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La Batalla de Kursk, cuando los tanques soviéticos sepultaron la blitzkrieg

Superada en Stalingrado, la debilitada Alemania nazi lanzaba una última y desesperada ofensiva en el frente oriental, en la ya complicada invasión a la Unión Soviética. En Kursk, más de ocho mil carros de combate libraron la batalla de tanques más grande de la historia. Los monstruos de metal soviéticos, los ágiles T-34, fueron capaces de superar en número y desempeño a los poderosos Panther germanos. Un descomunal enfrentamiento blindado que terminó con una victoria decisiva para el Ejército Rojo, que así logró la iniciativa estratégica para el resto de la guerra que le permitió avanzar indeteniblemente hasta Berlín y aplastar al III Reich.

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Antecedentes

Para julio de 1943, las fuertes pérdidas sufridas por el Ejército alemán desde la apertura de la Operación Barbarroja en 1941 habían provocado una escasez de infantería y artillería. La Batalla de Stalingrado, que terminó con victoria soviética, marcaba un punto de inflexión en la guerra que inclinaba la balanza a favor de los soviéticos.

Desde ese momento, el Ejército Rojo pasó a una ofensiva general en el sur, presionando a las exhaustas fuerzas alemanas que habían sobrevivido al invierno. La ciudad de Kursk fue retomada por los soviéticos el 8 de febrero de 1943, y Rostov el 14 de febrero.

Sin embargo, en el frente oriental, una notable operación táctica llevada a cabo por el mariscal Erich Von Manstein logró no solo detener el avance soviético y establecer una línea de frente, sino reconquistar también alguna plaza importante, como Kharkov. Lo conseguido devolvió la confianza al líder nacionalsocialista, que empezó a creer en las posibilidades de una ofensiva a gran escala. Von Manstein, sugería una defensa elástica para desgastar al enemigo y reducir las propias bajas. Pero el Führer quería una operación ofensiva que devolviera a los alemanes la iniciativa estratégica.

En ese marco, Alemania diseñarían un plan en contraofensiva, justo cuando el desembarco aliado estaba tomando Sicilia, hecho que hacía desviar la atención exclusiva en el frente oriental y la recuperación del territorio perdido en el avance hacia la Unión Soviética.

La operación Ciudadela

La ofensiva alemana en la que se enmarcó la batalla de Kursk recibió el nombre de Operación Ciudadela. Según el plan previsto, los alemanes esperaban debilitar el potencial ofensivo soviético de la esperada ofensiva de verano de 1943 mediante el cerco de una gran cantidad de efectivos que la inteligencia alemana situaba en el saliente de Kursk.

El saliente de Kursk consistía en una zona que penetraba 160 kilómetros en el territorio ocupado por los alemanes y que abarcaba 250 kilómetros de norte a sur. El plan del Alto Mando de la Wehrmacht (OKW) pretendía llevar a cabo un ejemplo de manual de guerra relámpago (blitzkrieg): realizar una ambiciosa maniobra envolvente que a modo de pinzas quebraría la resistencia en los flancos norte y sur del saliente haciendo uso de puntas de lanza acorazadas. Hitler se aferró a la idea de que una victoria en Kursk devolvería a sus tropas la moral perdida en Stalingrado a principios de año y reafirmaría el ardor combativo de los aliados rumanos, húngaros e italianos que estaban considerando retirarse de la guerra.

En este contexto de «batalla definitiva», los alemanes partían en franca desventaja, ya no sólo porque los soviéticos conocían la planificación de Ciudadela con anticipación gracias a la ayuda de los británicos, que lograron descifrar los movimientos alemanes en torno al saliente, sino porque el Ejército Rojo, casi por primera vez en toda la guerra, había alcanzado un nivel de organización superior al alemán y además contaba con una ventaja numérica en hombres y material en una proporción de 2,5 a 1. Por tanto, los alemanes debían fiar sus posibilidades de éxito al impacto que su fuerza acorazada pudiera ejercer durante los primeros días, algo que finalmente no ocurrió. Esto desembocó en una batalla de desgaste, prácticamente la única modalidad de combate a la que los alemanes no estaban habituados, eran más de la “blitzkrieg”.

Además, la ejecución del plan dependía del momento en que el nuevo tanque Panther y el caza­tanques Ferdinand estuvieran disponibles, lo que condujo a una serie de fatales retrasos.

Los preparativos

Hitler retrasó la Operación Ciudadela, para esperar la llegada en masa de los nuevos carros ‘Panther’ (Panzer V), una versión más pesada y mejor armada que el anterior modelo, el Panzer IV, con orugas más anchas y el blindaje inclinado que tan buen resultado dio a los soviéticos en su T-34.

La demora alemana y el desciframiento del plan, dio a los rusos mucho tiempo para cavar formidables defensas y concentrar sus propias unidades blindadas. Los carros de combate son unidades de carácter ofensivo, pero estos monstruos de metal se convierten fácilmente en infranqueables torretas defensivas cuando los defensores sepultan los carros dejando solo la torreta al descubierto. Sucesivas líneas de trincheras, alambradas, erizos y campos de minas esperaban a los carros alemanes.

Aunque los blindados alemanes eran inferiores en número, la renovada potencia de fuego del parque móvil alemán fue un duro rival para los defensores soviéticos. Los carros Tiger I (Panzer VI), y los monstruosos Panzerjäger (cazacarros) Elefant, un imponente blindado que no se considera carro de combate al no tener torreta, pero que incorporaba el potente cañón de 88 mm que hizo tan famosos a los Flak 88 (cañones antiaéreos usados también como arma contracarro).

