithafa | Foto: Mujer feliz / Shutterstock
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