Carlos I de Inglaterra y de Escocia fue rey de Inglaterra, Escocia e Irlanda, desde el 27 de marzo de 1625 hasta su ejecución el 30 de enero de 1649.
El reinado de Carlos I fue tumultuoso debido a la lucha de poderes que sostuvo con el Parlamento. Carlos era un abogado acérrimo del derecho divino de los reyes a gobernar. Hablaba con propiedad, gustaba de la música y de la pintura. Sin embargo, era pedante, desconfiado y muy mentiroso. Muchos en Inglaterra, por lo tanto, temieron que procurara obtener el poder absoluto. Hubo una amplia oposición a muchas de sus acciones, especialmente la creación de impuestos sin el consentimiento del Parlamento. Ésta fue una de las muchas manifestaciones del descontento popular contra una monarquía absoluta que pretendió llevar Carlos I.
Los últimos años del reinado de Carlos I estuvieron marcados por la Guerra Civil Inglesa; se vio enfrentado a las fuerzas del Parlamento (que se le opuso tenazmente en sus tentativas de aumentar su poder) y a los puritanos (quienes eran contrarios a su política religiosa). La guerra terminó con su derrota, posterior juicio, condena y ejecución.
El juicio contra el rey, por los cargos de alta traición y de «otros altos crímenes», comenzó el 2 de enero de 1649, pues Carlos había rechazado elevar una súplica, alegando que ninguna corte tenía jurisdicción sobre un monarca. Creía que su propia autoridad para gobernar le había sido dada por Dios cuando lo coronaron y fue ungido.
Carlos fue decapitado el 30 de enero de 1649. Era práctica común que el verdugo levantara la cabeza del ajusticiado y la mostrara a la muchedumbre con las palabras: «¡Miren la cabeza de un traidor!»; y aunque la cabeza de Carlos fue exhibida, no se usaron estas palabras.
En un gesto sin precedentes, uno de los líderes revolucionarios, Oliver Cromwell, permitió que la cabeza del rey fuera cosida a su cuerpo para que de esta forma su familia pudiera rendirle sus respetos.
Carlos I fue enterrado en privado la noche del 7 de febrero de 1649, en la cámara acorazada de Enrique VIII, en la capilla de St. George en el castillo de Windsor.
Con su muerte la monarquía fue abolida, y se estableció la República. Con el tiempo, este régimen devino cada vez más dependiente del ejército y se convirtió en una dictadura militar, dirigida por Oliver Cromwell. Varios factores tanto políticos como socioeconómicos condujeron a su colapso final, una vez fallecido Cromwell. El hijo de Carlos, Carlos II, restauró la monarquía en 1660.
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