Por su parte, las fuerzas del Ejército Rojo acantonadas en el interior del saliente de Kursk, superaban el millón y medio de efectivos. Los blindados soviéticos, muy superiores a las máquinas del eje desde el principio, no faltaron a la cita, pero se llevaron alguna sorpresa. El Ejército Rojo reunió casi 5.000 carros (incluyendo 205 tanques pesados KV-1) y 259 cañones de asalto autopropulsados (veinticinco SU-152, cincuenta y seis SU-122 y sesenta y siete SU-76). El resto eran blindados ligeros convocados en masa para absorver la potencia de fuego nazi.

A pesar de la aplastante superioridad numérica de los rusos, el versátil carro medio T-34 era incapaz de penetrar el blindaje frontal de los Panther y de los Tiger I a larga distancia. Sólo los potentes cañones de asalto SU-122 y SU-152 podían destruir a los tigres alemanes si se acercaban lo suficiente, pero el cañón de 88 mm del Tiger no tenía rival en campo abierto.

La batalla

Con el inicio de la ofensiva alemana, el 5 de julio de 1943, el polvo de la estepa formaba nubes espesas que cubrían tanques, camiones y hombres por igual. Bajo un ardiente sol, miles de tanques, cañones autopropulsados, tractores de artillería y camiones avanzaban en un flujo interminable al encuentro con el enemigo. Cuando los alemanes concentraban sus tropas para el primer ataque, fueron recibidos por el fuego graneado de la artillería enemiga. No impidió que el plan se llevara a cabo, pero provocó la desorganización y el consiguiente retraso. Todo un síntoma de lo que se avecinaba.

Kursk se desatacó por su terrible dureza, las complicadas condiciones del terreno, el calor insoportable y la absoluta extenuación de los combatientes. La batalla fue un infierno de sangre y acero para todas las unidades que participaron en ella, pero los tanquistas, protagonistas de excepción, sufrieron especialmente la dureza de ésta. Un veterano soviético del 10º Cuerpo de Tanques escribía tras la batalla que «cuando un proyectil antiblindaje perforaba el tanque, el combustible o el aceite del motor se derrama y una cascada de chispas hacía que todo ardiera. Dios no permita que un ser vivo tenga que presenciar a una persona herida retorciéndose mientras se quema viva».

Luego de un bombardeo de artillería preliminar, las fuerzas terrestres blindadas y de infantería alemanas avanzaron apoyadas por la aviación.

En un principio, los combates favorecieron a los alemanes, los cuales lograron sobrepasar el primer cinturón defensivo y avanzar hacia las líneas enemigas. Pero con el correr de los días los soviéticos se repusieron y el 11 de julio habían logrado frenar el ataque.

El 13 de julio Hitler convocó a los mariscales Günther Von Kluge y Von Manstein, líderes de la ofensiva, a su cuartel general en Prusia Oriental. El Führer estaba decepcionado con la profundidad del avance, de tan solo 12 kilómetros al norte y 35 kilómetros al sur. También estaba preocupado por la invasión aliada de Sicilia, de la noche del 9 al 10 de julio, y por la contraofensiva soviética al norte de Kursk, lanzada el día anterior. Hitler ordenó a sus generales que pusieran fin a la ofensiva y que redistribuyeran sus fuerzas, para enviar unidades al frente mediterráneo.

Von Kluge estuvo de acuerdo, ya que era consciente de la virulencia del contraataque soviético. Von Manstein, en cambio, solicitó que el ataque continuara porque creía que la victoria estaba al alcance de la mano. Hitler, atento a lo que sucedía en el oeste, solo permitió seguir las operaciones ofensivas en el sur hasta que se pudieran destruir las reservas soviéticas.

Se inició entonces la Operación Roland, que mostró avances significativos los días 15 y 16 de julio, cuando los alemanes estuvieron a punto de tomar la ciudad de Prójorovka.

Sin embargo, el 17 de julio los soviéticos iniciaron una gran ofensiva que puso fin a los avances alemanes. Durante las siguientes semanas, Stalin lanzó diversas contraofensivas que hicieron retroceder a los ejércitos germanos y que culminaron con la toma de la ciudad de Járkov, el 23 de agosto. De esta manera finalizó la batalla de Kursk.

Mitos de Kursk

Lo trascendental de esta batalla ha provocado la aparición de grandes mitos alrededor de la misma. A nivel militar y estratégico, no cabe duda de que la victoria soviética supuso un punto de inflexión en la guerra germano-soviética. Kursk fue la última gran ofensiva desde el punto de vista operativo del Ejército alemán en el Frente Oriental. El Ejército Rojo había madurado mucho durante los dos años de guerra y había logrado desarrollar una potencia de combate superior a la de los alemanes, que, ya muy desgastados, sólo podían diseñar una estrategia defensiva que retrasara lo inevitable: el avance hacia Berlín.

Otro de los mitos que giran en torno a esta gran batalla es el que afirma que Kursk supuso el final definitivo de los ejércitos alemanes en el Este. La Wehrmacht ni se desangró ni tampoco se deshonró tras la batalla. Las cifras de bajas alemanas oscilan alrededor de los 54.000 hombres entre desaparecidos, prisioneros y muertos, mientras que las soviéticas se fijan en unas 320.000. En lo que a medios mecanizados se refiere, los archivos alemanes sitúan la cantidad de pérdidas entre 1.600 y 2.000 unidades entre carros, artillería de asalto y otros vehículos.

Por tanto, estas cantidades indican que el impacto de la batalla no supuso tanto una pérdida irremediable de hombres y material para los alemanes, sino más bien el inicio de la hegemonía soviética en el campo de batalla y un cambio manifiesto en el rumbo de la guerra. La moral alemana quedaba profundamente dañada y su capacidad de combate futura cuestionada. Después de Kursk, ya nada volvería a ser igual en la guerra en el Este.

Imagen portada: Shutterstock

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